El pensador más grande de la Grecia clásica tenía una fisionomía muy llamativa: una espalda muy ancha. El verdadero nombre del noble ateniense fue Aristocles, pero en el mundo entero sería conocido como Platón. Por muchos años se ha cuestionado la verdadera existencia del filósofo griego, ya que, en la Grecia de Platón la noción de individuo no estaba aún muy desarrollada, pues la persona en concreto era la unión entre su sociedad y su familia. En el caso de Platón, hay una certeza de que una persona con tal característica física se llamó de ese modo, incluso fue el hombre con la espalda más ancha de Atenas, pero, ¿acaso hay la posibilidad de que el pensamiento de Platón sea una obra en conjunto con sus vecinos o sus alumnos?
La pregunta en cuestión nos siembra mayor duda si se considera que el periodo en que se compusieron sus obras coincide con el apogeo de la Academia, escuela del pensamiento fundada por el mismo Platón. La fundación de dicha escuela permitió poner en debate las diversas ramas del conocimiento hasta buscar una conclusión en conjunto, y no necesariamente de alguien en específico. Así, los diálogos de Platón, los que son de lectura obligatoria en cursos generales de la universidad, son en realidad una serie de debates que fueron llevados en conjunto entre un profesor (Platón) y sus más brillantes alumnos.
Si bien en la actualidad nuestra sociedad es principalmente textual (redes sociales, anuncios, libros, exámenes…), es muy difícil lograr separar la escritura de la oralidad por completo. En los días de Platón, sin embargo, el discurso oral era la principal herramienta de la que la sociedad griega hacía uso. La escritura jugaba un papel muy secundario —que en algunos casos servía de apoyo al discurso oral—, por ejemplo, solo se escribían las conclusiones más importantes de un debate, o la implementación de nuevas leyes en la sociedad. Por tanto, la Grecia de Platón era una sociedad básicamente oral, y los diálogos solo se leían en las reuniones de la aristocracia o entre aquellos dedicados al oficio de pensar.
Fredo, alumno de Platón, expresa la preocupación de su maestro por el tema exclusivo de la oralidad en los diálogos de la Academia. Señala que la preocupación era que sus diálogos no lograban obtener una conclusión sobre un tema en específico, sino más bien eran una actividad tan solo dialéctica entre profesor y alumnos. Es por eso que cuando uno lee los diálogos de Platón difícilmente podrá encontrar conclusiones acerca de los temas que se abordan.
Lo que realmente plantea Platón (y de paso sus alumnos de la Academia) en sus textos escritos es lograr reflexionar sobre diferentes problemas de la filosofía. En asuntos políticos uno puede acudir a la “República”, y, en temas de poesía “Ion” es el libro indicado. Si bien no hay verdades concretas en estas obras, su objetivo es aún más ambicioso: invita a cada lector a generar en sí mismo una discusión oral, por medio de las herramientas del diálogo y la retórica.
“La escuela de Platón” por Jean Delville.
Las hipótesis planteadas no hacen más que generar más dudas, ¿acaso Platón no tiene un pensamiento único y propio? Afirmar tal pregunta sería caer en una enorme injusticia. Aristóteles afirmaba que los diálogos de Platón buscan los principios y las causas de un problema determinado, hecho que lo diferencia de otros pensadores anteriores a él, ya que es el primer pensador antiguo que trata de buscar la verdad cuestionando aún más el problema, sin buscar posibles soluciones.
En “Metafísica”, primer libro de Aristóteles, el autor explica la teoría platónica del uno y la díada —diálogos debatidos entre Platón y sus alumnos—, según lo cual el cosmos está compuesto por dos principios opuestos: la unidad (aquello que da esencia a las cosas) y la díada (lo que permite la multiplicidad a las cosas). El punto en cuestión es que las referencias a esta teoría platónica son muy pocas y confusas. Si además se toman en cuenta los hechos históricos por los cuales han pasado las obras de Platón —traducciones mal realizadas, pérdidas irreparables sobre sus pensamientos más importantes—, es casi imposible lograr una conexión exacta entre el texto y el verdadero pensamiento del filósofo. Es por ello que ciertos autores contemporáneos advierten del peligro de adentrarse en “una interpretación sobre el pensamiento del Platón”, porque es más seguro que la interpretación sea sobre una idea que no existe.
Estatua de Platón en Atenas.
Lo que nos queda sobre Platón no es más que un nombre vago que se ha unido a innumerables textos que han deambulado a lo largo de los siglos. Si bien Platón nos invita a iniciar un diálogo oral una vez finalizada la lectura de sus pensamientos, la duda aún sigue presente: ¿es realmente a Platón a quién se lee? ¿son los diálogos una interpretación ilegítima y constante de su pensamiento? Es muy posible que las dudas perduren en el tiempo, es más, si el enigma sobre Platón ha logrado mantenerse por siglos, estoy seguro de que seguirá presente por muchos siglos más. Esa duda sobre la autenticidad de los diálogos de Platón ha sido, es y seguirá siendo la piedra angular de cualquier filosofía.
Dudar acerca de la veracidad de los pensamientos platónicos es la mejor manera de iniciar el camino especulativo de la filosofía. ¿Acaso filosofar no es poner en duda absolutamente todo? Tal vez por eso el acierto de las facultades de humanidades en las universidades —es que nos abren el camino de la filosofía con los textos de Platón —que es el inicio de toda filosofía— y si bien se pueden poner en duda muchas cosas sobre un pensamiento único y auténtico en el texto, es una invitación a poner en duda todo, incluso sobre aquello que se lee.
Edición: Paolo Pro.