Dada la cuarentena, recientemente extendida, que nos confina a nuestras cuatro paredes y un techo, muchos nos confrontamos a un ejercicio filosófico. Se trata de comprender esta situación no solo de manera logística, sino también cómo esta transforma nuestros significados compartidos. ¿Por qué me quedo en casa? ¿Para qué realizo yo este sacrificio? Inadvertidamente, este clima mundial ha destapado el velo de la rutina y le ofrece al pensamiento crítico una oportunidad de desarrollo.
El estado de emergencia nacional para combatir el COVID-19 representa una privación de nuestras libertades civiles por un bien mayor de fácil identificación: la salud del pueblo peruano. Ahora, cada peruano se enfrenta a una decisión ¿acato o no las medidas propuestas? A pesar de sonar sencillo, ha probado ser un punto divisor entre los peruanos; ya que tenemos un mayor número de arrestados que contagiados. Es claro que el aislamiento es una decisión, aunque las razones varíen en los casos individuales.
El existencialista francés Jean-Paul Sartre nos recordaría que el real peligro de la situación no se encuentra en la falta de libertades, sino en la aterradora abundancia de libertad. La paradoja que presenta el COVID-19 es que el esfuerzo individual es inútil sin el esfuerzo colectivo, pero, como seres separados, no tenemos control sobre las decisiones ajenas, por lo que nuestros propios esfuerzos se pueden sentir vanos.
Podemos depositar nuestras esperanzas en la imposición de las medidas por parte de los militares, ya que más allá de los individuos, hay entidades civiles que velan por dicho cumplimiento. Sin embargo, como diría Sartre, “el infierno es los otros” y no tenemos poder sobre las decisiones de otros civiles, el Estado, los militares, la iglesia o cualquier otra entidad donde decidamos depositar autoridad. Por tanto, la pregunta “¿qué harán los demás?’” no tiene lugar en una decisión auténtica.
¿Qué es, entonces, una decisión auténtica? La respuesta popular es considerar a la razón como el mejor agente para la toma de decisiones, dadas todas las facilidades que nos ha otorgado la ciencia. Ahora bien, para el filósofo danés Soren Kierkegaard, la vida es demasiado compleja para tener una regla magna que se aplique a toda situación moral, ya que, aunque la razón pueda proporcionar una decisión más “fácil”, esta no nos otorga lo que realmente buscamos: significado. Este solo se encuentra al reconocer por qué tomamos cierta decisión y, de esa manera, la decisión se vuelve nuestra. Aquellos que viven bajo la dictadura de la razón (o la ética, o la religión, o la ley) no podemos tomar decisiones porque la razón toma la decisión por nosotros. No hay verdad objetiva que recibir mediada a través de una autoridad, “la verdad es subjetividad” que solo se obtiene cuando vamos directamente hacia la decisión. Nuestro único mediador debe ser la introspección, una herramienta que utiliza cada peruano en su propia medida.
Sartre ofrece una anécdota que ejemplifica con perfección lo discutido.
“Un joven se encontraba en una encrucijada. Podía enlistarse en la armada durante la Segunda Guerra Mundial y pelear por una causa en la que creía justa y correcta, pero también tenía una madre anciana a la cual él era el único que atendía, si iba a la guerra tendría que abandonarla y probablemente no la volvería a ver. El joven sintió un gran sentido de deber a tanto su causa como a su madre, pero solo podía salvar una. En la guerra, sería una pequeña ayuda a una gran causa, su contribución no sería notable, pero estaría contribuyendo a algo que afecta a millones de personas; pero si se queda con su madre, haría una enorme diferencia en la vida de una sola persona.”
El punto de la anécdota, según Sartre, es que nadie le puede decir a ese joven cuál es la decisión correcta.
Con estas implicancias, el autor no propone invalidar la ley, sino solo ofrecer la idea de que dicha validez es otorgada por nosotros y no algo tangible o inamovible; y de igual manera para la razón o la moral. El caso del COVID-19 es singular. A todos se nos ha asignado una nueva responsabilidad que se enfrenta a nuestras libertades personales. El presidente ha tomado una decisión al respecto y muchos peruanos han tomado otra como consecuencia. No pensemos que el Estado ha decidido por nosotros; reconozcamos que seguimos decidiendo cada día de la cuarentena. Solo mediante la introspección podemos entender nuestra decisión e, inadvertidamente, fortalecerla.
Edición: Paolo Pró