Cuando hablamos del arte, cada uno tiene una serie de gustos y elecciones a lo que música, artes plásticas o visuales se refiere. Pueden gustarte o no. Pero ese proceso de elegir lo que me gusta o no me gusta está condicionado por una serie de factores contextuales que parten desde la formación de uno como persona. Vale hacerse la pregunta: ¿realmente nos gusta lo que nos gusta porque nos gusta? ¿Hacemos ejercicio de nuestro libre albedrío?
Aquí comienza a tallar la libertad de elección sobre lo que nos gusta o no nos gusta. Dentro de las múltiples variables que definen el gusto estético de una persona hace falta una reflexión sobre los cambios en nuestras sensibilidades en los últimos años. Para esto es importante reconocer que en esa elección musical, y artística en general, incide una jerarquía de valores procedente de nuestra formación, contexto socioeconómico y otro tipo de variables como lo señala José Jorge de Carvalho en su texto sobre la nueva sensibilidad musical contemporánea que estamos construyendo. Y se construye todos los días, a cada instante.
Dentro de los factores que inciden en nuestra elección musical están: la tecnología, la performance, la forma en la que recibimos la música y la propia identidad en construcción.
Tal vez uno de los factores que más incide en las decisiones que tomamos es el de la globalización. Por intermedio de las plataformas musicales de streaming como Spotify, Apple Music, Tidal, entre otras; hemos podido tener acceso a música de diversos orígenes, muchas veces de estéticas originadas en contextos totalmente ajenos al nuestro que, sin embargo, han logrado calar en nosotros de manera profunda ya sea por su mensaje o por su armonía.
El filósofo Darío Sztajnszrajber nos habla también del encuentro con el arte a través del amor. En el primer volumen de su libro “Filosofía a Martillazos”, nos invita a hacer una reflexión sobre el uso de la razón. Al momento de elegir la música que nos gusta incide el amor. Existen diversas razones por las cuales uno puede gustar de una canción en específico por sobre otras, pero la verdad es que inciden nuestra filia y nuestro eros. La justificación que damos a posteriori sobre por qué nos gusta una canción ya está condicionada. No existe una decisión a la que le preceda la razón, sino que más bien, nosotros buscamos –después– una justificación: la letra, la música, el tono, la instrumentación, el mensaje…
Quizás esta pesada reflexión pueda tornarse más sencilla con ejemplos personales y breves explicaciones al respecto.
Puedo señalar que me siento especialmente atraído por la música de la banda norteamericana Foster The People. ¿Por qué? Puedo argumentar que es por su letra, su mensaje o sus progresiones melódicas en varios de los puentes de sus canciones antes de llegar al coro.
¿He sido realmente libre al tomar una decisión de esta naturaleza? Respuesta directa: no. He venido condicionado por una ruta musical que parte desde mi propia formación musical en la música sacra, la música barroca, pasando por el rock clásico de Queen y Aerosmith, llegando hasta U2, Coldplay y Radiohead, por lo que la selección de una simple canción viene determinada por su historial, pero también por su contexto.
¿Qué me llevaría a mí a seguir esa ruta? Además de mi propia formación musical, el relacionamiento con mis pares, la validación de los gustos a través de la espiral del silencio y el vínculo emocional que tengo yo con la banda norteamericana liderada con Mark Foster, mi identificación con su personaje, sus ideas; es decir, una concepción positiva de su(s) producto(s) y de lo que representa artística y socialmente.
¡La objetividad! Muchas personas juran que sus gustos y decisiones son totalmente objetivos, personas de ciencia dicen. Hoy sabemos que no es factible la objetividad pura al colocarnos frente a cualquier sujeto u objeto. Incluso, desde la perspectiva del Big Data & Analytics o la Transformación Digital, la objetividad ante el tratamiento de datos no goza de una neutralidad, ya que existe un sesgo del programador y de la codificación de su sistema, como señala Diego Vallarino para Forbes. De igual forma, podría nombrar múltiples disciplinas en las que la objetividad pura no es más que un concepto relativo a la idoneidad, una dimensión creada como concepto, pero que no tiene asidero en la realidad. ¿Por qué? Porque para ello se requiere acercarnos al mundo sin el sujeto, desde el abandono de la mirada propia al analizar y juzgar lo que tengamos al frente. Para eso es necesario despojarnos de nosotros mismos. ¿Podrías dejar de ser tú para analizar la música –o lo que sea a lo que te veas expuesto(a)– y elegirlo(a) por sobre otros(as)?
Mi inclinación positiva por el producto artístico de Troye Sivan, también viene determinada no solo por variables vinculadas a mi formación artística, sino también a la cultura en la que estoy inscrito. Solo podría otorgarle una valorización neutra si es que me deshago de mi mismidad y me aproximo desde el exterior a su obra, es decir, desde la otredad. Mirar desde un otro que no es nadie. Difícil, ¿no?
Immanuel Kant señala en su “Crítica de la Razón Pura” que, para acercarnos a cualquier tipo de objeto o sujeto, estamos a merced de nuestro propio acto de síntesis. Esto requiere una vinculación entre nuestro propio bagaje cultural y nuestro contexto, y el objeto o sujeto en cuestión, solo cognoscibles a través de nuestros sentidos, viciados según la filosofía cartesiana.
Yo me considero un gran admirador del charango peruano, especialmente de la performance de Jaime Guardia, hábil maestro del charango. ¿Existe una vinculación emocional entre el charango y la identidad peruana? ¿Entre la peruanidad y yo? ¿Entre la peruanidad y tú, lector(a)? Dejo abajo una canción del maestro Guardia y pregunto: ¿En verdad eres libre de elegir lo que eliges? ¿Te has puesto a pensar en qué tan libre eres al tomar las decisiones de tu día a día? La respuesta es tuya.
Edición: Kelly Pérez.