Que la portada no te engañe, este artículo no busca centrarse en la ficción de los cómics (quizás solo un poco), sino en una de la faceta más realista de la mítica, pero no irreal, figura del justiciero. La idea de “tomar la justicia por tus manos” no es desconocida y la encontramos ya sea en la opinión de un ciudadano o en una figura tan clásica como Robin Hood. Por ello es interesante reflexionar sobre el trasfondo de este arquetipo que, tarde o temprano, llega a tornarse en realidad.
¿Por qué la idea del justiciero seguiría siendo vigente en sociedades modernas que tienen autoridades, leyes e instituciones? Justamente es por la mala percepción que se tiene sobre estos entes de ley que no cumplen la función de brindar seguridad y justicia. Héctor Laguna (2019) analiza este fenómeno mediante la teoría de las “ventanas rotas” de Philip Zimbardo: “Un auto con una ventana rota transmite una idea de deterioro, desinterés y ausencia de ley… solo empeorará a medida que el vehículo siga siendo maltratado y nadie haga algo”. En muchas regiones, ciudades o países, hay una sensación de abandono del sistema frente a problemas reales: alta delincuencia, juicios injustos, acoso, etc. Ello es grave para una sociedad debido a que la seguridad no solo es un derecho; sino una necesidad psicológica que, de no ser satisfecha, atenta contra el desarrollo integral de las personas. Y, como en economía, cuando una necesidad no es satisfecha, surgen alternativas: los justicieros. Si bien no todos buscan recurrir a la violencia, el uso de esta facultad “exclusiva” de otras autoridades es uno de sus rasgos más reconocidos.
Pero no todo es eficiencia: existe un profundo deseo de que estas figuras representen ciertas virtudes que se sienten ausentes en las autoridades legítimas “según la ley”. Se espera que los encargados de la justicia representen la JUSTICIA misma para, más allá del patriotismo, mantener cierta estabilidad social. Es allí donde surgen estos líderes carismáticos que, por encima de discursos lógicos, inspiran a las personas con sus acciones, sus palabras o solo su presencia al apelar a dichas virtudes (responsabilidad, seguridad, valentía, osadía, etc.). Existirá un choque de legitimidad donde, mientras las instituciones legales la pierden, otras figuras fuera de la ley la ganan junto con el apoyo del público. Una dinámica que, en esencia, es tanto reconfortante como preocupante para una sociedad que desea estabilidad y seguridad.
Como hemos visto, la figura del justiciero se nutre mucho de su motivación y sus resultados, pero ¿y si uno de estos no es “correcto”? Irónicamente, aunque el móvil del justiciero es de lo más apreciado, no siempre es tan discutido como los resultados al momento de justificar o valorar a un justiciero. A veces el móvil es dado por entendido, solo teorizado o hasta “embellecido”. Es aquí donde la esencia de esta figura, elevada para cumplir el rol social del héroe, puede retorcerse al ser tan simplificada (Fandos, 2019). “Lo hacen porque es lo correcto”; “es su deber”; “fue un acto valiente”; etc. Pero la motivación podría ser más compleja: podría ser venganza, desahogo, deseos violentos, o hasta un fetiche. Este es el talón de Aquiles de los justicieros, pues, desde su posición al margen de la ley, son tanto potenciales protectores como amenazas. Sin la suficiente información o control, sería un salto de fe apoyar o no a un justiciero.
El deseo por justicia, así como por una figura representativa, siempre ha existido y es muy humano. Después de todo, estas son las motivaciones que impulsan distintos tipos de movimientos, organizaciones o proyectos sin actuar necesariamente fuera de las normas. Una posible solución sería que se escuche más a la población y mínimo reconocer estas falencias. Si hay vidrios rotos, lo peor que se puede hacer es ignorarlo. Hasta entonces, probablemente sigan surgiendo aquellos que quieran generar cambios de formas poco convencionales.
Editado por Paolo Pró