La política es como la vida misma. Y la vida, como diría Bad Bunny, muchas veces está compuesta por ciclos. Movimientos sociopolíticos surgen, llegan a su auge, gobiernan, se desgastan, y son reemplazados por una postura contraria. Y así ad infinitum. Esta es una grosera sobresimplificación del complejo mundo de la política latinoamericana, tantas veces surrealista y con dramas propios de Netflix. Durante la década de los 2000, muchos países de la región experimentaron un giro hacia la izquierda, en un proceso que algunos académicos llamaron “Pink Tide” (marea rosa). Con la elección de Castillo y la izquierda siendo favorita en Chile y Colombia, ¿podríamos estar ante una segunda parte de este fenómeno?
Entre los exponentes de la marea rosa hubo socialdemócratas como Tabaré Vásquez o Michelle Bachelet, sindicalistas como Lula da Silva, y nacionalistas con tintes autoritarios como Hugo Chávez, Rafael Correa o Evo Morales. En los siguientes años el movimiento se desgastó y la derecha ganó terreno en Latinoamérica. Sin embargo, la izquierda se encuentra una vez más en una posición expectante.
En Brasil, el ascenso de Jair Bolsonaro tras la destitución de Dilma Rousseff parecía consolidar el avance de la derecha conservadora. Sin embargo, su pésima gestión al frente de la pandemia (con más de medio millón de fallecidos por Covid-19) junto a escándalos de corrupción en el tema de la (¿a alguien le suena?) adquisición de vacunas han derrumbado sus índices de aprobación. Hoy, el ex presidente Lula da Silva duplica al actual mandatario en intención de voto, de cara a las elecciones del 2022.
El peronismo siempre encuentra formas de reinventarse en Argentina, y volvió al poder en el 2019 en un proceso marcado por el contexto de crisis económica que continúa hasta hoy. En México, la izquierda liderada por López Obrador está próxima a cumplir tres años en el poder, luego de su victoria en el 2018. En nuestro país, Perú Libre, un partido marxista leninista, asumirá el poder en menos de una semana.
Por otra parte, en Chile y Colombia hemos sido testigos de estallidos sociales. En el caso de nuestros vecinos del sur, este proceso ha desembocado en la elección de una Asamblea Constituyente, en la que la izquierda obtuvo una mayoría holgada. En noviembre se elegirá presidente, y, pese a que el comunista Daniel Jadue fue derrotado en las primarias, la izquierda sigue siendo ampliamente favorita para obtener la victoria. En Colombia, otro bastión de la derecha, el uribismo se enfrenta a altísimos índices de desaprobación, en contraste con quien será el candidato opositor en el próximo proceso electoral, Gustavo Petro.
Si todo sigue su curso, podríamos estar el próximo año con una situación nueva, en la que los 7 países más poblados de Latinoamérica (Brasil, México, Argentina, Colombia, Perú, Venezuela y Chile) tendrían un gobierno de izquierda. ¿Una segunda marea rosa? ¿por qué?
El ciclo de la derecha en varios países de la región se ha desgastado, y más aún por la influencia de la pandemia al momento de desnudar las desigualdades que el sistema no ha podido cerrar aún. El debate entre los reformistas y quienes quieren cambiarlo está siendo ganado por los últimos en Perú y Chile, lo cual se evidencia en el reducido respaldo de la población hacia opciones de centro, o incluso centroizquierda.
Esto es un jalón de orejas a quienes pospusieron los ajustes necesarios aduciendo que “aún no era tiempo de hacerlo”. Con una Nueva Constitución en camino en el sur, era de esperar que la clase política en otros países se apresurara en enarbolar dicha bandera. El colapso del sistema de salud en Perú, que trajo como consecuencia la peor tasa de fallecimientos per cápita del mundo, fue la gota que derramó el vaso. Al final, que el resurgimiento de la izquierda a nivel continental se dé en paralelo a una crisis económica, sanitaria y social no es coincidencia.
Si además la derecha conservadora se aleja de su facción más moderada o liberal, mientras muestra cero capacidad de autocrítica y reprime a diario a su población, la mesa está servida para el resurgimiento de la izquierda. Brasil, Colombia y Perú son tres ejemplos.
Esto no significa que el fin justifique los medios, o que la solución a un sistema con múltiples fallas sea derribarlo y reemplazarlo a como dé lugar, sin una alternativa responsable en mente. Autoritarismos como en Nicaragua o Cuba, o sistemas económicos como el venezolano terminan siendo un remedio peor que la enfermedad. Es aquí cuando se requiere una capacidad de consenso por parte del partido de gobierno, más aún cuando no cuenta con presencia en los otros poderes del Estado.
En el caso peruano, Castillo tendrá que tender puentes para llevar a cabo las reformas que necesita el 30% de la población que no ha sido beneficiada por el sistema actual. De intentar forzar una Constituyente fuera del marco legal, o aplicar medidas económicas irresponsables, esto traerá casi con total certeza una nueva (¿¡otra más!?) crisis política. Así, nos alejaremos de la estabilidad social, política y económica que necesitamos para superar la pandemia que tanto nos ha golpeado.
Los Evo Morales, Hugo Chávez, Rafael Correa y Michelle Bachelet han dado paso a otras figuras de izquierda, como Luis Arce, Alberto Fernández y Pedro Castillo. ¿Y Maduro? Probablemente se sumen más adelante Gustavo Petro y Gabriel Boric. Lo mejor para la estabilidad de nuestro continente es que no cometan los errores de la generación anterior. Si mantienen una mirada abierta hacia una economía de mercado, sin caer en el piloto automático; y no devienen en autoritarismos (para los apologistas de las dictaduras en Cuba y Venezuela), sino que respetan las libertades políticas e individuales, quizá se pueda hallar algunas soluciones a las fallas actuales. De repente así podremos escapar de este ciclo de inestabilidad y polarización que lamentablemente es pan de cada día en esta parte del mundo.