Saltando las evidentes diferencias entre un pug y una rata fluorescente (Parte 1), es posible encontrarles algunas similitudes, características comunes útiles que nos cuestionan sobre por qué o por qué no condenar su uso como animales de compañía. Spoiler alert alerta de destripe: en esta columna se utiliza información de fuentes confiables para hacer comparaciones inverosímiles. Proceda con precaución.
El primero de este dúo improbable es criado desde hace más de dos mil años, y su raza es comercializada alrededor del mundo desde el siglo XVI (antes que los relojes cucú). Como cualquier animal doméstico, ha pasado por un larguísimo proceso de selección artificial, en donde se escogieron y acentuaron sus características comercialmente más atractivas.
Para incrementar su atractivo comercial, se seleccionaron poco a poco los perros con una cabeza más grande, ojos más saltones y una nariz más ñata. Para fijar estas características, se recurre habitualmente a la endogamia: la reproducción entre parientes cercanos que disminuye las diferencias entre individuos, con el costo de hacerlos más propensos a sufrir enfermedades genéticas. A pesar de su anatomía atrofiada, goza de cierto prestigio en la lista de razas preferidas de los clubes caninos. Hoy en día, los perros de esta raza son inconfundibles, pero también lo es su tendencia genética a sufrir enfermedades.
La historia de la rata fluorescente es radicalmente diferente y más entreverada. Como especie, la rata de laboratorio, rata parda, rata de alcantarilla (Rattus norvegicus Romulus petroaudicus), tiene un origen histórico menos glamuroso. Quien fuera antaño un libre animal silvestre de las planicies del norte de China y Mongolia encontró una fuente rica y constante de alimentos en el desarrollo urbano de las poblaciones humanas. Su espíritu aventurero la convirtió en una especie cosmopolita a principios del siglo XVIII, cuando se establecieron fuertes rutas comerciales con los países orientales. Ellas vacacionaron en Europa antes de que fuera cool; y su supervivencia de mochilero les permitió quedarse a vivir para siempre en todos lados (menos la antártida, nadie se mete con los pingüinos).
A pesar de ser una peste mal vista (capaz de comerse hasta ⅕ de la comida destinada para consumo humano), hubo unos cuantos orates humanos curiosos fascinados por la diversidad de sus pelajes y su comportamiento. A esos encantadores de ratas del siglo XVIII les debemos los primeros esfuerzos de domesticación de quien hoy en día es el primer mamífero domesticado con fines científicos, y uno de los principales organismos modelo utilizados por la ciencia.
Pero hay un salto largo entre la domesticación de las ratas y su fluorescencia o musculosidad inducidas. La segunda parte de la travesía histórica de la rata fluorescente se compone del gran desarrollo en ingeniería genética, que ha bañado la investigación biotecnológica en los últimos 50 años. Conocemos con gran detalle la información que contienen muchísimos genes (los paquetes de instrucciones que dirigen la construcción de casi todo en nuestras células), y podemos eliminar, regular y monitorear su actividad mediante varias técnicas de complejidad creciente. De esta manera, es posible apagar algunos genes, como el gen MSTN, ocasionando un crecimiento descontrolado de la masa muscular.
Con otro método, utilizado para hacer visibles las células específicas que tienen ciertos genes activados, se emplean las propiedades de la proteína verde fluorescente (GFP) como marcador luminoso. A través de un constructo genético que fusiona dos genes a la vez, se marca una proteína con GFP, otorgándole la posibilidad de fluorescer de verde cuando es iluminada por luz azul. Para lograr fluorescencia de un tejido específico, como por ejemplo la piel, es posible marcar, con GFP, genes que son específicamente activados en las células epiteliales, como el gen de la Keratina.
En resumen, los pugs son animales que han sufrido un largo y lento proceso de selección artificial, a través del cual adquirieron características específicas escogidas por un criador de perros. Producto de un fenómeno similar, las ratas fluorescentes son el resultado imaginario de la ingeniería genética, y la inducción de cambios específicos escogidos por un criador. Actualmente, ambos procesos son legalmente aceptados, aunque cuestionados. Infinidad de centros de investigación alrededor del mundo desarrollan ratas mutantes con fines científicos, justificando la necesidad de realizar experimentos con animales frente a comités de ética.
Por el otro lado, muchos perros son comercializados sin impedimentos. Muchas clínicas veterinarias ofrecen métodos cuestionables para garantizar la reproducción de estos problemáticos perros y, a pesar de la pésima calidad de vida a la que están sometidos los de raza pura, las regulaciones que controlan el comportamiento de sus criadores y compradores son escasas. Incluso para los clubes caninos alrededor del mundo, quienes organizan competencias de apariencia y otorgan los certificados de pedigree, las consideraciones sobre la salud de las mascotas son casi nulas y muy recientes. Este problema puede pasar desapercibido para muchas personas, ya que el cambio ha sido gradual y largo, pero no por ello menos drástico o terrible. Poniendo como ejemplo una mascota modificada con un método más “intenso”, en apariencia más caprichoso o “dañino”, es posible identificar lo innecesarios que son estos cambios para la vida de las mascotas, y levantar preguntas importantes sobre lo que toleramos.
Frente a esta situación, vale la pena interpelarse respecto a los principios que dirigen nuestra aceptación de estas prácticas. Una rata fluorescente criada como mascota sirve como antorcha luminosa, llamando la atención hacia los cambios antojadizos que podemos inducir en otros seres vivos cuando solo tomamos en cuenta su atractivo como mascotas. Un ejemplo así de dramático es capaz de levantar una preocupación por las decisiones que tomamos y determinan la calidad de existencia de otros seres vivos sin que hayamos pensado, con la seriedad necesaria, sobre la justificación de los cambios. Para la ciencia, el uso de animales experimentales está regulado, pero ¿cuánto falta para regular y evitar abusos en la cría y selección de animales de compañía?
Edición: Diana Decurt