Y es que para todos los vivientes que son perfectos—es decir, los que ni son incompletos ni tienen generación espontánea— la más natural de las obras consiste en hacer otro viviente semejante a sí mismos —si se trata de un animal, otro animal, y si se trata de una planta, otra planta— con el fin de participar de lo eterno y lo divino en la medida en que les es posible: todos los seres, desde luego, aspiran a ello y con tal fin realizan cuantas acciones realizan naturalmente.
– Aristóteles, De Anima (ii.4 415a27-b2)
Esta definición de vida como un sistema teleológico, comprensión cabalmente filosófica, parece respaldarse por desarrollos algo más recientes en genética molecular. Bradie y Miller (1984) llegan a señalar que “el ‘programa’ genético contenido en la estructura molecular [del ADN] dirige y limita el crecimiento del organismo de la manera dispuesta en los trabajos biológicos de Aristóteles” (1). Muchos otros autores, como David Berlinski y Paul Davies, han señalado la importancia de un código que permita guardar información para ejecutar funciones que puedan considerarse como vitales. Antonio Lazcano, el presidente de la International Society for the Study of the Origin of Life concluye que “una característica de la vida, no obstante, permanece certera: la vida no pudo haber evolucionado sin un mecanismo genético—uno capaz de almacenar replicar y transmitir información que pueda cambiar a través del tiempo a su progenie […] Precisamente cómo la primera maquinaria genética evolucionó también persiste como un misterio sin resolver” (2).
OK. Quedó claro: un código es la clave. Sin embargo, habiendo dejado en evidencia una faceta filosófica, falta explicar otra más biológica para entender la trascendencia de este código. Toda forma de vida, en cuanto persiste en seguir viva, necesita disminuir la entropía dentro de sus propios confines e ingeniárselas para almacenar energía. La interacción con aquel ente malévolo que pretende robarnos nuestro calor, imponer desorden y corromper nuestros sistemas—a.k.a. el ambiente—se vuelve una tarea inevitable. Y las principales agentes en este negocio son las proteínas, con sus diversas labores catalíticas. No obstante, las proteínas no salen ex nihilo. Las proteínas son el producto de la traducción de un lenguaje (ADN) a otro (proteínas). Esta traducción es un negocio familiar que se da entre el mismo clan de biomoléculas llamadas ácidos ribonucleicos o ARN. El ARN ribosómico (rARN) ensambla los aminoácidos portados por el ARN de transferencia (tARN) según el código genético portado en el ARN mensajero (mARN). Es este último el que lleva la información genética dentro, luego de haber sido transcrito desde el principal reservorio de información: el ácido desoxirribonucleico o ADN. A su vez, esta macromolécula debe ser, como seguramente imaginaba Aristóteles, capaz de replicarse para poder ser el plano maestro que pasa a la siguiente generación, sea una nueva célula o un organismo pluricelular completo. Replicación [1], transcripción [2] y traducción [3], de forma sistemática constituyen el denominado dogma central de la biología molecular (Ver Imagen). Y en este dogma, paralelamente a la teología cristiana, encuentra una trinidad (respectivamente ADN, ARN y proteínas) que estelariza cada paso.
Walter Gilbert, en su carta Origin of life: The RNA world, le dio forma definitiva a una idea que llevaba ya un tiempo fraguándose en laboratorios y congresos. En los años previos a esta publicación, la comunidad científica se vio sacudida por dos descubrimientos: el ARN puede dirigir la maduración de otros ARNs (3) y la especulativa recombinación de ARNs (como sucede con el ADN en organismos sexuales) (4). La aguda visión de Gilbert le permitió ver que esto implicaba autorreplicación con clara función catalítica y un sustituto de reproducción sexual (posibilidad de evolución ::DDDD), de forma que el ARN también se sabía algunas líneas que hasta el momento estaban reservadas para el ADN. Además, existía una dicotomía que gobernaba el espectro biomolecular: información vs función. “El almacenamiento de información necesita ser unidimensional para facilitar la replicación, pero las moléculas con funciones enzimáticas tienden a ser estructuras tridimensionales compactas cuyas formas no guardan relación con las demandas de cualquier mecanismo de copia”, señala (5). “Esta dicotomía es más obvia hoy en día entre el orden linear para el ADN y la estructura de las proteínas”. Gilbert, entonces, propone en febrero de 1986 que el mundo de la vida primitiva precisaba de una estructura que pudiera conciliar ambos papeles: el ARN. Con ambas capacidades, el ARN calza para ser candidato de la primera macrobiomolécula del mundo, su mundo: el mundo del ARN, nombre con el que se bautizó la hipótesis.
No obstante su inercia, en el panorama académico no se suele avanzar dos pasos sin que surja algo de oposición leal—cuando se tiene suerte. En Japón nació otra hipótesis, centrada en proteínas. La hipótesis del mundo de la [GADV]-proteína, propuesta y hasta ahora defendida por Kenji Ikehara, sostiene que proteínas de glicina (G), alanina (A), ácido aspárgico (D) y valina (V) pudieron producirse en las costas primitivas y que los mismos tienen capacidad enzimática (6). El muy inteligente Kenji (jamás creí que escribiría esa oración) sostiene además que, por cuestiones estadísticas y de estabilidad, el código genético original sólo podía producir estos cuatro aminoácidos. Lo que es más, los cuatro podrían proporcionar los bloques necesarios para generar las estructuras para los pasos más fundamentales de la vida. Pero, como dijo Jack Lalanne, ¡espere, hay más!
En su Possible Steps to the Emergence of Life: The [GADV]-Protein World Hypothesis, Ikehara produce una elegante formulación evolutiva de cómo invertir el paradigma hacia un origen proteico de la vida, a la vez que machetea sin piedad la hipótesis de Gilbert.
Ouch.
A medida que leímos el artículo de Ikehara, las similitudes con un death-match de la WWE se hicieron cada vez más evidentes. Lo que una vez fue el estudio de una estilizada danza evolutiva entre forma y función ahora era un encarnizado deshuesadero en el Madison Square Garden. La hipótesis del mundo de la [GADV]-proteína cada vez gana más tracción a nivel internacional, lo que parece indicar que la contienda está muy lejos del final. Mas, por el momento, ¿cuál hipótesis escoges tú?
Para los curiosos:
- Bradie M, Miller FD. Teleology and Natural Necessity in Aristotle. Hist Philos Q [Internet]. [North American Philosophical Publications, University of Illinois Press]; 1984;1(2):133–46. Available from: http://www.jstor.org/stable/27743674
- Lazcano A. The Origins of Life: Have too many cooks spoiled the prebiotic soup? [Internet]. Natural History Magazine. 2008 [cited 2017 Mar 11]. p. 1–10. Available from: http://www.naturalhistorymag.com/htmlsite/master.html?http://www.naturalhistorymag.com/htmlsite/0206/0206_feature1.html
- Guerrier-Takada C, Gardiner K, Marsh T, Pace N, Altman S. The RNA moiety of ribonuclease P is the catalytic subunit of the enzyme. Cell. 1983;35(3 PART 2):849–57.
- Kruger K, Grabowski PJ, Zaug AJ, Sands J, Gottschling DE, Cech TR. Self-splicing RNA: Autoexcision and autocyclization of the ribosomal RNA intervening sequence of tetrahymena. Cell. 1982;31(1):147–57.
- Gilbert W. The RNA world. Vol. 319, Nature. 1986. p. 618.
- Ikehara K. Possible steps to the emergence of life: The [GADV]-protein world hypothesis. Chem Rec. 2005;5(2):107–18.