En las religiones, en las artes, en la ciencia, o en la filosofía, la muerte ha sido siempre un tema central, pero ¿nos gusta pensar en ella o preferimos evitar hacerlo a toda costa?
Hace tan solo cien años, la gente tenía más contacto con la muerte: enterraban a los familiares con sus propias manos, los cementerios estaban en el centro de las ciudades, y la gente mataba a los animales que comían. Ahora, el pollo está limpio en los supermercados, sin una gota de sangre, para que no recordemos que ha habido una muerte detrás de él (Santandreu, 2011).
No solo queremos olvidar la muerte, le declaramos la guerra. El derecho a la vida es el primero en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el valor fundamental de la humanidad. Según el historiador Yuval Noah Harari, como la muerte viola este derecho, la vemos como un crimen contra el cual debemos luchar. Eso es lo que hace la medicina desesperadamente: intenta buscar curas para cada problema que pueda terminar con la vida.
Durante la historia ha habido una obsesión por la vida, reflejada en la presencia del vampirismo en tantas distintas culturas del mundo—donde creían que bebiendo sangre vivirían más—o en nuestro deseo de querer que nos recuerden en el futuro ya sea dejando legados culturales o artísticos, o sacrificándonos por nuestra nación. Sin embargo, dada la inevitabilidad de la muerte, el ser humano también aprendió a aceptarla. Las religiones han sido bastante tolerantes con ella y, en vez de sacralizar la vida, sacralizan algo más allá de la existencia, como el paraíso cristiano. Sin embargo, hoy en día sacralizamos más la vida, y la ciencia ve a la muerte como un problema técnico a resolver, dice Harari—si el corazón aletea, debe ser estimulado por un marcapasos o sustituido por un nuevo corazón. Ya no le echamos la culpa a algún dios, sino nos enfocamos en qué es lo que falta para solucionar el problema técnico que mató al paciente.
La ciencia no ve a la muerte como un misterio metafísico o como algo que le dé sentido a la vida, solo como una antagonista. Este me parece uno de los temas por los que la ciencia nunca será suficiente para el ser humano. Pensar y aceptar que nos vamos a morir debe traer serenidad en vez de preocupación. Meditar sobre la muerte puede poner en perspectiva nuestros problemas y hacernos reflexionar sobre su pequeñez. Como decía el filósofo Blaise Pascal, somos insignificantes y estamos muy poco tiempo en la Tierra en relación con la historia y el futuro. Entonces, ¿por qué preocuparnos tanto por nuestra imagen, comodidad, o el tráfico? ¿Qué puede ser tan terrible en esta vida si nos vamos a morir y todo es pasajero?
“El hombre que no percibe el drama de su propio fin no está en la normalidad sino en la patología, y tendría que tenderse en la camilla y dejarse curar.”
-Carl G. Jung
Eso no significa que, como igual nos vamos a morir, desperdiciemos nuestra vida holgazaneando, bebiendo en exceso, fumando, o comiendo chatarra. Dañarse el cuerpo y la mente nos enfermará y disminuirá nuestra calidad de vida. La muerte debe impulsarnos a vivir bien. Como decía el filósofo Séneca, no hay que amargarnos de que la vida es corta, pero aprovecharla. Algunos persiguen dinero con tanta ímpetu que no tienen tiempo para otras cosas, otros desperdician su tiempo libre con actividades banales como la bebida y el sexo. Si descubres de muy viejo que desperdiciaste tu vida, te arrepentirás y querrás hacer todo lo que no hiciste cuando pudiste hacerlo (Warburton, 2011).
Epicúreo decía que no debemos temerle a la muerte porque nunca la experimentaremos. Cuando existo, la muerte no. Cuando ella existe, yo no. ¿Por qué temerle? Al ser parte de la naturaleza, tiene una condición neutral. Cada uno le otorga a un estímulo neutral una connotación positiva o negativa, dependiendo de lo que nos digamos a nosotros mismos de él. Podemos ver a la muerte de manera positiva, como el motor para vivir.
Sin embargo, la ciencia solo la pinta como antagonista. Los proyectos más ambiciosos del siglo serán, al parecer, los de la inmortalidad. Calico, una subcompañía de Google, tiene como fin resolver la muerte, y multimillonarios como Peter Thiel pretenden vivir para siempre. Harari predice que, en los siguientes siglos, podrá haber amortales, no inmortales. Mientras no mueran en algún accidente (por ejemplo, atropellados) podrán seguir viviendo indefinidamente, ya que se podrá curar todo problema técnico en su cuerpo (Harari, 2016). Si bien muchas enfermedades son bastante lucrativas por sus tratamientos, la amortalidad podría ser rentable porque sería carísima y solo disponible para la pequeña élite que la pueda pagar, pero todos querremos la piedra filosofal y nuestra concepción de la muerte cambiará. En vez de aceptarla, buscaremos vencerla y, así, perderemos de vista la importancia de la vida. Si llegamos a ser inmortales, ¿qué tanto nos esforzaremos por hacer lo mejor del poco tiempo que tenemos en este mundo? Alargar la vida podría hacerle perder su valor, irónicamente, contrario a la interpretación de los D.D.H.H. donde la muerte es nuestro mayor enemigo.
A lo largo del artículo, hay varias pinturas donde aparece la muerte de un modo u otro. Distintas artes han logrado encontrar belleza en ella. Nos recuerdan que la muerte debería estar en nuestra mente con más frecuencia para que nos impulse a vivir.
¿Por qué guardas las guirnaldas
bienolientes para una ceniza ingrata? ¿O acaso quieres que
una lápida coronada cubra tus huesos? Ponte vino y dados;
muera quien se preocupe del mañana, pues la Muerte,
tirándonos de la oreja, dice: “Vivid, que llego”.
-Virgilio, Copa
Edición: Paolo Pró
Bibliografía:
Harari, Y. N. (2015). Sapiens: A brief history of humankind.
Harari, Y. N. (2016). Homo Deus: A brief history of tomorrow.
Harari, Y.N. (2018). 21 lessons for the 21st century
Santandreu, R. (2011). El arte de no amargarse la vida.
Warburton, N. (2011). A little history of philosophy. New Haven: Yale University Press.