Keiko Fujimori y Pedro Castillo, desde lados opuestos del espectro político, representan una amenaza a nuestra frágil institucionalidad democrática. Entre una derecha manchada de corrupción y negacionista de los delitos del fujimontesinismo y una izquierda anacrónica que defiende proyectos autoritarios y que esperó a última hora para hacer un plan de gobierno, el panorama es desalentador.

El debate presidencial en Chota fue el primero de los dos que se realizarán durante la campaña de segunda vuelta. Fuente: Francisco Vigo/AP/Picture Alliance

Ante la creciente polarización, muchos votantes se encuentran en una encrucijada. “Tibio” parece ser un término de moda. ¿Se justifica tildar así a aquellas personas a las que les cuesta encontrar un mal menor? Parece haber muchas razones para oponerse a ambos.

Para empezar, el respeto a los derechos humanos no es el fuerte de ninguna de las dos agrupaciones. Por el lado de Fuerza Popular, se quiere indultar a Alberto Fujimori, lo cual iría en contra del orden jurídico internacional, al ser un condenado por delitos de lesa humanidad. También están las sonadas declaraciones de su candidata respecto a las esterilizaciones forzadas, al maquillarlas como parte de un programa de planificación familiar, pese a las miles de denunciantes que hasta el día de hoy esperan justicia.

Perú Libre no se queda atrás. En su ¿ideario? se manifiesta abiertamente en contra del funcionamiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y de las ONGs de DD. HH que operan en el Perú, aduciendo intromisión extranjera. Su intención de indultar a Antauro Humala habla también de una validación de discursos de odio. Además, la cercanía de Pedro Castillo con miembros del Movadef (especialmente en la facción del Conare-Sutep del magisterio) es, por lo menos, inquietante.

Entre el populismo, admiración a proyectos dictatoriales, cercanía al negacionismo histórico, casos de corrupción, irresponsabilidad, el poco respeto a las instituciones y el rechazo al enfoque de género en la educación, ambas candidaturas son deplorables.

Las múltiples metidas de pata de ambos candidatos provocan en muchos votantes las ganas de reír para no llorar. Fuente: Bolavip.com

El mal menor varía dependiendo del cristal con que se mire. Perú Libre no tiene Plan de Gobierno y sus propuestas económicas son, en su mayoría, inviables. Ideas como destinar el 10% del PBI a la educación o bloquear algunas importaciones para “defender” la industria nacional muestran una improvisación que, en un contexto de crisis, puede llevarnos al abismo. La hiperinflación del Aprocalipsis es prueba del riesgo de aislarse del sistema económico internacional, en pos de una heterodoxia populista.

La agrupación tampoco presentó inicialmente propuestas formales para enfrentar el estado de emergencia sanitaria, lo cual, ante la latente posibilidad de una tercera ola de Covid-19, es inaceptable. Referirse a los equipos técnicos como algo “del pasado” y luego armar uno a última hora, presionado por la opinión pública, son actos que hablan por sí solos. Por último, su líder, Vladimir Cerrón, es sentenciado por corrupción y ha hablado abiertamente de sus ansias de quedarse en el poder.

Por otra parte, el fujimorismo sigue atentando contra la memoria histórica al manifestar su intención de borrar el término “Conflicto Armado Interno” de los textos escolares. Además, su lideresa está aún siendo investigada por lavado de activos y tiene aliados enquistados en el Poder Judicial. Su compromiso democrático es nulo, lo cual se evidenció en la manera en la que actuó como oposición a PPK/Vizcarra y en la forma en que, recientemente, buscó hacerse con el apoyo de América Televisión y Canal N, censurando a la ex-directora Clara Ospina.

Tiene equipo técnico pero mantiene en su círculo a personas como Ernesto Bustamante. Él fue uno de los que, en actos de mayúscula irresponsabilidad (más aún siendo científico), se prestó a la campaña de desinformación respecto a la efectividad de la vacuna de Sinopharm. Incluso, llegó a afirmar disparates como que esta producía “más Covid-19 que el placebo”. Tiene también grupos de choque como “La Pestilencia Resistencia” que cada vez recuerdan más a una milicia fascista, con saludo romano incluido.

Fuente: Diario La República

Esto no significa que lo mejor es viciar el voto. Cada quien puede considerar a uno como más peligroso que el otro por un sinnúmero de motivos: su actitud ante la prensa, ideologías políticas, propuestas económicas, la capacidad de copar el aparato estatal, planes para el manejo de la pandemia, entre otras. Pero de ahí a hacerle campaña entusiasta a su mal menor, como si se tratara de un(a) salvador(a) y una opción responsable y democrática, hay una gran diferencia.

Ni “el gobierno del pueblo” ni “salvar al Perú del comunismo” garantizan un mínimo de estabilidad en el próximo quinquenio. El 70% de electores apoyaron a una opción diferente en primera vuelta. Sin embargo, en vez de dar señales claras de responsabilidad y compromiso democrático, los partidos parecen simplemente esperar el voto “anti”, lo cual no ayuda si de representatividad se trata.

No se puede culpar a quien aún no decide, o a quién rayará la cédula con garabatos ilegibles. No se es “tibio” por exigirle un mínimo de compromiso a las dos alternativas. Y, sobre todo, el voto crítico se hace importante. Se puede elegir a quien parezca menos peligroso(a) pero desde la oposición, no defendiéndolos a capa y espada. Terminar siendo furgón de cola de un potencial autoritarismo sería lamentable.

Fuente: Red Florida Blanca

Se puede discrepar con la persona de al lado en cuanto a cuál es la alternativa menos mala, pero es posible aún, como ciudadanía vigilante, hallar puntos en común que serán relevantes en el gobierno de quien gane. El respeto a las instituciones, a la libertad de expresión y prensa, a los derechos humanos, al orden constitucional, la no-impunidad, un manejo económico responsable o el deslinde de sectores extremistas (de izquierda o derecha) son algunos de ellos. Al final, poner los principios en segundo plano representa una mayor tibieza.