Sophia es actriz. Viste siempre abrigos largos de un solo color que combina sutilmente con los guantes de cuero y los lentes de sol que rara vez deja de lado, así se encuentre dando una conferencia, o brinde alguna entrevista en las costas de Mallorca. Mario Guzmán, el encargado de agendar las actividades de Sophia, explica que ella suele contestar con monosílabos, pero hay raras ocasiones en las que suelta una respuesta que no ha sido programada. “Hace poco estábamos en Las Vegas” —recuerda Mario— “y a la gente le dio por preguntarle operaciones matemáticas, hasta que ella dijo: no soy una calculadora”. Si bien su interacción y su autonomía son muy limitadas, lo cierto es que Sophia está atenta a lo que sucede a su alrededor.
Lo que diferencia a Sophia de Alexa o Siri es que ella tiene un cuerpo. Medio cuerpo en realidad, pues no tiene piernas. Guzmán señala que su aspecto físico se denomina “valle inquietante”: es lo suficientemente realista para parecer humana, y, a pesar de que hace gestos bastante logrados, tiene reacciones que dan miedo. Aun así, la gente se anima por hacer más preguntas a un robot de cuerpo entero, con cara y ojos. Los encargados del funcionamiento de Sophia aseguran que “ocupar un cuerpo puede ser la mejor forma para que una inteligencia artificial desarrolle conocimiento sobre el mundo”. Para el escritor de ciencia ficción James Barrat, en Nuestro último invento: la inteligencia artificial y el fin de la era humana, el cuerpo sirve para interactuar con el entorno y aprender de él, de modo parecido a cómo hemos hecho los humanos. La ciencia ficción se vuelve realidad al construir una ficción en la que Sophia puede hablar y moverse a su gusto, incluso si sabemos que necesita de mucha programación para lograr pronunciar una sola palabra.
A pesar de los increíbles avances humanos que ha logrado dominar Sophia, no ha sido ajena a las críticas. Se juzga mucho su manera de exagerar el comportamiento humano. Tal como lo explica el informático Noel Sharkey, Sophia es un “robot de espectáculo que tiene cierta capacidad de reconocimiento de rostros y un motor de chatbot rudimentario”. En la empresa en la cual Sophia fue fabricada, Hanson Robotics, Ben Goertzel destaca que ella es capaz también de reconocer emociones y que sus movimientos son generados por redes neuronales. Muchos afirman que es muy posible que Sophia tenga cierto grado de conciencia, pero hay quienes también opinan que para un robot jamás podrá adquirir conciencia así desarrolle una inteligencia a la de los seres humanos. ¿Es posible que Sophia tenga conciencia?
Daniel Dannett, filósofo norteamericano, mantiene una posición optimista al respecto. En su libro La conciencia explicada, trata de responder a la pregunta del millón: “¿se puede considerar una serie de funciones llevadas a cabo por chips de silicio algo similar a una experiencia consciente?” Apunta que es igual de complicado tratar de compararlo con las interacciones electro-químicas de las neuronas, pues “en ambos casos son sistemas complejos que procesan información”. El filósofo australiano, David Chalmers, afirma que la conciencia no se puede explicar solo a partir de procesos físicos. Chalmers es un fiel defensor de la reciente idea de los “zombis filosóficos”, que plantea la idea de persona igual a un humano cualquiera en comportamientos y movimientos similares, incluso ser capaz de mostrar tristeza o alegría, pero sin ser consciente de lo que le ocurre, tal como un zombi (en este caso, como un robot programado).
Tratar de entender a Sophia es también indagar sobre nuestro propio comportamiento. Por ejemplo, ¿somos esclavos de nuestros pensamientos? En su Ética, Spinoza apunta que: “Los hombres se equivocan, en cuanto piensan que son libres; y esta opinión solo consiste en que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas por las que son determinados”. En un panorama más actual, el pensador israelí Yuval Noah Harari, reflexiona que en un futuro inmediato, los robots obligarán a las personas a reinventarse cada diez años. El problema que se plantea el historiador israelí va más allá del hecho de crear robots, pues cree que la verdadera amenaza son los avances en inteligencia artificial, llegando incluso a establecer dictaduras digitales. Sostiene que “en el futuro, al combinar nuestro creciente conocimiento biológico con la inteligencia artificial avanzada, los sistemas externos podrían conocerte mejor de lo que tú mismo te conoces y controlarte y manipularte con una eficiencia sin precedentes”.
¿Será capaz Sophia de conocernos mejor que a uno mismo? El primer prototipo de robot con cierta conciencia ha causado intrigas e interrogantes —tanto en el campo científico como en el filosófico—, y no cabe duda de que con el avance tecnológico sus funciones actuales serán ampliamente superadas. Si sus creadores no limitan su desarrollo artificial, será un hecho que este nos terminará por dominar a todos.
Edición: Paolo Pró.