Roma ha tenido un rápido éxito y cada escena es digna de análisis. Cuenta la historia de Cleo, una empleada del hogar en México en los años setenta. En este artículo analizaré la narrativa de la película y su significado, por lo que advierto que hay spoilers por delante.
Para mandar su mensaje, Cuarón, director del film, se centra en la cotidianeidad: embellece desde los desayunos en familia hasta las salidas al mercado. Nos da la sensación de que esta familia vive a la vuelta de la esquina, y es justamente con esta aparente trivialidad de las situaciones plasmadas que él nos invita a reflexionar sobre la normalizada desigualdad en el hogar latinoamericano.
La película parte mostrando el suelo del garaje llenándose de agua mientras Cleo lo limpia, sugiriendo que su identidad se reduce a su trabajo. En la siguiente escena, los niños le conversan pero los adultos solo le dan órdenes de trabajo. Solo tiene una relación amical con Adela, quien cocina en la casa. Hablan y ríen en mixteco, lengua del pueblo mixteco, salen juntas con chicos en sus días libres e incluso hacen ejercicio juntas en su pequeño cuarto, aisladas del resto de la familia en el techo de la casa. Solo con ella se siente cómoda, ya que cuando está con sus jefes o amigos de ellos, actúa de manera tímida y sumisa.
Ahora bien, el corazón de la película parece yacer en la pregunta: ¿es Cleo parte de la familia? Viven bajo el mismo techo y ella está en el meollo de sus buenos y malos momentos, mas no es realmente parte de ellos. Por ejemplo, cuando el padre llega del trabajo, todos corren a abrazarlo, pero Cleo permanece al costado agarrando al perro; o cuando la familia está viendo una película en la sala, Cleo se sienta en el suelo para poder verla también. Si bien reza con los niños antes de dormir o los despierta en las mañanas, la escena acaba con el padre reprendiéndole por no haber recogido el excremento del perro.
Entonces, al comienzo, Cleo no siente que son su casa ni su familia, a pesar de llevarse bien con los niños. Sabe que corre el riesgo de que la echen por estar embarazada, por ejemplo. Cuando ambas Sofía, madre de la familia, y Cleo son abandonadas por su pareja, la primera puede llorar en su casa y contárselo a su madre, puede chocar el carro furiosa sin importarle que las paredes se quiebren, mientras que Cleo sufre en silencio mirando la lluvia o viendo su reflejo en el vidrio de la mesa que limpia: ella vive en su lugar de trabajo, por lo que tiene que mantener la compostura apropiada para este.
Sin embargo, esto no significa que no le tengan estima. Cuando le cuenta a Sofía sobre su embarazo, esta la entiende y le asegura que no la despedirá, y uno de los niños la abraza. Incluso cuando Cleo va a dar a luz, la abuela tiene una genuina preocupación por su bienestar—pero no sabe su nombre completo ni su fecha de nacimiento, ¿y quién no sabe dichas cosas de un familiar?
Además, después de que su bebé naciera muerta, Sofía la lleva a la playa con los niños como una clara muestra de cariño. Aquí, la ambigüedad de su pertenencia en la familia continúa: Cleo los observa desde la arena cómo ellos juegan en el mar; pero, después, junto a Sofía les curan la erisipela a los niños. Sin embargo, cuando Sofía le cuenta a los niños que su padre los ha abandonado, Cleo se incomoda y no siente la misma pena que ellos, ya que no es su padre el que se ha ido. Además, cuando Sofía los consola comprándoles helados y se sientan juntos en un muro, Cleo el suyo parada a su costado, sintiéndose como una foránea en medio de asuntos familiares ajenos.
Esta ambigüedad y sentimiento de inferioridad parecen culminar cuando Cleo salva a los niños de ahogarse en el mar: arriesga su vida para salvarlos y les demuestra así cuanto los ama. Se abrazan todos en la orilla, a diferencia de la escena de los helados, los niños y Sofía rompen en llantos, diciéndole que la aman y reconociendo su importancia. Cleo también reconoce la importancia de ellos en su vida, pero también la suya para sí misma, al ser una persona digna de amor. A pesar de que al regresar a la casa la relación de trabajo se mantiene—lo primero que le piden los xniños es un batido—ahora se siente más querida y en un hogar.
Finalmente, a diferencia de la primera toma—el suelo mientras ella lo limpiaba—la última apunta al cielo mientras ella sube a su cuarto, como si finalmente hubiera alzado su valor. Sin embargo, este también puede ser un final agridulce, ya que el irse a su aislado cuarto en el techo es un recuerdo de que no es parte de la familia. Al fin y al cabo, la relación laboral continua, pero Cuarón logra mostrar la belleza de la labor de Cleo—y de las empleadas domésticas—en la medida de lo posible: humanizándola a lo largo de la película, al mostrar su vida fuera de su lugar de trabajo, y demostrando que aunque no compartan la misma sangre, son más que solo trabajadoras en un hogar.