El 9 de octubre de 1973, nació “Pepe el vivo”, el estereotipo del evasor de impuestos. Este personaje formó parte de la primera campaña para generar conciencia tributaria en el país y fue creado por la Dirección General de Contribuciones (predecesora de la SUNAT). Cuarenta y seis años después, Pepe sigue vigente y ya no solo representa a los evasores tributarios; sino a todos los adeptos de una cultura que se impone día a día con más fuerza.
Con distinta terminología (achoramiento, criollada, pendejada), la viveza es tratada en el debate público como la fuente de muchos “antivalores” (impuntualidad, improvisación, abuso de confianza, aprovechamiento, etc.) que impiden el desarrollo de una sociedad integrada y plena. A pesar de ello, se puede observar que también es considerada una “polémica virtud” que permite lidiar con las contingencias de un ordenamiento social en el que, si no eres vivo, eres tonto. Numerosos ejemplos literarios y cotidianos permiten dar cuenta de esto último. #Clásico.
Sea que esté presente en el sentido común de las interacciones cotidianas o como un discurso medianamente sistemático y articulado en el Manual del pendejo–suerte de folleto cómico y libro de autoayuda que venden a un sol por las calles de Lima- la viveza es una práctica que pervive, como ocurre con el racismo, aunque en el discurso formal se la critique.
Para entender la real dimensión de este fenómeno social, nos preguntaremos lo siguiente: ¿quién es “el vivo”? Según el sociólogo Hernán Aliaga, se trata de un sujeto con conocimiento del cómo funcionan las dinámicas de interacción social en espacios sociales desregulados o ineficazmente regulados como los que existen mayoritariamente en el Perú; en otras palabras, una persona que “tiene calle”. Será sobre la base de ese conocimiento que el sujeto podrá obtener goces individuales, sacando provecho personal de las circunstancias. Esta capacidad de agencia lo convierte en alguien que “sabe hacerla”.
El “saber hacerla” hace referencia a saber cómo, cuándo, dónde y en qué medida ser “vivo” para “hacerla”; por tanto, es siempre producto de una deliberación de carácter utilitario que considera, por un lado, los riesgos posibles de transgredir y, por otro, los motivos o “buenas razones” para ello. La finalidad, claramente, es que el agente obtenga éxito en aquello que persigue. Ahora bien, una deliberación que no considere la real dimensión del riesgo traerá como consecuencia una praxis incorrecta. De ese modo, el agente evidencia que le “falta calle” y que, por tanto, “no sabe hacerla”, deviniendo en un huevón, cojudo, gil tonto.
Sabemos que la eficacia de una praxis, como la de un discurso, así como su permanencia en el tiempo, está supeditada a los “logros” que esta tiene en la vida cotidiana de las personas. Entonces, ¿qué se logra gracias a la viveza?, ¿para qué es “buena”?
Básicamente es buena por dos razones. Primero, ser vivo o pendejo le permite al agente un dominio circunstancial que lo habilita para aproximarse al espacio público (a la calle), minimizando el riesgo de caer víctima de alguna astucia; es decir, la capacidad de “saber hacerla” implica también la capacidad de “evitar que se la hagan”. Segundo, exhibir viveza permitirá la adjudicación social de ciertas propiedades que se considerarán inherentes a la persona: inteligencia, astucia, valentía, autoconfianza, etc. Por tal motivo, es un crédito social, un avance que se da por descontado y, en términos de Bourdieu, se denomina capital simbólico (Bourdieu 2013: 190). Y es que cuando el vivo se sale con la suya, no solo él se ríe, sino también todos aquellos que lo festejan y aspiran a ser como él. Se vuelve un modelo o ideal a seguir cuando debería ser todo lo contrario.
