Padece Paterson de sensibilidad lírica. Llámese así a la capacidad de observar el entorno como lo hacía Proust. Las hojas no son hojas. Son labios verdes rubicundos bañados por el halo del sol. La vida se refleja en ellas.
Paterson conduce y todo es poético. Las imágenes, las avenidas, los árboles, los pasajeros, los diálogos. Roba de cada rincón lo que le amerita robar.
Jim Jarmusch decía: «Nada es original. Roba de cualquier lado que resuene con inspiración o que impulse tu imaginación. Devora películas viejas, películas nuevas, música, libros, pinturas, fotografías, poemas, sueños, conversaciones aleatorias, arquitectura, puentes, señales de tránsito, árboles, nubes, masas de agua, luces y sombras. Selecciona sólo cosas para robar que hablen directamente a tu alma. Si haces esto, tu trabajo (y robo) será auténtico. La autenticidad es incalculable; la originalidad es inexistente. Y no te molestes en ocultar tu robo, celébralo si tienes ganas. En cualquier caso, siempre recuerda lo que dijo Jean-Luc Godard: “No es de donde sacas las cosas, es en donde las pones”».
En este filme todos los personajes tienen sueños. Ganar un campeonato de ajedrez, ser una estrella de country, reconquistar al amor perdido. Pero Paterson, parece hacer todo sin una ilusión futura. ¿Es contentadizo? ¿De qué sirve un gran talento si no se lo explota?
Paterson sabe que escribir es lo mejor que le ha podido suceder. Pero no ha descubierto una razón demandante que le haga publicar sus poemas. Él es un poeta para sí.
Soy feliz, dice. ¿Para qué pedir más? Cuando la mascota de la casa destruye el libro secreto de poemas de Paterson. Él exclama que “solo eran palabras al fin y al cabo”. Se esperaba un arrebato de ira. Natural en cualquier artista que ve su reducido su esfuerzo a migajas.
Su humildad lo lleva a encontrar placer no en los poemas escritos, sino en haber apoyado su puño en un papel, mientras paseaba sus ojos en busca de las palabras que concluirían sus versos.
Personaje curioso. Vive resignado a su verdad solitaria. «Esto me hace feliz. Y no hay porque buscar el reconocimiento». A lo largo de la historia esperamos que Paterson encuentre el estímulo hollywoodense que lo impulse del pensamiento a la acción. Pero la propuesta del director no gira entorno a una historia de éxito sino a la resignación. Mejor dicho a la indiferencia.
Finalmente, el diálogo final es una invitación a que el mismo se dé cuenta que publicar es la mejor manera que tiene de cerrar el círculo de su arte. «William Carlos Williams y Allen Ginsberg son poetas de aquí, de New Jersey», le comenta un colega poeta japonés. Y además le dice que cualquier oficio puede ser muy poético. Solo se necesitaba observar y escribir las palabras en el lugar correcto.
Finalmente le pregunta:
-¿Es usted poeta?
-No
Arte es lo que hacemos con nuestras vidas. Pero, ¿el deseo de que esto sea reconocido por otros es necesario? Para fines comerciales lo es. Pero ¿hay un deber acaso cuando se posee alguna clase de talento? Estas cuestiones definen al artista. Todos tenemos alguna clase de habilidad, pero no todos disponemos del arrojo para buscar los medios para mostrarlo a nuestro entorno. Y si miramos solo nuestras rodillas podemos hablar de resignada felicidad. De un suspiro por lo que no fue. Por lo que pudo ser. Por lo que se perdió para siempre y quedo entrampado en el quizá.