En estos tiempos, la existencia de posturas críticas frente al rol del Estado se han vuelto el pan de cada día. Con ello, ya es costumbre que las encuestas de aprobación presidencial y congresal en el Perú tiendan a estar por los suelos. La impaciencia tiende a ser grande y la corrupción parece ser el argumento que la mayoría adopta para desmerecer la labor de todos los gobiernos. No obstante, es bueno cuestionarnos si la corrupción es la única explicación, o si hay otras motivaciones que los políticos podrían tener que han sido poco exploradas (o al menos no usualmente consolidadas en un solo documento que las recopile). Este análisis se torna particularmente relevante ahora, a raíz de la censura a Saavedra.
i) Los cargos políticos no son puramente altruistas
En un ideal, se piensa que los políticos deberían tener motivaciones puramente altruistas y no buscar nada más que el bienestar de la sociedad en conjunto al ocupar sus cargos. No obstante, la historia ha demostrado lo contrario: corrupción, búsqueda de intereses personales, abuso de poder, etc. ¿Es posible seguir imaginando con que el cargo político es uno puramente altruista?
Adam Smith, el filósofo y economista escocés, desarrolló un concepto ético interesante para analizar este caso: todas las personas nos vemos regidas por un equilibrio entre egoísmo y empatía. Es decir, la gente por un lado busca lo que concierne a su interés personal, pero por otra, llegado cierto punto, se interesa por hacer bien para los demás. Smith explica que estas fuerzas opuestas llevan a un equilibrio, pues el fin de las acciones empáticas está dirigido a hacernos sentir bien a nosotros mismos (nos gusta hacer bien a los demás, para sentirnos bien). La pregunta de rigor es: ¿pueden los políticos responder a motivaciones que se asemejen a dicha filosofía? Probablemente no, ya que dado su trabajo, el bien que hacen es impersonal (desde un escritorio), y por ello, es un poco más difícil que se sientan bien por un bien que no ven en los demás (¿salvo en noticias?). Esta impersonalidad del cargo probablemente les quita toda motivación empática (quedando solo la egoísta).
ii) Los políticos responden a incentivos (lobby)
Por otro lado, se afirma que los políticos representan intereses de grupos de poder, quienes a través del lobby, les hacen llegar su parecer acerca de las regulaciones que más les convengan. Esta es una idea ampliamente difundida y se encuentra arraigada en el imaginario popular. Por tanto, muchos, al ver que se adopta una u otra medida, ya no pueden mirarlas sino con ojos de sospecha y pensar en qué interés podría estar por detrás.
iii) Los políticos maximizan su renta política (votos) a partir de regulaciones poco riesgosas
Desde este punto de vista, las personas que ocupan cargos políticos son adversas al riesgo. En otras palabras, ellos valoran mucho más evitar situaciones que traigan consigo un alto costo político, que la posibilidad de tener una mala aprobación en la población por causa de una política impopular. Debido a esto, la dinámica que suele prevalecer es la de inercia, ya que para superarla el costo de mantener el status quo (no hacer nada) debe hacerse muy alto. El problema es que esto solo explica el comportamiento de los políticos meses antes de una campaña electoral. El sistema democrático está configurado de tal forma, que posturas políticas tan condenables como la moción de censura a Saavedra, a pocos meses de haber ocurrido las elecciones para el Congreso, puedan ser poco costosas políticamente.
En resumen, las motivaciones de las decisiones políticas son racionales, pero tratadas como ocultas. ¿Por qué buscar tapar el sol con un dedo? Se habla de que el rol del Estado debe ser el de un ente regulador que solucione las fallas de mercado, ¿pero qué hace que quienes ocupan dicho cargo sean particularmente eficientes para lograrlo? ¿No existen también fallas de gobierno? La historia parece ratificar que sí las hay, ya que el descontento histórico con los políticos es incuestionable. Por ello, solo resta asumir que: i) no hay tal cosa como una motivación altruista, ii) que existe el lobby y iii) que los políticos son adversos al riesgo y quieren minimizar su riesgo político. Dado que los primeros dos puntos no son solucionables en un sistema democrático (no se puede obligar a que los políticos sean altruistas o desaparecer el lobby), solo resta hacer que el costo político de hacer mal las cosas, o no hacer nada, se vuelva altísimo. Así, exigir a quienes ocupan los cargos políticos que aprovechen adecuadamente su tiempo en el gobierno ha de ser una actividad fundamental, para estimular el oxidado motor del sistema democrático.
Llevando estas reflexiones a un plano más reciente, muchas son las teorías que se maquinan acerca de la censura de Saavedra. Por un lado, es claro que no hay motivaciones altruistas detrás: se destina tiempo valioso, que podría ser invertido en resolver problemas graves como la inseguridad ciudadana, a despotricar contra un ministro que había probado tener resultados importantes. Por otro, mucho se habla acerca del posible lobby existente contra la Ley Universitaria, que habría impulsado a que la bancada de Fuerza Popular liderase la moción de censura (vean The Economist). Nuevamente, acerca de estos dos puntos, no hay nada que pueda hacerse. Solo queda hacer que el costo político de asumir posturas políticas como aquella, se vuelva tan alto, que no hayan incentivos para volver a hacerlo en el futuro. Una forma de hacerlo, descansa en el espíritu de las manifestaciones pacíficas a favor de Saavedra hechas en los últimos tiempos, de las cuales queda esperar que sienten precedentes a largo plazo que hagan costoso que los políticos asuman posturas innecesarias y perjudiciales para el país.