Miles de padres optan por una educación privada para sus hijos, con la esperanza de que esta sea especializada y brinde valores, formación académica y prestigio. Se crea un pacto de confianza entre padres y educadores. Pero, ¿qué pasa cuando la inocencia del niño se ve interrumpida por quien lo forma?
Los escolares pasan al menos 7 horas diarias en el colegio, y siempre están bajo la tutela de algún adulto que desempeña dos roles: autoridad y protección. En un mundo ideal, no existiría ninguna clase de abuso de poder, de confianza, y mucho menos sexual. En un mundo ideal, no habría ocurrido lo que ocurrió (por décadas) en el colegio Héctor de Cárdenas. Si no conoces el caso te dejo lo esencial. ¿El abusador? El ex-director, Juan Borea. ¿Los abusados? Niños y adolescentes de dicha institución.
Las víctimas, ya adultas, se enteraron de pronto que aquellos tocamientos llamados entonces “cosquillitas” no fueron inocentes, sino actos de abuso. Pero, ¿qué iban a hacer? ¿Denunciar? Hombres de 29, 39, 45 años, ¿cómo podrían lograr una condena judicial y social por algo que ocurrió hace años? Esta pregunta no detuvo a todos. Al menos ocho decidieron tomar el difícil camino de hacer una denuncia legal. Para ellos, era lo correcto. Pero ocurrió lo que sucede cuando el Estado no cuenta con un personal capacitado o empático: la revictimización.
“Recuerdo que la chica que me atendió para el test psiquiátrico me dijo que iba a salir a comprar algo, y que yo mismo rellene los datos” dijo Alonso Marañón (29) ante la Comisión de investigación de abuso sexual , al medio día del 17 de septiembre, en el edificio Victor Raúl Haya de la Torre, a tan solo unos metros del Congreso. Alonso no estaba solo, a su lado se encontraban otras dos víctimas: Rodrigo Gutiérrez (39) y Gabriel Acevedo (42). Virtualmente, también los acompañaba Rafael Salgado (35), desde Bélgica. Rafael fue el primer alumno en denunciar a Borea, de manera legal y pública. Compartió un testimonio que inspiró a decenas de víctimas a hablar también, nada más y nada menos que a través de Facebook.
¿Cuál era el perfil de Borea? Según los testimonios, tenía una fachada compleja y un modus operandi. Empecemos por la fachada. “Había una doble personalidad. Él podía ser paternal y dócil, y así inspiraba confianza; sin embargo, también podía ser agresivo y violento, verbal y físicamente” dijo Rodrigo Gutiérrez. Todos los estudiantes eran testigos de insultos, hasta patadas, pero nadie decía nada. La sumisión era parte de la cultura de humillación que había en el colegio, estaba normalizado. Nadie veía la gravedad del asunto, se tomaba como broma, eran niños, al fin y al cabo. Y si alguien sospechaba, no se atrevía a decir nada. ¿Cómo enfrentarse a un personaje tan respetado e intocable?
¿Y el modus operandi? Bueno, muchos alumnos provenían de familias disfuncionales, tenían problemas económicos, ausencia de algún padre, o alguna circunstancia que ocasione vulnerabilidad en los niños. Juan Borea, en toda su “bondad”, hasta ofrecía puestos de trabajo a madres, becas económicas, entre otros. Así logró conseguir el exceso de confianza de los padres. Los niños lo veían como alguien que iba a cuidar de ellos.
Rafael Salgado (el primero en denunciar) vivió circunstancias que lo dejaron como un adolescente con problemas familiares, económicos y de comunicación (por falta de confianza en el resto). En 1993, su padre había sido torturado y asesinado. Consiguió una beca en el colegio Héctor de Cárdenas, y empezó secundaria en 1995, como un pre adolescente que se protegía con el silencio. Él empezó a acumular tardanzas, porque vivía lejos. Ante esto, Juan Borea tenía un castigo planeado para él. Colocó los pies del entonces niño en sus muslos y le hizo “cosquillas”. Suena raro, ¿no? Pero inofensivo. Por lo menos para un niño que no quiere meterse en problemas. Todos sabían de este “castigo” y estaba normalizado, nadie imaginó que dichas cosquillas no eran para ocasionar risas, sino para generar ciertos movimientos, en lugares donde un niño no debería tocar a un adulto.
Por supuesto, ¿cómo sabrían ellos qué parte no deberían tocar? “Debimos haber tenido en la cabeza que ningún profesor debía tocarnos. La educación sexual es tabú, hasta los mismos padres prefieren no tocar el tema. Es parte de la sociedad conservadora”, me cuenta Alonso Marañón, al conversar con él. “Quizá las víctimas lo reconozcan como abuso al crecer, si llegan a contar con el privilegio de una mejor educación. Quizá otros nunca lo reconozcan”, añade.
¿Qué dijo la comisión ante las declaraciones? Gloria Montenegro (secretaria) enfatizó la importancia de la capacitación del personal (Policía Nacional, psicólogos, médicos, etc.) y el desmantelamiento del encubrimiento en los colegios. Ana María Choquehuanca, vicepresidenta de la comisión y ex ministra de la mujer, fue por un lado más personal. Con la voz entrecortada, apeló a su naturaleza de madre como factor de empatía. Ella, al terminar la junta, conversó con Alonso Marañón y le comentó que quería que conozca al presidente Vizcarra, para que lo escuche en primera instancia. Esto sigue aún en espera.
¿Cuántos Juan Borea habrá en el país? Un sistema institucionalizado que se aprovecha de niños vulnerables se alimenta de tres cosas: la creencia de adultos que pueden invadir el cuerpo de otros, la ignorancia de los niños sobre temas de abuso sexual, y finalmente, la pasividad de las autoridades. Rodrigo Gutiérrez, enfrentó a Borea en un aniversario del colegio. Lo siguió hasta el baño, y le dijo que ahora ya entendía lo que había hecho, que no se lo haga a nadie más, y se fue. Casi no aparece a brindar testimonio aquel 17 de septiembre. Apareció tarde y, cuando tomó la palabra, empezó con una pregunta al resto de la sala “¿quiénes acá tienen hijos? Bueno, yo tengo dos hijas. No iba a venir hasta hace unas horas, pero vine por ellas, porque tengo la esperanza de que se pueda lograr algo desde el legislativo para proteger al menor”.
¿Ya hablaron de esto en casa? Convérsalo. Este sistema perverso se alimenta del silencio.