Hace ya unos meses volví a salir de casa tras haber cumplido con el confinamiento y tuve que hacer uso del transporte público, visitar tiendas y enfrentarme cara a cara con el espesor del ir y venir de las gentes. A lo largo de esos viajes en bus, o cuando caminaba meditabunda por las calles de Lima la gris, recordé las tempestivas emociones que me agobiaban cuando dichas actividades eran rutina en mi vida, así como seguramente para muchos.
Estas emociones resultaban de la experiencia estética de observar y discriminar las diferentes formas y colores de la ciudad en todos sus ámbitos, disfrutar de sus olores, percibir el bullicio… o en muchos casos participar del silencio que la encierra.
Días después, navegando por la red social Instagram, encontré unas fotografías en una cuenta que aperturó poco después de iniciada la cuarentena en nuestro país –@cámaraencuarentena-, que pertenece a la Asociación de Fotoperiodistas del Perú. Al mirar esas imágenes, a cuyo autor le agradezco y celebro infinitamente la habilidad visual para captar la cotidianeidad que resurge tras múltiples intentos fallidos por frenar la propagación –a la que ya le agarramos confianza– del virus, tuve sentimientos encontrados. Entre el impacto de saber que Lima no se detiene y vuelve a ser la misma de antes. La misma que fue víctima pero propulsor vital del pico del contagio, y el entusiasmo de admirar tanta belleza compositiva, cromática y estilística.
El autor de las fotografías es el fotoperiodista Gerardo Marin y encontré especialmente en una de ellas una semejanza estética –en un nivel sumamente subjetivo- con Los efectos del buen gobierno (1338-1340) de Ambrogio Lorenzetti, que se encuentra en el Palacio Comunal de Siena.
Gerardo Marín nos ofrece el rostro de nuestra ciudad en el que los efectos de un buen gobierno no están presentes –
porque no existe un buen gobierno.
Ahora bien, muchos se preguntarán qué implicancia se le puede atribuir a un fresco del periodo renacentista con una fotografía de una Lima contemporánea en plena pandemia. Si bien es cierto la semejanza no es plástica, ya que ninguna incurre en la composición de las formas, creo pertinente un análisis más semántico que sintáctico, en cuestión de lo que nos dicen la foto y la pintura.
En principio, recordar que el fresco Siena retrata una ciudad Estado. Si nos remontamos al siglo XIV, nos encontramos ante una realidad rica en términos económicos gracias a la industria manufacturera y el sector bancario –para entonces, Florencia y Siena se disputaban el dominio político y artístico hasta finales de la Edad Media.
Por otro lado, Gerardo Marín nos ofrece el rostro de nuestra ciudad en el que los efectos de un buen gobierno no están presentes –porque no existe un buen gobierno. La idea de plasmar a la población (vendedores, compradores, músicos y transeúntes) envuelta en una ola de calor que emanan del mismo sudor de la masa concentrada en la esquina, nos da a entender que, incluso en medio de las mascarillas y el miedo de rozar manos con desconocidos, la belleza del dinamismo caótico permanece, y la interacción social y trabajadora sigue funcionando tal cual es.
¿SEMEJANZAS, DÓNDE?
Dentro del fresco de Lorenzetti, el comercio fluye con imperturbabilidad; hay abundancia a la vez que no existe privación mercantil; hay justicia, arte y cultura. En nuestra fotografía, por el contrario, reina el cansancio y el poco cuidado a pesar del miedo del contagio, pero aquello pasa a un último plano ya que se trata de generar ingresos. Así, lo único que las une es que ambas piezas danzan en la misma pista de baile estoica de que todo fluya con normalidad pese a las circunstancias.
Sí, porque el sentimiento de no tener otra opción que mantener la tranquilidad ante la crisis es inevitable. De este modo, trata pues de un tipo de utopía, lo que nos sitúa en una suerte de paraíso en un contexto urbano, en donde las personas se anuncian a sí mismas como partícipes del Perú, de su comercio y su propia realidad, que tiene el control total de sociedad ya que ha conseguido liberarse de las cadenas de la no inmovilización –por no decir que nunca estuvieron atados-. Desde una mirada general, tanto los conceptos de la virtud estoica como el sentimiento de la belleza estética en términos de nobleza, templanza y vigor se unen en un conjunto total para representar al nuevo empero mismo limeño, dueño de su buen gobierno.
Y ustedes, ¿encuentran más semejanzas entre Lima y los efectos del buen gobierno, o a los efectos del mal gobierno?
Edición: Kelly Pérez.