A inicios del 2024, el titular del Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo, Daniel Maurate señaló que existe un compromiso presidencial para incrementar el sueldo mínimo y que se esperaría el -tan ansiado para algunos, y no tanto para otros- anuncio para julio próximo. Debido a ello, surgió –coincidentemente- un debate sobre los beneficios o perjuicios del aumento del sueldo mínimo.
Fuente: Gestión
La Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP) hace unos meses ha solicitado que la Remuneración Mínima Vital (RMV) se incremente a S/1.500 y que progresivamente llegue al tope de S/2.200 o s/2.300, debido a que el monto actual ha sufrido una devaluación grande y no resulta suficiente para cubrir la canasta familiar. #AndamosAguja
Por su parte, el Instituto Peruano de Economía (IPE) señala que el posible aumento en la RMV en nuestro país generaría una reducción en el empleo formal y, por el contrario, se incrementaría la informalidad. Se propone que el aumento del salario no es la solución, sino que se debe promover el desarrollo de capacidades y habilidades para que puedan encontrar empleos con mejores salarios –un poco idealista, ¿no? -.
Si bien, probablemente, con el incremento de la RMV las empresas reduzcan la cantidad de trabajadores, se debe considerar que, desde la perspectiva de la demanda, al aumentarse el sueldo mínimo los trabajadores tendrían mayor poder adquisitivo; demandando más bienes y servicios. Esto representaría que las empresas aumenten sus ingresos, pues sus productos y/o servicios se venderían más. ¿No te ha pasado que, cuando vas ganando más sueldo gastas más? –ojo, no hablo de un comprador compulsivo-.
Ahora bien, el posible incremento también implicaría que las personas puedan destinar dinero para sus estudios y así, como recomienda el IPE, puedan desarrollar capacidades y habilidades para la búsqueda de mejores empleos (ejemplo: un curso de especialización o maestría) –valgan verdades, en nuestro país no es nada barato–.
Desde mi punto de vista, la recomendación del IPE respecto al desarrollo de capacidades no es errónea, pero resulta muy complicada de realizar si es que una persona que percibe una RMV gasta la mayor parte -por no decir toda- de su sueldo en alimentación, transporte, pago de servicios y alquiler de vivienda. Así, un trabajador queda sin posibilidades de costear una carrera, curso de especialización o cualquier otro mecanismo para el desarrollo de capacidades técnicas.
Por ello –y sin ánimos de parecer iluminado- considero que es fundamental que el Estado construya un nuevo consenso económico social y encuentre un balance entre el capital y el trabajo, para que los trabajadores que perciban un sueldo mínimo dejen de ver como ‘sueños’ el incrementar su calidad de vida y su nivel profesional.
¿Una pista para reformular el sistema? Te propongo el “Fordismo”, implementado a principios del siglo XX, que traspasó el ámbito económico para llegar hasta el plano filosófico y político. En este sistema, el objetivo era convertir a la clase obrera en clase acomodada, a través de diversas prácticas como el aumento de salarios del obrero para que pueda consumir los productos que se fabricaban.
En otras palabras, la lógica de este sistema se apoyaba en los altos salarios que permiten vivir la vida de consumo de masas y al mismo tiempo generan demanda de los productos. De este modo, por un lado, la empresa se beneficiaba porque podía aumentar sus inversiones al obtener mayores ganancias; y por otro lado, los asalariados aumentaban su poder adquisitivo. Tal cual, un ciclo ideal de ganancias, donde ambos ganan.
Por ello, resultaría interesante rescatar lo más importante de este modelo, analizarlo y evaluar la implementación o adaptación a la realidad de nuestro país. Como se ha visto, no solo tendría un gran impacto en la población sino también en el sector empresarial.
Y tú, querido lector ¿qué piensas? ¿apostarías por este sistema?
Edición: Cristobal Contreras