A lo largo de nuestra vida, todos tomamos decisiones; algunas trascendentales como la elección de la carrera, la pareja o el voto (?) y otras menos importantes como qué película o serie ver para pasar el rato. A pesar de nuestras diferencias, todos compartimos cierta característica al tomarlas: fregarla la posibilidad de escoger una mala opción.
Y pues, ¿quién en su vida no ha decidido mal? Justamente, en esos momentos de arrepentimiento por la decisión mal tomada no falta aquella persona que suelta la odiosa frase “te lo dije”. Pero ¿por qué nos molesta tanto escucharla? o, en el caso contrario, ¿por qué nos da satisfacción decirla?
Primero simulemos el caso del amigo(a) que necesita un consejo a veces no, pero igual nos metemos, se lo brindamos y esta persona hace lo opuesto a lo sugerido (regresa con su ex, se va de viaje antes de parciales, deja el trabajo para última hora, entre otros). Ya sea porque no tenemos muchos argumentos o por la terquedad de la otra persona, nos hacemos a un lado y dejamos las cosas al tiempo, que la realidad le muestre al incrédulo cuán equivocado estaba.
Este tipo de actitud, la espera para el momento del ‘te lo dije’, normalmente va de la mano de otra serie de frases que acompañan el coraje: ‘ya verás”, “te lo advertí” y cosas por el estilo. En el fondo, lo que anhelamos es que, al necio, al otro, al que no nos hizo caso, le llegue la fatalidad para presentarnos con nuestra sonrisa de entera satisfacción a decir: ‘te lo dije’.
Poder señalar al hijo, el amigo, la pareja, el compañero o a los votantes de Castillo con el ‘te lo dije’ siempre da un aire de superioridad y refuerza el amor propio, un golpe devuelto por el ego mancillado tras el rechazo al consejo dado en la primera ocasión.
Ahora, decirlo da satisfacción, pero escucharlo no tanto. Ello sucede por el sesgo de negatividad. Este sesgo alude a que las expresiones negativas, a diferencia de las positivas, captan la atención de la mente más rápido y producen una respuesta emocional inmediata. Un simple “está bien” no genera mucho entusiasmo, mientras que “está mal” o en este caso, un “te lo dije” nos impacta enseguida, de ahí la molestia automática al oírla.
Christine Liebrecht, de la Universidad de Tilburgo, y su equipo publicaron en el ‘Jornal of Language and Social Psychology’ su investigación sobre este desfase lingüístico. En el estudio, los sujetos intercambiaban opiniones sobre un restaurante. Los que pensaban que la comida estaba buena tenían menos notoriedad que los que la criticaban porque estaba mala. Seguro que el hallazgo no sorprende, basta leer los comentarios de los demás en cualquier red social, en general, las palabras negativas causan una mayor impresión que las positivas.
Fatiga de decisión
Muchas veces pensamos que esta gente no tomaría mejores decisiones si hubieran estado en nuestro lugar; pero lo cierto es que, en varias ocasiones, este tipo de gente odiosa sí toma mejores decisiones que nosotros, pero por una sencilla razón: no son nosotros.
Nuestra habilidad para tomar decisiones puede verse empobrecida a lo largo del día debido a nuestra indecisión o a las malas elecciones que hemos tomado en el pasado. Este fenómeno se conoce como “fatiga de decisión”, y es un condicionamiento psicológico que muchos pasamos sin saber qué es.
Este término fue acuñado por Roy F. Baumeister, investigador y psicólogo social de la Universidad de Princeton, y hace referencia al desgaste mental que padece una persona al verse sometida diariamente a un cúmulo de informaciones necesario para la toma de decisiones.
Sin embargo, según explica un estudio liderado por Evan Polman, especialista en comportamiento organizacional de la Wisconsin School of Business, si opinamos qué debe hacer otra persona, no sufrimos este problema y, por tanto, elegimos mejor.
El consejero perfecto (?)
La fatiga de decisión parece esfumarse cuando estamos tomando una decisión que compete a otra persona. Cuando nos vemos como consejeros no sentimos la presión real que conlleva elegir una u otra opción, así que nos cansamos menos y tomamos menos atajos. “Es como si hubiera algo divertido y liberador en tomar la decisión de otro”, comenta Polman.
Ahora bien, no todo el mundo es buen consejero. Sorprendentemente, según ha comprobado Polman, las peores personas a las que pedir opinión son aquellas que están encantadas de ayudar a los demás. Las personas muy empáticas también sufren fatiga de decisión cuando aconsejan a otras, lo que les predispone a dar malos consejos. “Por ejemplo, las investigaciones muestran que las enfermeras que tienen una empatía particularmente elevada se queman antes en el trabajo que las menos empáticas”, explica Polman.
La mejor persona a la que pedir consejo es, precisamente, aquel compañero odioso al que le encanta decir “te lo dije”. Las personas más apáticas, ególatras y distantes son aquellas a las que menos les importa lo que pueda ocurrirte y, por ello, las que mejor consejo pueden darnos. Como dice Polman: “Es el tipo de persona egoísta que valora su propia opinión por encima de la de los demás la que resulta mejor candidata para tomar decisiones por otros”.
Entonces, ¿decir “te lo dije” da satisfacción? Sí. ¿Escucharlo molesta? Sí. ¿Cambiará en algo tu percepción de los odiosos que siempre lo dicen? Tal vez. Pero hey, ya te lo dijimos, ahora depende de ti.