La fascinación del 45º presidente de EE.UU., Donald Trump, por su par ruso, Vladimir Putin, es tan evidente como preocupante. Esta admiración lo ha llevado desde preguntarse si “se convertiría en su nuevo mejor amigo” si se conocieran, hasta incluso justificar los asesinatos del Kremlin. Por su parte, Putin ha reaccionado de forma recíproca en algunas ocasiones, calificando a Trump como “brillante, muy pintoresco, talentoso: un líder absoluto”. Además, de acuerdo con las agencias de inteligencia de EE.UU., Putin intervino en las elecciones presidenciales norteamericanas al ordenar el hackeo y difusión de miles de correos del Comité Democrático Nacional, con el objetivo de reducir la confianza pública en el proceso electoral y además favorecer las posibilidades del candidato republicano.
¿Qué es lo que realmente buscan de este bromance vínculo? Para Trump, llevarse bien con Rusia sería fantástico. Más aún, sabiendo que en cualquier negociación tiene como apalancamiento el levantamiento de las sanciones económicas impuestas en 2014 tras la invasión y anexión de Crimea. En primer lugar, considera que Putin sería un aliado formidable para combatir al Estado Islámico en Siria, donde su método de imponer la fuerza bruta es admirado por Trump. En segundo lugar, podría exigirle a Rusia que reduzca su campaña de bullying en Europa Oriental, e incluso alcanzar un acuerdo para limitar sus armamentos nucleares. Finalmente, en el largo plazo, una renovada relación con Rusia representaría un activo estratégico frente a cualquier escalada de tensiones con China en el futuro
Para Putin, la llegada del magnate inmobiliario a la Casa Blanca representó una gran posibilidad para el resurgimiento de Rusia. Su reiterado interés en mantener buenas relaciones con Moscú podría traducirse en el levantamiento de las sanciones económicas e incluso, en el reconocimiento de la anexión de Crimea. Su heterodoxa política exterior, retratada por su criticismo a la OTAN y sus posturas aislacionistas y proteccionistas, desencadenaría en el debilitamiento de la posición de liderazgo en el mundo que ha ejercido EE.UU. desde el fin de la segunda guerra mundial. El Kremlin no desaprovecharía esta posibilidad para ampliar su esfera de influencia por Europa Oriental, los Balcanes e incluso el Medio Oriente.
Sin embargo, su mayor conquista se dio en el campo ideológico. Que el presidente de EE.UU. critique abiertamente las instituciones de su país, tildando a la prensa de “noticias falsas” y al sistema electoral de “amañado”, socava la confianza pública en el gobierno, además de erosionar la reputación y credibilidad del Tío Sam. Asimismo, justificar que Putin sea un asesino afirmando que su propio país también tiene muchos asesinos y no es inocente, se vuelve la herramienta de propaganda rusa más importante de todas: el propio mandatario de los Estados Unidos deslegitima la superioridad moral que su país siempre ha afirmado frente a Rusia. El mensaje que recibe el pueblo ruso es claro: ni la democracia más importante del mundo es mejor que nuestro modelo autocrático.
Esta atracción fatal ya ha cobrado su tercera víctima en el círculo personal de Trump, tras Paul Manafort, ex jefe de campaña, y Carter Page, ex asesor de política exterior, quienes fueron forzados a separarse por sus vínculos al régimen ruso. Luego de tan solo 24 días como asesor de Seguridad Nacional de EE.UU., Michel Flynn renunció a su cargo por haber discutido con el embajador ruso sobre las sanciones que Obama impondría sobre Rusia por su interferencia en las elecciones presidenciales, pese a haber negado previamente, tanto en público como en privado, haberlo conversado. Esta baja representa un duro golpe tanto para la administración Trump como para los intereses rusos.
Tras muchos meses de sospecha sobre la naturaleza de los nexos entre Trump y Rusia, esta renuncia valida la suspicacia de muchos políticos en Washington y sería la justificación perfecta para una investigación congresal que intente llegar al fondo del asunto, pues los intereses de la Casa Blanca. están en juego. Recientes filtraciones sugieren su equipo de campaña estuvo en contacto con la inteligencia rusa incluso desde el año previo a los comicios, lo cual, de ser cierto, generaría aún más preguntas sobre la extraña complicidad entre ambos líderes.
Por ahora, y mientras dure cualquier investigación que se levante sobre el vínculo entre el equipo del presidente y Rusia, proseguir con el extraño coqueteo entre ambos países sería contraproducente para la administración Trump. Por ello, en los últimos días el presidente ha tratado de cambiar el tono de discurso frente al Kremlin, retractándose en algunas declaraciones previas. Por ejemplo, ha afirmado que Rusia “tomó” Crimea y debería devolverlo a Ucrania. Además, ha pasado de calificar de “obsoleta” a la OTAN a comprometerse con apoyarla.
Si antes cualquier acuerdo que favoreciera a Rusia, como el levantamiento de sanciones o formar una alianza para combatir ISIS, hubiera enfrentado una fuerte oposición en el congreso estadounidense, por ahora parece imposible. Por el lado de Putin, el júbilo inicial tras la victoria de un candidato pro Moscú se ha transformado en cierta preocupación, especialmente considerando las altas expectativas que tenían los oficiales rusos. Hasta el momento, la estrecha complicidad ha resultado riesgosa para ambos, pero, ¿qué sería de una ruleta rusa si la pistola no está cargada?