Justos pagan por pecadores. Para muchos las vacaciones de verano han significado un relajo en la lucha contra el COVID-19, pero no para el personal de salud. Con la segunda ola cerniéndose sobre nosotros, la labor de los trabajadores de primera línea está lejos de terminar.
A poco de cumplir un año enfrentando a la pandemia en Perú, las condiciones laborales en los establecimientos de salud no son las ideales. A la fecha, de acuerdo al Colegio Médico del Perú, 262 médicos han fallecido por COVID-19 y 30 se encuentran en UCI. Además, trabajar horas extra, bajo presión, con una responsabilidad familiar a cuestas y, en algunos casos, sin los insumos y facilidades para poder tratar a un paciente, puede ser algo devastador para la salud mental.
Imagina salir de casa sabiendo que podrías retornar a ella con una carga viral lo suficientemente alta para contagiar a tus seres queridos. Con esto en mente la University of Utah Health realizó un estudio psicológico en Estados Unidos con 571 trabajadores de primera línea entre abril y mayo. De ellos, 56% resultaron positivos para por lo menos un desorden de salud mental. Los más comunes fueron: uso problemático de sustancias alcohólicas, insomnio y depresión. Asimismo, detectaron que el riesgo de generar uno de estos desórdenes es más alto en el personal que estuvo expuesto al virus o que se encuentra inmunocomprometido.
Un estudio similar fue conducido por el King’s College en Reino Unido. Ellos analizaron a 709 miembros de Unidades de Cuidados Intensivos en 9 localidades en Inglaterra entre junio y julio. Preocupantemente, el 45% de ellos pasaron el umbral de significancia clínica para ser diagnosticados con por lo menos un desorden de salud mental. Los más comunes en este estudio fueron: trastorno de estrés post-traumático (PTSD por sus siglas en inglés), ansiedad severa y uso problemático de sustancias alcohólicas. Más alarmante aún, el 13% del personal comunicó haber tenido pensamientos referentes a su propia muerte o a autolastimarse en las dos semanas previas al estudio.
Con base en estos resultados, el profesor de Defensa de la Salud Mental Neil Greenberg nos advierte acerca de la posibilidad de que muchos miembros de la primera línea de defensa sufran de “daño moral”. Este término se refiere a un daño en la conciencia moral y a un cambio negativo en cómo uno se percibe a sí mismo como consecuencia de un evento traumático. “Hicimos lo mejor que pudimos con lo que teníamos disponible pero no fue suficiente” es una frase que puede retumbar bastante dentro del subconsciente de un médico y es la semilla para el daño moral. Greenberg advierte que esto se ve exacerbado por la falta de equipos y medicinas que muchos países y centros de salud afrontan en sus alas UCI.
Si bien el daño moral no es de por sí una enfermedad mental, sí puede ser un potenciador o iniciador de alguna. Los síntomas del daño moral incluyen intensos sentimientos de culpa o vergüenza que pueden catalizar un cuadro de depresión en una persona. Es sumamente necesario que las autoridades a cargo de personal de salud realicen chequeos constantes en sus trabajadores. No sólo por su propio bienestar, sino con el fin de asegurar la calidad de su trabajo. Una persona que está sufriendo algún tipo de desorden posiblemente no se desempeñe de la misma forma que lo haría en otro escenario. Esto es crucial considerando las vidas que están en juego.
Por fortuna, no todo son malas noticias. Con el avance de la pandemia se ha registrado además una tendencia hacia la disminución de casos de personal médico que sufren por estos desórdenes. Utah University Health nos afirma que a medida de que más casos de COVID-19 son tratados también se reduce el nivel de ansiedad que enfrentan los especialistas. Aún así, es necesario mantener la guardia alta e intentar no sumarle más estrés a estos héroes sin capa.