Debería ser evidente que, si nuestro lenguaje incorpora un verbo como ‘mentir’, es porque este es absolutamente imprescindible en la vida humana. Pensar que podría haber un mundo en el que las personas no dijeran nunca algo falso es absurdo, ¿no? Inclusive podría decirse que mentir es una herramienta crucial para la humanidad por el sinfín de situaciones en las que observamos y usamos la mentira. Pero ¿qué es mentir exactamente? ¿y qué circunstancias la hacen moralmente reprobable o admisible?
Conceptualizando la mentira
La definición convencional de mentira exige que se den estas tres condiciones: falsedad, insinceridad e intención de engañar. De acuerdo con ella, A miente a B al decirle X en el caso de que 1) X sea falso; 2) A crea que X es falso; y 3) A diga X para engañar a B.
Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. Buena parte de la discusión filosófica sobre la mentira ha puesto en cuestión, con los pertinentes contraejemplos, que estas condiciones sean necesarias o conjuntamente suficientes. Respecto a la falsedad, si afirmo algo falso, ¿necesariamente estoy mintiendo?, ¿toda mentira requerirá una aseveración falsa?
Claro que no, y para probarlo consideremos el caso de los errores honestos y las mentiras que terminan siendo verdades. Por ejemplo,“pasarle” la respuesta de la cual estás muy seguro al amigo y al final ambos jalan, o decir que estás enfermo para irte a casa temprano del trabajo (pensando que estás bien), pero descubrir luego que sí lo estabas en realidad.
¿Y la insinceridad? Uno puede decir cosas falsas, sabiendo que son falsas, sin mentir. Es el caso de la ironía (“este candidato hará un cambio”, “qué genio es ese chico”), con la que expresamos lo contrario de lo que literalmente decimos, e igual con figuras literarias como metáforas o chistes. Asimismo, la condición de insinceridad admite más de una interpretación: ¿el mentiroso ha de creer que lo que dice es falso o basta con que no crea que es verdad?
Como el caso de la ironía indica, resulta crucial la tenue línea que separa lo que decimos de lo que queremos decir, o de lo que queremos que los demás entiendan que queremos decir. Por ello podemos engañar con la verdad, o con medias verdades, escogiendo cuidadosamente lo que decimos. Ejemplos de ello sobran en la política, donde el hablante calcula sus palabras con objeto de guiar en la dirección deseada la comprensión del oyente sobre lo que quiere decir. Aunque en Perú no haya tanta necesidad de eso para ganar.
La discusión sobre el último punto, la intención de engañar tiene especial relevancia, pues a veces mentira y engaño se usan como si fueran intercambiables. Es un error porque mentir requiere hacer algo con palabras o con gestos, como asentir con la cabeza, que cuenten como afirmar o negar una proposición. El engaño, en cambio, se puede llevar a cabo de muchas otras formas, disponiendo las apariencias de una determinada manera, ocultando algo o fingiendo sin decir palabra. Además, el engaño puede ser por omisión, la mentira siempre es por comisión.
Más relevante resulta el determinar si todo engaño de palabra debe entenderse como mentira. Si podemos engañar con medias verdades, el engaño de palabra parece abarcar más cosas que las mentiras. Y si ponemos en cuestión la tercera condición, dado que algunas mentiras no engañan ni pretenden engañar pues se ve que no toda mentira cae bajo el género de engaño.
No se trata de meras disquisiciones conceptuales, pues la controversia inevitablemente se extiende a qué rasgos definen moralmente a la mentira.
¿Mala, buena o depende?
Para algunos moralistas, como el filósofo Immanuel Kant, el mentiroso obra mal porque falta intencionalmente a la verdad, aseverando lo que considera falso. Para ellos hay algo intrínsecamente malo en decir, a sabiendas, una falsedad; de ahí que prohíban incondicionalmente la mentira, sin admitir excepciones. Kant indica que el deber incondicional de enunciar la verdad es un “sagrado mandato de la razón”, aunque uno se perjudique a sí mismo o a otros. Pero en la práctica, ¿eso es viable?,¿cómo vivir sin mentir nunca? ¿Habrá habido alguien en la historia de la humanidad que nunca haya mentido?
Para el filósofo mexicano Alejandro Tomasini, mentir es un instrumento que puede tener tanto un uso perfectamente justificado o uno imposible de justificar. Así, califica el mentir en sí mismo como éticamente neutro. Lo que determina el estatus moral del mentir son las razones que se tienen o que se puedan ofrecer para justificar la mentira en cada caso particular.
Y en ese punto es donde la mentira toma ese matiz negativo porque suele casi siempre llevarse a cabo por malas razones; pero no por ello se puede establecer a priori toda mentira como reprobable. El peligro consiste en la facilidad para transformarse en alguien que miente sistemáticamente, incluso en situaciones donde no es necesario.
Las tres condiciones ciertamente nos ayudan a anclar el concepto de mentira, pero son tantos los casos en los que la usamos que no es suficiente para definirla totalmente. Y si la calificación moral de la mentira realmente depende de las circunstancias de la situación comunicativa y del interlocutor, entonces siempre que lo considere aceptable podría mentir sin problemas, ¿no? La cuestión es ¿debería?
Edición: Paolo Pró
REFERENCIAS:
Bassols, Alejandro Tomasini. (2020). Mentira, Engaño y Desorientación. Praxis Filosófica, (50), 207-226.