Eran ya las 9 de la noche de un 24 de diciembre de un año cualquiera. El tío Joss había llegado luego de un largo viaje para reunirse con sus padres, hermanos y sobrinos, a quienes les encantaban los cuentos que su tío les contaba. Joss era un joven economista de 27 años. Soltero y con gran futuro. Trabajaba para el Estado (tal vez por eso seguía estando soltero). Tenía la ilusión de que las herramientas que le enseñaron en su profesión podían mejorar el bienestar de su país (tal vez por eso seguía estando soltero).
Llegadas las 10 de la noche, los niños le pidieron al tío Joss que cuente uno de sus maravillosos cuentos, aquellos que aplicaban la Economía a la fantasía, como si estas dos no fueran lo mismo. Los niños aprendían sobre la Teoría Cuantitativa del Dinero y la Oferta Agregada de Lucas y eran felices en aquel mundo de ilusión donde la ‘mano invisible’ regulaba el mercado. El día de hoy – exclamó el tío Joss – les tengo un hermoso cuento de Navidad recién sacado del horno (como los memes). Los niños se alegraron tanto que decidieron dejar de hacer todo aquello que no aumentaba su utilidad marginal para ir a escuchar la gran historia que les tenía el tío Joss.
Había una vez, una ciudad llamada Villa Actual. A todos los que vivían en Villa Actual les gustaba mucho celebrar la Navidad. El libre mercado era disfrutado por aquellos quienes sabían que tenían que hacer sus compras con anticipación, pues en tiempos de abundancia los precios son menores que en los tiempos de escasez. Preferían salir a hacer sus compras antes de que las combis anuncien el cobro de 50% más en los pasajes y que la aglomeración de personas se adueñe de su Centro Comercial llamado Gamarra.
En esta ciudad existía un Grinch. Aquellos que lo conocían lo llamaban PPGrinch porque le gustaba arruinar navidades (cualquier parecido con la realidad es PURA coincidencia). Este Grinch odiaba a todos, y más en estas fechas debido al gran ruido que generaban al acudir a los Centros Comerciales y al reproducir el mismo disco de Los Toribianitos, además de la maratón de Mi Pobre Angelito. Mr. Grinch empezó a cuestionarse si había una posibilidad de evitar la Navidad de forma legal. En ese momento, sus ojos se iluminaron… parecía haber encontrado la respuesta… “¡externalidad!” – exclamó.
Empezó a buscar sus libros de texto que había adquirido en Crisol, cuando aún tenía descuento como estudiante de la mejor universidad de Economía de Villa Actual y sabía que debía luchar en contra de las ideas de Pigou. Esta idea le gustaba. “¡Un impuesto!” – gritó. Un impuesto que sea igual al costo externo de soportar el ruido generado por todas las personas que ya no coreaban las canciones de Bad Bunny, sino la de Los Toribianitos. En el margen, todos debían darle una compensación a cambio del ruido que generaban o, de otro modo, no hacerlo. Debido a que había bajos costos de transacción y un alto valor que le asignaban los pobladores a la celebración de las fiestas, él sabía que era la solución adecuada. Caso contrario, él tenía el poder para detener todo.
En Nochebuena, el malvado Grinch fue a la ciudad y robó todos los regalos y preparativos para la fiesta de Navidad. Se llevó hasta el vale de pavo San Fernando que una familia muy humilde no fue a canjear y llenó su trineo de todo aquello que había robado. Limpió la ciudad. Se llevó todo. Hasta el cerebro de algunos congresistas de Villa Actual. Todo. “Este es un impuesto muy eficaz para los pigouvianos” – pensó.
Los aldeanos estaban muy tristes. Así que llamaron a un joven economista que recién se había graduado, pero que había pasado con 19 su curso de Economía y Derecho en la mejor universidad de Economía en Villa Actual. El joven fue a casa del Grinch y, luego de citar a Montesquieu, Aristóteles y a Condorito, le dijo: “Tienes que devolverles sus cosas a los aldeanos. No tienes derecho a llevártelas. Sabemos que son ruidosos en estas fechas pero si no te gusta la Navidad, entonces eres tú quien debería pagar. Estas personas estuvieron aquí desde hace mucho, la tradición navideña se celebra generación tras generación. Ellos son dueños de los derechos de cantar, hacer ruido y colgar luces navideñas desde tiempos inmemorables. De hecho, los costos de su alegría te han ayudado a ahorrar. Este probablemente sea equivalente al precio de tu cueva”.
El pobre Grinch estaba abatido y molesto. Sabía que había perdido. Sabía que él era la fuente de aquel costo externo. Entonces, se puso a llorar. Los aldeanos, al ver cómo sufría, decidieron indultarlo y lo invitaron a formar parte de su fiesta navideña. Le enseñaron que la temporada de verano trae consigo abundancia en ofertas especiales de todo aquello que no se vendió en Navidad y Año Nuevo. Fin.
Ya eran las 11:30 de la noche. Los niños estaban con lágrimas en los ojos. ¡Qué gran lección de Economía les había dado el tío Joss! A partir de entonces, los niños no dejan de reflexionar, mientras el día se convierte en noche, sobre Economía y los Derechos de Propiedad.