Después de la semana de parciales siempre tenemos la sensación de que los retos que se vienen son más grandes que nosotros y tememos por nuestras bicas vidas. Es entonces que retirarnos de los cursos surge como una salvación dentro del caos, la idea de hacerlo se convierte en esa sombra que nos persigue por los pasadizos cuando estamos a oscuras en casa. Dada la complejidad de la situación, para escoger óptimamente y evitar actuar de manera irracional (cómo todos queremos ¿no?), debemos escuchar a la economía conductual. Para ello, analizaremos qué factores sesgan nuestra decisión y averiguaremos si es que realmente nos equivocamos.
Para poder decidir si debemos continuar (¿en la carrera?) o retirarnos tenemos que hacer dos análisis previos: por cuánto nos vamos y qué tan probable es lograr esa nota.
El problema que plantea la economía conductual es que la información disponible y la manera en que calculamos probabilidades esta sesgada y afectada por emociones; por lo tanto, nuestra decisión final no será racional. Para poder ver esto, analicemos paso por paso.
Primero, cuando vemos nuestra nota del parcial, sentimos el temor de la bica (o la trica…) y con eso la aversión al riesgo de ese resultado. El panorama no tan bonito nos plantea la pregunta de si es posible pasar el curso o no. Con esta duda empezamos a buscar información; preguntamos qué tan probable es obtener la nota que necesitamos y nuestras fuentes suelen ser amigos que ya llevaron el curso y la experiencia de los demás alumnos en los grupos de la universidad. Esto genera un “sesgo de disponibilidad” donde la probabilidad que le otorgamos a un evento se basa en los recuerdos o experiencias pasadas que tengamos y no en un análisis adecuado y racional. Dado que la información que recibimos solo proviene de un tipo de fuente (alumnos) nos basaremos en sus experiencias, mas no en el contexto en que ocurrieron. No parece muy importante pero luego veremos por qué si lo es.
Una vez que recopilamos las opiniones nos ponemos serios y calculamos todas las combinaciones de notas que nos convienen. Desde sacar 20 en todo hasta pasar con 10.4 y reclamar en el final (como tú, que sacas 10 y reclamas 11 puntos. Al combinar esto con las recomendaciones previas, caemos en un nuevo sesgo, el de “probabilidad condicional” (sí, ese tema que odiaste en estadística). Si necesitamos un 13 en todas las notas que restan, la probabilidad de pasar, dado que hemos jalado las notas anteriores, es menor de la que pensamos. Es por esto que el sesgo de disponibilidad sí importa, ya que requerimos información de alumnos con una historia muy parecida a la nuestra para obtener una probabilidad con mayor precisión.
Todo esto concierne a intentar averiguar qué tan probable es pasar un curso; después llega el momento de tomar la decisión crucial. Este es el punto en donde las emociones tienen un rol determinante.
No es sorpresa que las personas, especialmente en la toma de decisiones con riesgo, se basen fuertemente en lo que sienten. La heurística por emociones señala que es común que la preocupación, el miedo, el pavor o la ansiedad afecten nuestro comportamiento.
Entonces el escenario de reprobar un curso y disminuir el ponderado tendría un estímulo tan fuerte en los alumnos que se actuaría en base a él y el retiro sería casi indudable. No obstante, también es posible el caso donde el temor a que tus viejos te reprochen (maten) cambie la orientación de nuestras emociones y decidamos irnos en yolo al quedarnos para pasar con toda la fe. Como es fácil deducir, estas decisiones no son racionales.
A pesar de que el futuro sea adverso y las chances (racionales o no) estén en contra, siempre existe un factor “milagroso”. Las probabilidades serán pesimistas si se perciben como exógenas a nosotros, como si no pudiéramos intervenir; sin embargo, sabemos que con mucho esfuerzo y un buen reclamo en el final los milagros suceden. Por eso, como nuestro capi Guerrero, solo quedará darle duro hasta el final, sin perder la fe.
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