La viveza no solo es un mecanismo para la obtención de capital simbólico, sino que su práctica es entendida también como la única forma de alcanzar metas sociales tangibles (en especial, para aquellos grupos que han permanecido excluidos, pero para quienes se imponen las mismas metas culturales y se les priva de los caminos para llegar a ellas). La siguiente cita nos muestra esta potencialidad doble de la viveza en tanto otorgadora de capital social, reconocimiento e inclusive elementos concretos ligados al éxito.
Hemos llegado al final de este Manual Práctico, es de esperar y de desear, que te conviertas en un ‘pendejo’ de antología. Solamente así te sonreirá la vida, te sonreirá el dinero, te sonreirán las mujeres (si no son jóvenes y guapas, haz que su sonrisa termine pronto). La vida es de los fuertes, de los animosos, de los ambiciosos… ¡de los ‘pendejos’!, en fin. Nunca hay que amilanarse ni retroceder, ni vacilar… ¡Adelante, siempre adelante! Rockefeller, Morgan, el pirata Drake, Napoleón y tantos otros ¿Qué fueron, sino unos grandes ‘pendejos’ con suerte? Ahora bien, puede que solamente desees ser ‘pendejo’ para divertirte, para gastar ciertas bromas, para dar respuestas sorprendentes, para vivir de las amistades y de tu ingenio. Bueno, bienvenido a la legión de los grandes ‘pendejos’. Quizás, en nuestra próxima edición, puedas aparecer en la carátula del libro de oro de la ‘pendejada’.
Manual del Pendejo
El cultivo de la viveza puede servir solo para “divertirse” y permitir una inserción favorable en las dinámicas de valoración social vigentes en el Perú; pero, de modo complementario y más importante en la actualidad, garantiza el acceso a aquellas metas sociales tangibles asociadas con el “éxito”. Así, en palabras de un artista callejero citado por Portocarrero:
“Ahí lo tienen (apuntando al monumento de Pizarro), ese ‘cojudo’ que está montado en su caballo era un pastor de cerdos; sí, un pastor de chanchos, para decirlo de una forma más clara para que entiendan. (…) Pizarro nunca estuvo en la universidad y conquistó el Perú con otros trece huevones, ¿por qué? Por aventao pues. Carajo, si no eres vivo, así salgas de la Sorbona, de la Sorbona y de cualquier puterío, no haces nada” (Portocarrero 2010: 318).
En el imaginario de este artista,
Pizarro pasó de ser pastor de cerdos a conquistador del Perú gracias a su
arrojo y viveza, a su desvergüenza y astucia, a su ausencia de escrúpulos. Así,
no solo desmerece totalmente la serie de normas o medios institucionalizados
(la educación, el trabajo, etc.) señalados como el “camino oficial o correcto” para
alcanzar los valores o metas culturales (el éxito); sino que además los etiqueta
categóricamente como inconducentes e inútiles si no se es astuto y arrojado
vivo. Lo triste es que este pensamiento no es solo de una persona o de un
grupo, sino que representa lo que piensa gran parte de la sociedad.
En síntesis, el ejercicio de la viveza sigue vigente porque funciona, sea para librar a los individuos de los abusos cotidianos o para facultarlos en la toma de atajos que la ley observa con laxitud. Por ello, todos hemos hecho alguna vez una viveza; sin embargo, en nuestras manos está combatirla con más fuerza, o perpetuarla y convertirla en el modus vivendi de nuestra sociedad.
Edición: Paolo Pró
BIBLIOGRAFIA:
Aliaga, H. B. (2015). La viveza (post)criolla a la luz del concepto de patología social. En I Congreso Latinoamericano de Teoría Social. Buenos Aires, 2015. (pp. 1-19). BUENOS AIRES. Instituto de Investigaciones Gino Germani. Recuperado de: http://cdsa.aacademica.org/000-079/194.
Bourdieu. (2013). El sentido práctico. Madrid: Siglo XXI.
Portocarrero, G. (2010). Oído en el Silencio. Ensayos de crítica cultural. Lima: Red para el desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú.