Hubo algunos cambios en el escenario político internacional la semana pasada. Mientras que la atención estaba centrada en Washington D.C. donde el Presidente Barack Obama dejaba la Casa Blanca, en el otro lado del mundo, otro presidente se aferraba al poder como podía. En Gambia, una república islámica ubicada en el África occidental, el otrora Presidente Yahya Jammeh invalidó las elecciones y un día antes del cambio de mando declaró un estado de emergencia por 90 días. La crisis era inminente: tropas extranjeras invadieron Gambia exigiendo su salida, y en medio de condenas internacionales, Jammeh abandonó Banjul para ir al exilio.
El cambio de mando en Gambia estaba previsto para el 18 de enero del 2017, luego de los comicios en los que el presidente Yahya Jammeh fue derrotado el 1 de diciembre del 2016. El resultado fue sorpresivo, ya que éstas eran las quintas elecciones durante su mandato, y él había ganado todas. Jammeh llevaba 22 años en el poder, desde que orquestó un golpe de estado en 1994. Según expertos, Jammeh estaba tan confiado de su popularidad que ni se inmutó por amañar las elecciones y permitió el conteo de votos.
Jammeh era tan sólo el segundo presidente de esta joven república que consiguió su independencia del Reino Unido en 1965. Para Jammeh, dos décadas en el poder no fueron suficientes y declaró que si Allah se lo permitiese:
“sería presidente por un billón de años.”
Al principio, Jammeh aceptó su derrota, reconociendo a Adama Barrow, miembro del Partido Democrático Unificado (UDP) y líder de la oposición, como presidente electo. Barrow, un empresario inmobiliario, obtuvo 45.5% de los votos, contra un 36.7% de Jammeh. Sin embargo, una semana después, Jammeh cambió radicalmente su postura y denunció una interferencia internacional en los asuntos internos de su país, invalidando así las elecciones. El Consejo de Seguridad de la ONU, la Unión Africana, y varios países de la región condenaron duramente este hecho antidemocrático.
El 17 de enero de este año, un día antes de la toma de mando, Jammeh declaró un estado de emergencia en todo el país, prohibiendo todo acto de desobediencia civil. El hecho obligó al presidente electo Adama Barrow a refugiarse en Dakar, la capital senegalesa, desde donde juramentó como presidente en la embajada de Gambia. Este sorpresivo e inusual hecho se dio en respuesta a los intentos fallidos de la comunidad internacional de presionar a Jameeh a ceder el poder y asegurar una transición pacífica. Por unos días Gambia tuvo dos presidentes constitucionales.
La Comunidad Económica de Estados de África Occidental (ECOWAS) autorizó entonces el despliegue de tropas senegalesas, con apoyo militar de otros países como Nigeria, en la frontera con Gambia. El uso de la fuerza era el último recurso, pero Jammeh y sus colaboradores cercanos habían anunciado que no se iban a retirar. La invasión ocurrió luego de que se cumpliera el ultimátum para que Jammeh cediera el poder a la medianoche del 18 de enero.
El caso de Gambia es inusual en vista de la paulatina transición a la democracia que está experimentando la región. Algunos países como Senegal, Nigeria, y Ghana han optado por transiciones pacíficas de poder. Este insólito escenario ocurrió en vísperas de la toma de mando de Donald Trump en Estados Unidos, ceremonia a la que asistió el ex-presidente Barack Obama, quien, a pesar de tener diferencias fundamentales con su sucesor, mantuvo la tradición de una transición pacífica. En épocas donde la democracia en muchos países del mundo está siendo cuestionada por todas sus limitaciones y debilidades, Gambia es otro ejemplo de que la voluntad del pueblo no siempre es respetada.
Adama Barrow juramenta como presidente de Gambia en la embajada de ese país en Senegal (WSJ)