Liu Xiaobo, uno de los más reconocidos críticos del Partido Comunista Chino y ganador del Premio Nobel de la Paz, falleció de cáncer de hígado la semana pasada, luego de más de ocho años bajo custodia. El Partido Comunista desea que su muerte pase rápidamente al olvido. Por el contrario, su fallecimiento no debe quedar solo como una tragedia, sino un llamado a la consciencia de Occidente. ¿Hasta qué punto el comercio con China justifica pasar por alto su constante desconsideración por los derechos humanos?
Su carrera como activista político se expande por más de tres décadas y cuatro encarcelamientos. Surgió a la fama por su rol en las protestas de la Plaza de Tiananmén en 1989, donde grupos de estudiantes solicitaron una democracia y más libertades, aunque fueron callados por la fuerza por el Partido Comunista. Como consecuencia de su participación, fue recluido por 19 meses. En la década de los 90’s fue puesto tras las barras dos veces más por estar involucrado en movimientos defensores de la democracia y los derechos humanos.
En 2009, fue condenado a once años de prisión por “subversión contra el poder del Estado”. Su crimen: redactar la “Carta 08”, un manifiesto que pedía libertades genuinas y el fin del gobierno por partido único En mayo de este año fue diagnosticado con cáncer de hígado. En un acto de crueldad absoluta, el gobierno se negó a la solicitud de Liu para recibir un tratamiento adecuado en el extranjero, por lo que falleció menos de dos meses después de recibir su diagnóstico.
Las reacciones desde occidente han sido muy tímidas y hasta cínicas. Donald Trump, Angela Merkel y Emmanuel Macron expresaron su tristeza y condolencias por la muerte de Liu, pero se quedaron muy cortos de criticar abiertamente a China. Era de esperarse: sus relaciones económicas y comerciales con China son demasiado valiosas como para preocuparse por cómo tratan a sus ciudadanos. Además, China tiene un historial de retaliación contra países que critiquen su récord de derechos humanos. En 2010, cortó relaciones con Noruega luego de que su comité entregara el Premio Nobel de la Paz a Liu Xiaobo.
Para China, las críticas desde occidente hacia su trato a los presos políticos no son más que sermones condescendientes por países que juran tener autoridad moral cuando sus pasados están manchados por sangre, por lo que no tienen ningún derecho en entrometerse en los asuntos de un país soberano. Sin embargo, China también ha firmado la Declaración Universal de las Naciones Unidas, que garantiza un trato justo para todos y la libertad de expresión. Occidente no puede ser tan egoísta y cínico como para pasar por alto tales faltas, pues se arriesga a terminar erosionando la importancia de los valores universales.
El riesgo de retaliación de China también está sobredimensionado. El modelo de crecimiento de China enfocado en las inversiones llegó a su fin, y su transición hacia un modelo de crecimiento basado en el consumo interno recién está en pañales. China permanece altamente dependiente de las exportaciones, por lo que es más vulnerable, especialmente si Occidente actuara en bloque.
El trato del Partido Comunista hacia sus disidentes, basado en la censura y marginación, es un indicador de su debilidad, inseguridad y miedo. Las ideas como las de Liu deben ser discutidas, no calladas. Es necesario que los países líderes de occidente y del “mundo libre” se respondan una pregunta incómoda: ¿las ventajas comerciales valen más que los valores que promueven? Si no es así, la muerte de Liu Xiaobo no debería quedar en el olvido y es necesario levantar la voz a favor de los disidentes de China.