Cuando cubrir solo un caso toma reportajes enteros, pero cubrir una marcha merece apenas esporádicas menciones, tanto es así que parece casi por compromiso. #NiUnaMenos
El caso de la muerte de Alessandra Chocano, la voleibolista de 16 años, fue el que mayor cobertura tuvo en los medios y las redes sociales durante la semana pasada. Lo que resulta increíble es que todas las muestras de indignación concentradas en estos días parecen haberse limitado a ser de carácter simbólico. Y es que resulta realmente difícil de entender cómo es que la marcha de #NiUnaMenos realizada el último sábado apenas haya sido comentada en los principales medios de comunicación. Esto lleva a sospechar que el caso anterior busque seguir generando polémica no tanto por las posibles causas de su muerte, o por la posible violencia cometida contra ella, sino porque un jugador de la selección que acaba de llevarnos al mundial estuvo involucrado y tal vez oculte información que hagan del suceso un crimen.
El morbo parece ser un ingrediente infaltable en el tratamiento actual de los casos de violencia de género en nuestro país. Relatar los casos al detalle, tener la “exclusiva” y hacer públicas las imágenes de las agresiones, parecen ser las estrategias principales, no tanto para generar reflexión en los receptores, sino para obtener popularidad o rating en base al sensacionalismo. Tal es así que Beto Ortiz no tiene ningún problema en comunicar vía Twitter la entrevista que le estaba haciendo a la empadronadora violada durante el censo de octubre como quien promociona el repertorio de un circo. No es de extrañar que, en aras de desarrollar sus habilidades performativas, el periodista haya titulado Morbo al unipersonal que presenta desde hace varias semanas en la capital.
La posverdad en los medios de comunicación es algo que se viene analizando -y denunciando- desde hace varios años a nivel internacional; en el Perú, Jacqueline Fowks ha sido la primera en dedicarle un libro específicamente a este fenómeno, publicado a mediados de año. El uso de este término hace alusión a que, en la actualidad, la (re)presentación de los hechos es realizada en base casi exclusivamente a la apelación de las emociones y las creencias personales, por lo que la construcción de la realidad sigue criterios de sensacionalismo y espectacularidad. Pero de manera más específica, un aspecto central que los estudios de la posverdad han identificado es el hecho de que lo que estos mecanismos generalmente originan es el reforzamiento de prejuicios y antagonismos.
Estos postulados parecen desprenderse de lo que Sara Ahmed ya había propuesto anteriormente; según la autora, las emociones, a nivel político y social, siempre han sido utilizadas para la elusión de conflictos; históricamente, su uso público ha estado destinado a la legitimación y naturalización de las desigualdades, con la finalidad oculta de evitar responsabilidades colectivas. Esta ‘política de las emociones’ implica en sí misma un rechazo a todo intento de cambio efectivo en la realidad. Es por eso que cubrir e informar sobre una marcha contra la violencia a la mujer no resulta tan importante si se tiene “la exclusiva” de las declaraciones de Yordy Reyna, de su novia porque acaba de terminar la relación, o si se puede conseguir una buena toma del llanto de los padres de la joven muerta. La particularidad de que este caso haya involucrado a dos deportistas, y que uno de ellos sea un flamante mundialista, hace sospechar que, generalmente, la cobertura de los casos de violencia de género es intensa solo si los hechos que los componen son capaces de producir espectacularidad y sensacionalismo. Viéndolo de este modo, la campaña #NiUnaMenos puede esperar.
Sarah Ahmed también habla acerca de los estigmas que siempre se les ha impuesto a los movimientos feministas. A pesar del paso del tiempo y de la concientización que recientemente ha habido en torno a la violencia de género, hay una crítica que no deja de hacerse: las denuncias del feminismo, en realidad, son exageradamente emocionales y, en general, producto de la irracionalidad. Opiniones de este tipo no solo provienen de sectores conservadores y evidentemente machistas, sino que pertenecen a muchos que se autoperciben como defensores de la lucha contra la desigualdad. Es alarmante cómo escuchar y leer comentarios de este tipo es cosa común y normalizada en la sociedad peruana; lamentablemente, parece que la prensa solo se hace de la vista gorda o, lo que es peor, naturaliza y legitima un discurso que debe ser atacado desde la raíz.
Hasta ayer, las principales fuentes mediáticas aún continuaban reportando y presentando noticias sobre la clasificación al mundial de hace 12 días. Posiblemente lo seguirán haciendo unas semanas más. La alegría es grande, pero nunca debe ser usada a costa de ignorar o negar cuestiones de nuestra realidad social que son igual de grandes pero profundamente problemáticas. Ojalá que una próxima marcha tenga la cobertura que merezca y que otro 25 de noviembre tenga la importancia que este fin de semana debió tener.