A propósito del suicidio, solemos resolver que se desencadena por la detonación de una bomba de tiempo en el interior del hombre, llámese infortunio, pérdida o suceso indeseable. Alguien se sumerge, en una noche, en sus aciagas penas y sus argumentaciones lo ahogan. Siempre hay razonamientos; pues, hasta este gesto definitivo tiene sus propios motores. No hay persona que en son de humor no haya enunciado: «Si jalo este curso, se acabó todo». Hasta estas declaraciones conllevan su irónica verdad.
Determinar si la vida vale la pena de ser vivida o no fue un tema tocado por intelectuales como Albert Camus y F. Nietzsche. Sin embargo, ese cuestionamiento ha de ser una peligrosísima trampa para quien no cuenta con asideros adecuados. Decía Bernard Russel: «El hombre que no tiene ningún barniz de filosofía, va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo y en su país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el consentimiento deliberado de su razón. Para este hombre el mundo tiende a hacerse preciso, definido, obvio, los objetos habituales no le suscitan problema alguno, y las posibilidades no familiares son desdeñosamente rechazadas. Desde el momento en que empezamos a filosofar, hallamos por el contrario que aún los objetos más ordinarios conducen a problemas a los cuales solo podemos dar respuestas muy incompletas. La filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre. Así, el disminuir nuestro sentimiento de certeza sobre lo que las cosas son, aumenta en alto grado nuestro conocimiento de lo que pueden ser».
En otras palabras, el hombre ordinario deriva su sapiencia de aquello que escucha en los demás y lo que hay en sí mismo; este método conlleva lo irrefutable mientras todo sea conocido. Es como un círculo vicioso. Si todos dicen que esto es A, yo creo que es A, y dado que mi lógica me indica que es A, no hay nada que pruebe lo contrario. Un ejemplo de esta lógica aristotélica, pero ensimismada, es la del personaje Juan Pablo Castel en la novela El túnel de Ernesto Sábato. En ella no se relata la historia de un suicidio, sino la de un asesinato basado en conjeturas y en hipótesis rumiadas por el protagonista. Nuestro juicio sobre lo sensible a veces puede ser solo eso: conjeturas e hipótesis. Y como mencioné, estos juicios se arraigan más cuando se corroboran en la realidad infinitas veces.
Para el pensador abstraído, concluir sobre el sentido de la vida no es un asunto polémico; pues, para él, es frecuente tener una concepción inequívoca. El inconveniente se manifiesta cuando se consolidan ideas pesimistas como: este mundo es cruel, mi vida es un fiasco, soy esto, soy lo otro, el suicidio en este universo personalísimo puede aparecer como una alternativa o, peor aún, una salvación.
Entonces, ¿cómo sanear o evitar eso? Pues saliendo del laberinto creado. El recurso no es tomar Prozac, ni practicar yoga, ni dejar un grupo de amigos escandalosos. No. Esto no educa el perro negro que ladra y nos muerde ferozmente. El mejor remedio es cambiar nuestros paradigmas y dejar de lado todo modelo de pensamiento dogmático.
“Dogmático es aquel individuo que no admite que se discutan sus afirmaciones, opiniones o ideas. Haciéndose así, incuestionable”.
Lo cierto es que aquellos que deciden morir suelen estar muy seguros sobre el sentido de la vida y de lo que creen de sí mismos y de su entorno como Hannah Baker, quien justificó su veredicto tras ser violentada psicológicamente y violada sexualmente. En contraste, Karla Jacinto decidió vivir después de haber sido víctima de la pueril trata de personas, detalló que había sido violada alrededor de 43,200 veces en su corta edad. Hannah Baker se suicidó (en la serie), Karla Jacinto (en la vida real) no. Hacerlo o no depende del sentido que aún se mantenga o se renueve. Los samuráis terminaban con su vida cortándose el vientre (harakiri) para recuperar su honor, consideraban que el honor estaba por encima inclusive que su propia vida. La determinación de estos guerreros se basaba su creencia absoluta en el código ético del bushido lo que les exigía lealtad hasta la muerte.
¿Porque Chris Cornell se mató? Pues, si es que realmente lo hizo, debió ser por una congoja, un vacío existencial tal vez. El suicidio podría ser una decisión respetable como lo fue con el caso de los samuráis, sin embargo en estos tiempos no lo es, porque, desde un punto de vista sartriano, este afecta más al entorno de lo que parece. ¿Pensaban que el suicidio solo le concierne al que termina con su vida? Está demostrado que el suicidio es como una pandemia, brota un suicida en un pueblo y el vector se expande en el entorno. Los jóvenes imitan, los niños aprenden y, por poner un ejemplo reciente, hay menores que se animan a jugar el juego de la ballena azul. Este es un tema que debería preocuparnos, dado que la vida no es un juego que se reinicia al acabar la partida. Por ello, debemos tratarla con responsabilidad y con sabiduría. No detallo que el suicido sea indigno no, pero es lamentable cuando se hace por ignorancia.
Algunas cifras para iluminar el asunto: Según la OMS, en el Perú la tasa de suicidio de menores de 5 a 14 años es de 0.6% por cada 100 mil habitantes. “Y el rango de 15 a 29 años sube a 4,9% por 100 mil personas” afirma Yuri Cutipe, psiquiatra especializado en niños y adolescentes y director de salud mental del Ministerio de Salud.