Entretenido por el ruido chirriante de la ruedita en la que corre Neón Chactado, una de sus ratas, Víctor modela un holograma usando unos guantes de lectura cinética Noitom del 2025—un modelo medio antiguo, pero que cumple con el trabajo. Son las 7 de la noche y, procrastinando sus tareas para la escuela (debe comprar un pliego de cartulina celeste), Víctor se abstrae trabajando en las texturas de la casa en el árbol que espera construir apenas él y su madre puedan mudarse de este mini departamento en el trigésimo cuarto piso de las Nuevas Torres de Limatambo. Suena el timbre. El sonido metálico de una voz pregrabada anuncia: “La frescura de los alimentos de Nea—Plaza La Rambla ha llegado a su hogar”. Víctor deja los guantes, va hacia la puerta, y permite la entrada del dron. Este entra zumbando y deja bruscamente una canasta pesada que cae sobre la mesa haciendo que ruede un tomate. Luego retrocede y se marcha por la puerta, después de golpearse con el marco.
Víctor vuelve a su dormitorio y el silencio le anuncia que algo no está bien. Se escapó Neón Chactado — de nuevo. Con una lámpara de luz ultravioleta en la mano, apaga las luces. Fluorescente bajo la luz morada, una pequeña mancha húmeda brilla señalando el camino que tomó la rata al salir del departamento. Pero, poco después, los humos de Sherlock Holmes que se daba Víctor son interrumpidos por el grito de una vecina del piso 33. “¡Víctor, tu maldita rata mutante se metió a mi refri!”.
Son escasos los motivos que empujan a los vecinos de un edificio de 34 pisos a aprender los nombres de quienes viven a su alrededor. Con 8 mini departamentos por piso, y alrededor de 3 habitantes por departamento, son demasiados nombres completamente innecesarios. Más cómodo resulta disminuir la convivencia al mínimo posible, evitando el contacto con los demás. Pero doña Gertrudis del piso 33 no tuvo opciones para evitar al vecino de 16 años aficionado al biohacking y dueño de los roedores mutados escapistas.
La arrendataria del departamento más oloroso de todo el edificio es víctima frecuente de la visita inesperada de Neón Chactado, la insaciable rata portadora de dos mutaciones que alteran dramáticamente su apariencia: un bloqueo del gen MSTN y el marcaje con GFP del gen codificante para la keratina 14. Sin el gen MSTN, que guarda la información necesaria para producir miostatina, las células musculares de Neón Chactado producen casi el doble de masa muscular que una rata normal. Es una rata temiblemente fornida. Además, cuando son iluminadas por luz ultravioleta, las células epidermales de Neón Chactado brillan de verde, gracias a la proteína verde fluorescente (GFP) que produce junto a cada molécula de keratina 14 en sus células epiteliales.
Por consecuencia, queda justificado el miedo de doña Gertrudis, que contemplaba horrorizada la cola de la rata que colgaba por debajo de la puerta abierta del refrigerador a la hora de pegar el grito. Alterado por el grito, Fablistanón, su perro pug de 5 años, da vueltas, agitado y sin entender ni remotamente por qué doña Gertrudis saca de la refrigeradora todas las cosas que puede salvar de las salvajes dentelladas de Neón Chactado. Víctor llega con la jaula en el momento estelar del conflicto, cuando doña Gertrudis levanta y sacude una pierna de pavo de la que cuelga por los dientes Neón Chactado.
El rescate fue breve, y Neón Chactado, devuelto a su jaula; pero los reproches se extendieron un largo rato. Víctor había confirmado que se haría responsable por todos los daños (aunque quien realmente asumiría la responsabilidad sería su madre), y contemplaba al jadeante perro mientras Gertrudis lo sermoneaba.
— Cerca de 100 soles en daños… ¿¡Y quién me va a devolver la confianza de los clientes que mañana no van a tener sus pedidos a tiempo!? — dijo, con una exaltación que tardaba mucho en disiparse, mientras devolvía la comida al refrigerador. Mirando fijamente al pug, Víctor asiente con la cabeza. — ¡Además del tiempo que pierdo limpiándolo todo!
El perro, cuya agitación resultaba igual de duradera que la excitación de su dueña, estornudó.
— Y realmente lo que pasa es que no entiendo, hijo… — después del estornudo, la respiración silbante de Fablistanón se intensificó — ¿Quién te manda a ti a tener estos monstruos tan raros? ¿No piensas que…? — Fablistanón tosió, bajó el cuello y mirando al suelo dio un par de arcadas. — ¿No piensas que los pobres animalitos también deben sufrir con todo eso que les haces? — Un hilo de baba densa quedó colgando del hocico de Fablistanón. El pug demoró en retomar la compostura. — Sé que estos son tiempos distintos, que en la escuela ya no les basta con abrir una ranita por la mitad, ¿pero realmente tienen que ir, pintarla de azul y quedarse viéndola por días, sin pensar en lo que siente la pobre ranita? — El chato perro gris levantó los ojos y dejó una mirada inquisitiva fija sobre Víctor. Luego se volteó a mirar a Neón Chactado, que inquieto daba vueltas en su jaula, oliéndose y lavando los restos de comida de su nariz rosada transitoriamente verde. La rata reconoció la mirada del perro, y por un segundo se comprendieron mutuamente.
Editado por: Diana Decurt