Durante el siglo 20, podemos identificar avances tecnológicos gigantescos desde la Primera Revolución Industrial con la máquina de vapor hasta la revolución de los datos que estamos viviendo. Esta última trajo consigo el cambio de la fuerza predominante de producción. Por ello, podemos plantear dos escenarios: por un lado, el qué sucedería si el hombre pasara a ser irrelevante en el proceso productivo; por otro lado, la relación que surge entre productividad y eficiencia con satisfacción y felicidad. 

Con la modernidad nace el concepto de producción que cambia la forma de pensar sobre el trabajo, el tiempo y al hombre en sí. El mundo deja de ser objeto de visión y contemplación. El trabajo pasa a ser concebido como una forma de realización y dignificación. De igual forma, el tiempo es entendido de forma diferente, dado que la productividad y la eficiencia pasan a primer plano. Ahora, es muy común hacer un análisis costo beneficio hasta para las cosas más simples. Por ello, surge mi interés por la relación entre productividad y eficiencia con satisfacción y felicidad. 

Si el trabajo dignifica a la persona y genera realización, es muy lógico que la productividad y eficiencia estén relacionadas con sentimientos como la felicidad y también con la satisfacción. El lado negativo, viene que cuando no somos productivos ni eficientes nos sentimos mal, frustrados e insatisfechos. No todo el tiempo podemos hacer cosas significativas y ser productivos. Eso supondría un estándar sumamente alto y poco alcanzable; sin embargo, es lo que prima actualmente. 

Desde muy pequeños nos orientan a eso, a hacer la mayor cantidad de actividades posibles de una forma óptima y así poder sentirnos realizados. Pero ¿qué pasaría si el hombre ya no tuviera que trabajar? Si desprendiéramos al hombre de su trabajo ¿de dónde obtendría la dignificación y realización que necesita en su vida? Se encontraría nuevamente perdido, sin un lugar en el mundo que actualmente gira alrededor de la producción.

En concordancia con esta primera reflexión, surge la siguiente pregunta: ¿qué sucederá cuándo el hombre pase a ser irrelevante en el proceso productivo? Y no me refiero únicamente al desempleo o posibles crisis económicas, sino al lugar del hombre en el mundo ¿Qué pasaría si el hombre ya dejara de ser un factor productivo? ¿Qué sucedería si nos volviéramos irrelevantes? 

Es un hecho que la información está pasando a ser el nuevo significante dominante. Ante los procesos de digitalización y sistematización, muchos trabajos realizados por personas están pasando a ser obsoletos. Lo peor que le puede pasar al hombre es pasar a ser irrelevante en el proceso productivo. Viendo más allá de temas económicos y centrándonos en la concepción que tiene el hombre de sí mismo, esto sería quitarle una de sus bases fundamentales. El hombre tendría que pensar nuevamente en el mundo y buscar nuevas formas de conseguir su realización. 

Finalmente, esperemos que el hecho de conocer que es muy probable que pronto nos veamos en la posición de replantearnos nos de cierta ventaja a la hora de buscar nuevas formas de pensamiento. La educación debe orientarse en darles a las personas la capacidad de poder reinventarse; para ello, se necesita fortaleza mental y estabilidad emocional. Pues esta revolución no se dará en un único momento, será una revolución continua y permanente.

Edición: Cristóbal Contreras

Bibliografía:

Harari, Y. N. (2018). 21 lecciones para el siglo XXI. Debate.

Alegría Varona, C. (2006). Vicente Santuc: El topo en su laberinto. Introducción a un filosofar posible hoy, Lima: Universidad Antonio Ruiz de Montoya, 2005, 510 pp. Areté, 18(1), 177-179. Recuperado a partir de https://revistas.pucp.edu.pe/index.php/arete/article/view/413