La palabra tiene un gran poder. En el contexto reseñado, las palabras, lejos de ayudar tienen un efecto contraproducente.
Por ejemplo, empezar diciendo que el Congreso es la institución más corrupta del Perú (conjuntamente con la Policía Nacional y el Poder Judicial por cierto) no permite apreciar el asunto en su real dimensión. Las instituciones no son corruptas porque las instituciones no existen, son estructuras – palabras – construidas.
Lo mismo ocurre con los términos sociedad (a la cual se agrega ahora la palabra civil) o empresa. En la coyuntura descrita son excusas para no asumir lo que es de nuestra responsabilidad; ¿cómo mejorar nuestras instituciones? ¿En qué debemos cambiar como sociedad? O ¿cuál es rol de la empresa en la lucha contra la corrupción? Son ejemplos palpables de algo que nos corresponde a todos como personas. Parafraseando, ¿cómo mejorar como personas? ¿En qué debemos de cambiar como personas? O ¿cuál es el rol de la persona en la lucha contra la corrupción? Cambia ostensiblemente la situación y da otro panorama ¿o no?
Puede parecer un poco simple y poco contributivo lo antes mencionado; sin embargo, – en mi entender – es el comienzo de cómo se enfrenta el problema. Poner excusas o barreras como palabras tan difusas (sociedad civil, instituciones, empresa) nos hace alejarnos y no hacernos responsables.
Mi posición en toda lucha contra la corrupción empieza por asumir mi rol como persona; en qué fallo, qué puedo aportar, cómo puedo mejorar.
A propósito de esto me gustaría traer a colación una situación que quizá ustedes también hayan podido percibir, sobre todo quienes viven en Lima. Si bien el tránsito sigue siendo infernal – lo cual dice muy mal de nuestra forma de ser como individuos – de un tiempo a esta parte se están dando mejores prácticas en la manera cómo conducimos, aunque un poco aisladas. Sí, hay más gente que cede el paso, hay – claramente – un respeto hacia el otro (cuando antes ni existía). Si no lo ha notado, fíjese bien y lo percibirá sin duda alguna.
Lo antes mencionado guarda mucha importancia porque reafirma la relatividad de los conceptos.
En efecto, al igual que las palabras “sociedad”, “instituciones” o “empresa”, la corrupción también es un término. No obstante, tanto para lo que implica la corrupción para que todo lo que supone la ética – como término que contiene lo antónimo – lo que se vive es, como dije anteriormente, un halo, un clima algo mucho más trascendente. Quizá sea muy difícil de explicar lo que pretendo sostener en este párrafo, es más fácil percibirlo.
Nuestra existencia actual, tal vez porque vivimos más rápido, porque hay más estrés, porque hay más riesgos, es sin duda muy distinta a la que experimentaron nuestros padres o abuelos. No hay forma de hacer visible esa situación, pero creo que casi nadie pondría en duda que los tiempos actuales son, bajo los parámetros explicados anteriormente, distintos.
Lo mismo ocurre con la corrupción y eso puede tener muchas explicaciones. Una de estas posiblemenete son los diversos estímulos a los que nos exponemos (las noticias, por ejemplo) que hacen que percibamos todo de una manera de acuerdo con eso y concibamos una realidad que tal vez no existe. Estoy convencido que si, hipotéticamente, variáramos un poco el tono de los contenidos en los medios, cambiarían las percepciones y el clima adverso a la corrupción se instalaría. Al igual que las palabras, la mente es muy poderosa y la sola percepción de un ambiente distinto, favorablemente ético y no tan gris como el que vivimos sustentaría de muy buena manera el cambio que necesitamos.
El ejemplo del tránsito colabora mucho en señalar que al ver un pequeño cambio en la forma de conducir de algunas personas, el ambiente mejora y parece indudablemente haber mejorado todo. Como ocurre, también hipotéticamente, cuando la selección de fútbol o de vóley tienen un gran triunfo: ¿en realidad cambió algo? No, sigue la misma realidad, pero no cabe duda que el ambiente es distinto.
Eso que no puedo explicar hasta ahora y que espero que hayan podido percibir se resume también en una sola palabra que yo identifico como “mística”. Mística es eso que tienen las instituciones, las empresas, las sociedades y es lo que debemos lograr. No hay forma de explicar cómo una persona se esfuerce – incluso más de lo que justifica su salario – para empujar a la empresa en la que labora a ser la mejor. Puede que esta persona sea un empleado sin ningún interés directo (como un accionista por ejemplo), pero el esfuerzo y el compromiso son claros. Precisamente la suma de esos esfuerzos y compromisos que solo se logran con un adecuado liderazgo inspirador, son lo que generan la mística en la empresa.
Los seres humanos aún no hemos aprendido a comunicarnos – me refiero a todos – de una manera que no implique un lenguaje; sin embargo, ese contagio de lo positivo (y también lo negativo desde luego), eso trascendental a lo que he llamado como mística es la base de la derrota de la corrupción; el efecto mariposa…