El año nuevo es una época de renovación y optimismo. Es un momento para dejar atrás el pasado y empezar de nuevo, dar paso a un “renacimiento personal”. Así, los primeros días de enero son la temporada en la que todos somos repentinamente golpeados por una ola de resoluciones, aspiraciones deslumbrantes y el impulso revitalizador de ser nuestra mejor versión. Pero, ¿es este impulso de los nuevos comienzos suficiente para que realmente cambiemos nuestras vidas?
¡Año Nuevo, Mismos Propósitos!
Nuestros cerebros, habituados a la rutina, deciden que el primer día del año es como presionar el botón de reinicio en un videojuego. Decidimos que todo puede cambiar en un instante. De repente, las personas están corriendo hacia gimnasios, comprando batidos verdes y leyendo libros que prometen revolucionar sus vidas. ¿Será esta la fórmula mágica que lleva al éxito personal? #SpoilerAlert: no exactamente.
Ahora, no me malinterpreten, el impulso de fin e inicio de año es admirable. Es maravilloso ver cómo la sociedad se anima con esperanzas renovadas y ganas de mejorar. Sin embargo, ¿por qué esperar al 1 de enero para intentar ser una mejor versión de uno mismo? ¿Acaso el resto del año se convierte en una especie de limbo donde el progreso personal es tabú?
El impulso inicial es innegablemente tentador. El pensamiento de un cambio rápido y dramático parece emocionante, como si pudiéramos reinventarnos en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, la realidad suele ser menos alentadora. Las resoluciones a menudo se desvanecen tan rápido como aparecieron, dejándonos con una sensación de decepción y un sentido de falta de voluntad.
El encanto del cambio instantáneo y las razones detrás
Las resoluciones de Año Nuevo, más allá de ser simples deseos, tienen una base psicológica profunda. La necesidad innata de cambio es inherente a la condición humana; anhelamos mejorar, evolucionar y progresar. Estas resoluciones actúan como un efecto placebo, donde la fe en nuestro potencial para cambiar desencadena un impulso positivo en nuestra psique durante solo 1 o 2 semanas.
Además, el ritual asociado con el Año Nuevo, arraigado en la antropología cultural, proporciona una estructura simbólica que nos permite marcar el comienzo de un nuevo ciclo y nos impulsa a comprometernos con nuestras metas de manera más enfocada o eso en teoría. Este ritual otorga un sentido de pertenencia, comunidad y continuidad, brindando un marco poderoso para nuestro viaje personal hacia la transformación.
El desafío continuo
Hablemos claro, nuestras resoluciones de año nuevo son como esos fuegos artificiales que brillan intensamente por un breve momento para luego desvanecerse en la oscuridad. ¿Por qué no perduran? ¿Por qué son necesarios estos “reseteos temporales” para auto impulsarnos a un cambio para mejor? De hecho, ¿son realmente necesarios?
Imaginen si cada día fuera una oportunidad para trabajar en nuestras metas y sueños. No se trata de menospreciar la fuerza impulsora del Año Nuevo, sino de reconocer que el progreso no tiene una fecha de caducidad. La consistencia y el compromiso diario pueden superar el deslumbramiento de las resoluciones momentáneas.
Por tanto, les presento este desafío: ¿y si redefinimos el concepto de resoluciones de Año Nuevo? ¿Y si optamos por un enfoque más realista y sostenible para el cambio personal? ¿Qué tal comprometernos a metas alcanzables y trabajar en ellas constantemente?
Ahora bien, este no es un llamado a abandonar sus objetivos de año nuevo. Es más bien una invitación a reflexionar sobre el poder del cambio gradual y constante ya que el impulso de los nuevos comienzos es como un placebo: nos da la esperanza de que todo va a salir bien, pero si no hacemos nada para lograrlo, no va a pasar nada.
Edición: Cristóbal Contreras