A propósito del día de San Valentín, muchos de los que estamos solos y encerrados nos preguntamos si será así para siempre o si en algún momento encontraremos a nuestra “media naranja”. Como es costumbre, los economistas no somos ajenos a estos fenómenos que tumban nuestras teorías y supuestos para demostrar que los agentes somos, por naturaleza, irracionales. De todas maneras, desde una perspectiva económica, trataremos de analizar este fenómeno llamado amor.
Primero, es importante saber ¿por qué se habla del amor en la economía? Este es un recurso escaso y esta ciencia estudia, entre otras cosas, la asignación de los recursos escasos. Además, podemos verlo como una inversión de tiempo, dinero y sentimientos; por tanto, considerar las principales estrategias que nos hacen exitosos en las finanzas sería una buena forma de alcanzar el “éxito” en el amor.
“Si no vives peligrosamente, no vives.”
El amor es una inversión riesgosa, por lo que hay tantas probabilidades de ganar como de perder. No podemos tener certeza absoluta de que una inversión será favorable, pero se puede reducir las posibilidades de fallar al tener información sobre el instrumento en el que vamos a invertir. Es importante considerar que los vehículos de inversión más atractivos podrían ocultar mayor riesgo de pérdidas y que una estrategia de largo plazo puede rendir buenos dividendos. Para no pinchar el globo de los corazones enamorados omitiremos las típicas: “más es mejor que menos” y “diversificar el portafolio para reducir el riesgo”, pero son estrategias que sabemos que existen y funcionan en las finanzas y en el amor.
“Para cada roto, hay un descosido.”
El amor pertenece a uno de los mercados más imperfectos que existe: el mercado sentimental. Difícil definirlo como una competencia perfecta porque sabemos que no cumple varios de los supuestos para que así sea. Por ejemplo, la inexistencia de barreras de entrada y de salida, que supone una competencia perfecta, se rompe con la presencia de padres sobreprotectores o hermanos celosos. El supuesto de homogeneidad del producto que se asume en este tipo de mercado se rompe con solo vernos y reconocer que somos diferentes y que cada uno tiene un conjunto de atributos que lo distingue. La existencia de información perfecta no existe, pues quién sabe si el amor de mi vida está recién naciendo al otro lado del mundo y yo aún no me entero.
Desde el punto de vista de la economía, sabemos que un agente tiene una serie de necesidades relacionadas al amor como la compañía, afecto, cuidados, protección, entre otros. Todos las demandamos, pero, también, las ofrecemos. Cada persona posee un paquete propio de atributos. Asumiendo monogamia, cuando una persona se enamora quiere decir que encontró a esa “media naranja” que tiene la capacidad de proveerle única y exclusivamente de estas características.
Aun así, el tema es complejo de comprender. Enamorarse implica aceptar una relación de monopolio con algún proveedor de los atributos que estamos buscando. Sin embargo, los monopolios pueden vender a precios altos y cantidades menores a las que ofrecerían si tuvieran que enfrentarse a una competencia mayor. Es decir, estar enamorado implica aceptar que tengo un proveedor de pan y me comprometo a comprarle solo a él.
En un escenario ideal, amor con amor se paga, si y solo si, A está enamorado de B y viceversa. Es decir, estaríamos ante un modelo de doble monopolio bilateral, donde solo hay un vendedor y un comprador. Esto pasaría si yo solo le puedo comprar a mi panadero de confianza y él únicamente me puede vender a mí. Según la teoría económica, los resultados de este modelo de mercado son indeterminados, ya que depende de la capacidad de negociación entre las partes. Aun así, es conocido que, en un monopolio, la cantidad de bienes intercambiados será menor que en libre competencia. Por tanto, si suponemos que se trata de una relación típica, el precio que se estaría pagando es muy alto.
Es difícil definir este mercado como un monopolio, ya que esto supone la inexistencia de bienes sustitutos y la presencia de barreras de entrada y de salida, que, si bien puede haber, no necesariamente son un limitante para iniciar o finalizar una relación amorosa. Además, cada individuo es comprador y vendedor a la vez. En una relación ideal, el demandante es, a su vez, el único que ofrece el producto y el ofertante es, también, el único demandante. Sin embargo, sabemos que, en la realidad, esto no es así.
“Tú nunca haces nada.”
Dado que los individuos difieren en sus preferencias, será muy complicado encontrar situaciones de monopolio bilateral simétrico; es decir, difícilmente las “medias naranjas” formarán una naranja perfecta, lo normal es la asimetría. Algunos motivos, como que una de las partes está más a gusto que la otra o, en término económicos, que uno de los agentes pague más que el otro, son suficientes para una ruptura. Así, se evidencia la búsqueda continua en la esperanza de encontrar la simetría ideal que, estadísticamente, es inalcanzable.
Pero no nos desanimemos, no buscamos perfección, ¿cierto? Si estás enamorado, aprovecha las eficiencias que puede generarte y, si no, recuerda que el amor es un riesgo y está lleno de irracionalidad. El amor perfecto no existe y, quizá, la soledad se enamoró de ti y no te quiere ver con nadie más que no sea ella o ¿será que Cupido también se olvidó de ti?
Edición: Claudia Barraza