Percibimos lo que debería estar presente para que nuestras sensaciones tengan sentido.
Esta frase, que suena extrañamente bonita, y con una pizca de duda existencialista, hace referencia a un proceso mental conocido como “percepción top-down”. Una situación que describe muy bien este concepto, y que les será familiar a personas nocturnas como yo, es el siguiente:
Son aproximadamente las 3 a.m. y te sientes entre satisfecho y derrotado por haber terminado un trabajo unas cuantas horas antes de la entrega; cierras tu laptop y te das cuenta de que todas las luces están apagadas. Vas a la cocina o al baño en la oscuridad, porque conoces tu casa de memoria, y luego a hacer memes tranquilamente para compartirlos en la clase aburrida del día siguiente. Sin embargo, la siguiente semana, te encuentras a la misma hora, después de haber visto un video de Dross o una película de terror, y en la oscuridad no encuentras la misma familiaridad. Los tonos oscuros se ven más fuertes, cualquier ruido se hace más sonoro y el mínimo movimiento capta inmediatamente tu atención. De pronto, esa sensación de confort y familiaridad por estar en casa desaparece.
Fiona Macpherson, directora del departamento de Filosofía en la Universidad de Glasgow, describe experiencias como las de arriba en el marco de la penetrancia cognitiva, la cual define que en cualquier caso de percepción entre un objeto- que puede ser visto, olfateado, gustado-, incluyendo sus condiciones de percepción (nivel de luz, forma de la sombra) y el individuo sintiente (incluyendo el estado de su órgano sensorial), se puedan generar en dos momentos diferentes, distintas percepciones sensoriales dado el estado de su sistema cognitivo (creencias, juicios y deseos). Mi intención con dar este alcance cuasifilosófico, y algo aburrido, es establecer como preámbulo que somos participantes activos del conocimiento. Y de esto último, se desprende que no toda percepción de las cosas de nuestro día a día se mantiene, por así decirlo, como “verdad” inmutable.
¿Pero qué rayos tendrían que ver las ciencias biológicas con este asunto que pareciera ser que atañe más a psicoanalistas, filósofos, y demás fumadores de pasto? La respuesta está en las manos de la neurociencia. En el último siglo esta rama (con gran acento de “ciencia dura”) ha concretizado un modelo de percepción llamado “top-down”, que parte del mismo principio líneas arriba: existe una bidireccionalidad entre observador y objeto.
Uno de los mejores ejemplos para poder plasmar esta idea recae en el estudio de las alucinaciones. Una investigación de la Universidad de Cambridge hecha en pacientes con riesgo de psicosis depresiva demostró que estos poseen una alta efectividad (en comparación con personas sin este desorden) para reconocer una imagen con efecto degradado de alguna escena visual que se les había mostrado con anterioridad. Asimismo, cuando se da una pista visual acerca de algún estímulo auditivo muy tenue (muy difícil de detectar sin aquella pista), a este tipo de personas les resultó extremadamente sencillo poder captarlo.
Igualmente, en la Universidad de Glasgow se realizaron ensayos en personas sin riesgo clínico donde se observó la actividad cerebral (mediante electroencefalogramas) frente a imágenes incompletas, antes y después de mostrar la imagen completa. Se pudo apreciar destacablemente que hay una similitud en la percepción de la imagen incompleta posterior y el haberla visto entera, como si estuviesen “alucinando” aquella porción faltante. Incluso, dos científicos de Harvard y Oxford realizaron un experimento que consistía en inactivar ciertas vías neurales que creían eran parte del mecanismo de percepción top-down. Lo que pasó fue que los sujetos post-manipulación neuronal no pudieron reconocer una escena de movimiento visual que se les había mostrado con anterioridad. Literalmente, estos científicos habían privado a estas personas de su capacidad de percibir el mundo por la vista, y se acercaron más a identificar aquellos grupos neuronales que juegan un rol primordial en lo que ellos identifican como “conciencia”.
Si bien hay una diferencia entre una persona “promedio” y otra con algún cuadro patológico, existe algo común y constante. Es necesario que el cerebro posea algún mecanismo que le permita anticipar lo que percibirá por cualquiera de los sentidos. Esto es el jugo exprimido del tema: existe un comportamiento “predictor” en nuestra percepción de la realidad. Con esto se derrumba aquella vía tan ordenada que nos enseñaban en el colegio, acerca de que los objetos como tal se percibían mediante los sentidos, y la información solo fluye de afuera hacia adentro. Una frase de un profesor de neurociencias de la Universidad de Sussex llamado Anil Seth en la conferencia The Royal Institution) dice que si bien “alucinar es una percepción descontrolada, el percibir como lo hacemos, es una alucinación controlada”.
Si realizamos la extrapolación de esto, ya no al mundo exterior, sino a nosotros mismos, nos encontraremos con cuestiones similares. No sé en qué lugar vendan manos falsas, pero si alguna vez consigues una podrías hacer una prueba de fuego. Ve a tu casa, llama a tu madre, siéntense los dos en la mesa, pon su mano al costado de la falsa y pon algún objeto que impida que ella vea su mano verdadera. Luego, empieza a tocar la mano con algún pincel y después de unos segundos, salta de sorpresa con un martillo y golpea la mano falsa, verás cómo se muere del susto. Después del chancletazo respectivo, te darás cuenta de que por un momento tu viejita pensó que esa mano era la suya. La delimitación de lo que nosotros mismos somos con respecto a todo lo demás en el mundo también está sometida a esta percepción predictiva que pareciera ser moldeable.
¿Es entonces lo que percibimos del mundo, en palabras de Anil Seth, una constante “alucinación”? Dicen por ahí, que esta es una alucinación consensuada, si hablamos de la realidad en la que todas las personas “cuerdas” vivimos. La manera en la cual estos hallazgos generan preguntas en los campos de la conciencia y del ser es algo que intriga a los científicos y que motivará seguramente mayores esfuerzos en el esclarecimiento de la naturaleza humana.