Hace una semana, los chilenos fueron a las urnas para votar por si se redactaba una nueva constitución o conservaban la antigua establecida en la dictadura de Augusto Pinochet. Esta votación, se dio un contexto de revolución social que nació hace un par de años. La primera opción ganó con una abrumadora mayoría (78%) y supone un nuevo comienzo para el país. Ahora, ¿qué implica un cambio de constitución? ¿Fracasó el experimento liberal chileno? ¿Se asoma el socialismo en el país sureño? ¡¿El espíritu de Chávez gobernará Chile?!. Tranquilo, estimado lector chibolo Lapadula, en este artículo te contamos al toque cómo fue que los chilenos llegaron al punto de querer cambiar la constitución y exploraremos algunos posibles escenarios para este país (spoiler: no será la nueva Venezuela).
Un poquito de historia
En 1980, en plena dictadura, Pinochet promulga la constitución en cuestión tras un plebiscito fraudulento. Esta Carta Magna tuvo un corte claramente experimental liberal, donde, en súper resumen, se buscaba sostener la economía en la participación privada y relegar el Estado a lo mínimo posible. Como recordarás de tus clases de historia, aquí participaron los “Chicago Boys”, un grupo de economistas enviados a estudiar a Estados Unidos, cuya misión inicial era escribir y promocionar papers como de costumbre a favor del modelo de mercado, e invalidar las propuestas socialistas que corrían por Latinoamérica en aquel entonces.
Sin embargo, tras la llegada de Pinochet, su papel fue más allá de lo que cualquiera hubiese esperado: diseñaron las políticas económicas que caracterizaron la constitución promulgada por el dictador. La nueva Carta Magna, buscaba corregir el problema ocasionado por un Estado grande e ineficiente. En tal sentido, se caracterizaba por presentar un corte neoliberal, pro-mercado, donde los privados serían quienes tomaran las riendas de la economía. Y, después de un crash financiero inicial en 1982, Chile despegó y logró un crecimiento récord desde entonces: de 1985 a 1997, el país creció 7% año a año. Incluso Milton Friedman, quien fue profesor de los “Chicago Boys”, denominó este fenómeno como “el milagro chileno”. Todo bien, pero, ¿cuál era el problema?
El crecimiento vino con desigualdad
En palabras de Rolf Lüders (uno de los “Chicago Boys”), se creyó que la desigualdad se reduciría con el tiempo ya que el modelo se basa en dos pilares: el crecimiento y la educación. En el papel , el crecimiento ayudaría a acabar con la pobreza (considerada peor que la desigualdad) y la liberalización de la economía permitiría la creación de más universidades y modalidades de acceso a la educación (como préstamos estudiantiles). Como resultado, habría personas educadas en todo el país, lo que permitiría recortar las brechas existentes en el largo plazo.
Pero no resultó así. Si bien el estado de indigencia cayó de un 17% en 1987 a un 6% en el 2000, la desigualdad socioeconómica no. De hecho, según The Guardian, existe una “pobreza escondida” en las estadísticas oficiales, la cual consiste en los elevados costos de vida y la falta de acceso a algunos servicios esenciales en localidades menos favorecidas. Y, si bien las universidades han proliferado, el costo relativo de la educación es muy elevado y el ratio de abandono es mayor al 50%. En resumen, buena parte de chilenos viven gastando casi todos sus ingresos en lo esencial y se endeudan para vivir. No tienen acceso real a servicios fundamentales y el acceso a la educación quedó en un sueño (o un préstamo bancario).
¿Qué pasará ahora?
Escribir una nueva constitución no se debe tomar a la ligera escuchen políticos peruanos: al tratarse de las reglas del juego de un país, un cambio puede significar un total revés al orden anterior. Un cambio de esta magnitud amerita, por lo menos, la participación representativa de la población, un estudio cuidadoso y no perder el orden democrático y desequilibrar los poderes del estado. En este sentido, Chile parece que va por buen camino, pues el plebiscito también resultó a favor de que la nueva constitución sea redactada por 155 miembros de la sociedad civil, elegidos democráticamente y que este grupo este conformado por un 50% de hombres y 50% de mujeres.
Debido a la abrumadora mayoría que votó por el cambio, se puede esperar también, que la nueva Carta Magna tendrá un corte más centrista que liberal, donde el Estado pueda tener una participación en temas sociales, como la educación y la salud. Y no, Chile no será una símil de Venezuela. Los sectores de extrema izquierda no son mayoría. Los que sí lo son, son el gran grupo de chilenos, estudiantes y trabajadores, quienes buscan un Estado que les ayude a no tener que endeudarse para vivir una vida moderna (y no estatizar todo a lo loco Chávez).
También existen algunas amenazas reales. El populismo como siempre en Latinoamérica no hará falta en las elecciones de la próxima asamblea constituyente, y vendrá tanto de izquierda como de derecha. Además, también existe el riesgo de una polarización agresiva dentro de la futura asamblea, la cual no permita generar una Carta Magna consensuada. Pero eso ya queda en manos de la población chilena, quienes por primera vez serán parte de la escritura de una constitución.
Edición: María Fernanda Tumbalobos