¿Por qué Pretty Little Liars se demoró 7 años en revelar quién era A? ¿Por qué GoT va casi por el mismo camino? Aquí algunas respuestas tentativas.
El cliché ‘lento pero seguro’ no aplica para este artículo. Es innegable que las series más vistas de esta década son superproducciones para las que, como se puede prever, se demanda bastante tiempo para su realización, incluso para la pre- y posproducción. Sin embargo, no debemos fijar la mirada en los aspectos técnicos; miremos y analicemos mejor otros elementos.
PLL revela finalmente quién es A luego de aproximadamente 160 capítulos. GoT es en este sentido diferente: tiene solo 10 capítulos por temporada, pero la espera entre cada una es interminable. Y aunque resulte algo insensible mencionarlo, dada la temática de la serie, ¿no parece algo fantasioso que Hannah haya grabado tantos cassetes? O si se piensa en aquellos periodos entre temporadas, ¿no son las noticias de las locaciones de grabación de estos éxitos las que acaparan los titulares de los tabloides -y ahora de la prensa seria- del mundo? Me atrevería a decir que ahora el placer ya no está en esa hora que dura la transmisión, sino en los momentos de antes y después, en las suposiciones previas y en las teorías sobre lo que será el próximo capítulo: se podría decir que ahora el placer está en ‘rodear’ al mismo. El goce ya no está en el capítulo mismo. Y la lógica de la industria de la cultura ha sabido captar y promover muy bien este ‘desplazamiento’.
Pero esto no tiene nada de nuevo o extraordinario. Si la industria conoce y aplica muy bien este desplazamiento a su provecho es porque este es parte de una dinámica constante en el hombre. Para explicar esto, un poco de teoría. Según el psicoanálisis, cuando se piensa que se ‘satisface’ un deseo, esto no significa la plenitud. En realidad, siempre estamos deseando. ¿Por qué se dice que el sujeto nunca dejará de estar incompleto? Porque incluso si pensamos que alcanzamos algo, nuestro deseo no termina o desaparece, sino que ese deseo se ‘traslada’ a otro objeto, a otro objeto de deseo, sin poder llenar esa especie de falta o vacío.
Pero entonces, ¿por qué se sigue produciendo esta dinámica? ¿por qué no nos damos cuenta que nuestra ‘completud’ es imposible? Por la sencilla razón de que cada posible cumplimiento del deseo siempre promete la satisfacción plena. Siempre está la promesa, en cada objeto (y eso incluye a una persona) de que es posible, al llegar a ese objeto, al poseerlo, de satisfacer esa falta y conseguir algo así como la felicidad plena. El “este lunes comienzo la dieta” a causa del desastre del fin de semana es un buen ejemplo de ello; estar con la emoción y los nervios de punta el próximo 5 de octubre viendo el partido Perú-Colombia es otro buen ejemplo. Pero también lo es ese pensamiento tan común de las mujeres violentadas por sus parejas, esa creencia de que “va a cambiar porque me ama”, porque “me prometió que va a cambiar”.
En términos psicoanalíticos, “el objeto es obtenible solo mediante una posposición incesante […] es así literalmente algo que es creado […] por una red de desviaciones, de aproximaciones, de golpes cercanos (Zizek, 223)”. Y es que el goce no está en llegar al objeto, sino en el camino, en los intentos que se hace por llegar a él. De ahí que se puede confirmar lo del inicio: la industria de Hollywood, la industria cultural de masas, elemento importante de la lógica capitalista, ha entendido bien el funcionamiento de esta dinámica humana; ha entendido que lo que nos gusta es el proceso, no el final. Y por eso extiende en una infinidad de capítulos algo que tal vez podría ser contado en diez; por eso se demora año y medio en estrenar la siguiente temporada, porque eso aumenta las ansias; ‘bordear’ el capítulo crea mitos en torno a las historias y todo eso, al final, genera ganancias.
Pero la emoción siempre nos gana y seguro estaremos haciendo la cuenta regresiva el próximo año, uno o incluso dos meses antes, del último estreno de GoT. Al final seguiremos dándole el gusto a la industria. Sin embargo, más importante sea tal vez pensar primero en la situación personal. ¿En qué situaciones ubicamos nuestras promesas? ¿Sobre quiénes las encomendamos? ¿Cuándo llegamos a un punto en que ese ‘bordear’, ese posponer, se vuelve obsesivo y todo lo que hacemos es ponernos más y más trabas? En esos momentos, un buen paso es aceptar vivir con ese deseo todavía no cumplido, con esa promesa aún irrealizable; en esos momentos es necesario empezar a gozar de nuestra falta. Aceptar que somos incompletos y que se puede vivir con ello; más aun cuando se tiene una tele, un sillón y tiempo un domingo en la tarde para ver una maratón de la serie del momento.