El 24 de abril me desperté confundido, con un dato que me sorprendió y preocupó bastante: la pobreza había aumentado en el país. Sabía que no íbamos del todo bien, que la anemia no se reduce, que la inseguridad crece, que nadie se pone de acuerdo, pero un número siempre genera un efecto especial. En Lima, tan cerca de nosotros – pero al mismo tiempo tan lejos – vivían 1.4 millones de pobres. Pensaba… se necesitan cambios… ¡no podemos esperar resultados diferentes si seguimos haciendo lo mismo de siempre! Han pasado algunas semanas desde aquel día, y no se ha hablado mucho de las soluciones al problema. Un poco de números, los justos y necesarios, nos pueden ayudar.

Primero, es clave entender la pobreza monetaria: los hogares no llegan a un nivel de ingreso (S/428 al mes para Lima) para alcanzar una calidad de vida mínima. ¡No es que no quieran trabajar, es que no tienen las oportunidades! Detrás de esta limitación económica, hay graves carencias difíciles de imaginar para los que vivimos tranquilos con todas las comodidades. Así, más allá del número de pobres (discutible de acuerdo al método empleado), es importante explorar lo que hay detrás.

De entrada, hay un problema educativo. De las personas pobres en Lima, el 30% no ha culminado primaria y el 55% no ha culminado secundaria, por lo que cuentan con una desventaja desde el inicio. El Estado les falló. Sus hogares, por más que están ubicados en la ciudad, también tienen problemas serios. Cosas que nos parecen normales en nuestro día a día, no son así para las personas pobres en la capital: 21% no tiene acceso a agua potable, 44% no cuenta con baño con desague, 46% cocina a leña (con los problemas de salud asociados), y menos del 5% tiene Internet en su hogar (ENAHO, 2017)… y eso que están en Lima.

Pareciese que los pobres viven en un mundo paralelo, cuando en realidad compartimos la misma ciudad. Una ciudad que debería ser más inclusiva y preocuparse por aliviar las carencias y garantizar oportunidades. La pobreza puede ser un número, pero detrás de cada hogar pobre, hay historias de dolor y luchas, de duras migraciones rurales-urbanas, de personas a las cuales el Estado les falló. No tuvieron ni tienen las oportunidades para desarrollarse plenamente.

Sin embargo, el título de este artículo está escrito en positivo porque sí es posible enfrentar el problema. Para ello, es clave cambiar de estrategia para reducir la pobreza: el crecimiento económico no basta. En el mismo ámbito urbano, en nuestras narices (o tal vez sea más apropiado decir espaldas), estamos fallando. Falta atender de manera especial a los peruanos en situación de vulnerabilidad para garantizar una igualdad de oportunidades. Es importante gastar bien.

Entre muchos actores que pueden aportar a la solución, quiero resaltar el papel de dos: la Municipalidad de Lima y el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (Midis). Para el primer actor, garantizar oportunidades para la población pobre implica revisar las políticas en transporte (público) y seguridad. Como menciona Hugo Ñopo, comunidades seguras y con mejores servicios, garantizan más oportunidades de progreso. Se debe apostar por una ciudad más inclusiva para todos. No basta construir escaleras y by-passes. Ahora que vienen elecciones tal vez debemos pensar un poco más en ello.

Para el Midis, la voluntad política es clave, pero hoy en día se observa poca continuidad, con cuatro ministros en menos de dos años. Para la zona urbana, la estrategia “Prospera” está paralizada y no se observa un plan claro de acción para atender la pobreza en la ciudad. Es clave articular actores desde una perspectiva más integral y el Ministerio cumple un papel importante al respecto. Se tiene que comprar el pleito y proponer medidas inmediatas.

Matemáticamente es posible estar mejor: el crecimiento en el Perú ha agrandado la torta, pero se requiere voluntad para una óptima distribución. Los resultados no llegan solos… Mientras tanto, 1 de cada 5 peruanos (por lo menos) la pasa mal.