El Perú ha sido reconocido como un país lleno de diversidad cultural, con múltiples tradiciones, grupos sociales y comunidades nativas que conforman parte de algo conocido como “identidad nacional”. Pero, ¿esta variedad cultural está genuinamente reconocida, aceptada y respetada?
Una de las formas para responder a esta pregunta puede ser el acercamiento al ámbito lingüístico de nuestra sociedad. Esta diversidad cobra vida al tener un total de 48 lenguas originarias reconocidas por el Estado, de las cuales 44 son lenguas amazónicas y 4 son lenguas andinas. Es importante que dichas lenguas sean reconocidas por el Estado porque, generalmente, lo que este propone es lo que se va instaurando en el imaginario de los ciudadanos, debido a que es un ente de poder y socialización. Es decir, en el aspecto lingüístico nacional, se necesita un reconocimiento político de las lenguas y dialectos para que lleguen a tener un reconocimiento social, donde lo que no es aceptado por el propio Gobierno es visto como raro y ajeno. Entonces, uno podría pensar “asu, si tenemos esa variedad de lenguaje, el país es uno inclusivo e integrado”, pero no necesariamente. Si bien la política puede plantear una u otra norma en el papel o prometer una mayor valoración de la diversidad cultural, en la práctica, no se logra lo propuesto en el discurso.
Podemos tener mil y una lenguas reconocidas legalmente, pero esto no quita que persista una continua discriminación lingüística a comunidades nativas. Por ejemplo, el Estado ha intentado continuar con la aceptación de la diversidad lingüística a través de diferentes programas educativos como la EIB: Educación Intercultural Bilingüe, la cual permite que alumnos y alumnas de zonas rurales principalmente puedan, no solo aprender a escribir, leer y hablar en castellano, sino que también puedan mantener una conversación fluida en su propia lengua materna. En otras palabras, el Ministerio de Educación apuesta por el derecho de que dichos niños y niñas en etapa escolar puedan comunicarse en su lengua materna. Sin embargo, es un programa incompleto, en el sentido de que ha tenido una falta de supervisión y desarrollo. Pero, ¿por qué ha llegado a ser un programa inconcluso? Y ¿por qué no puede tratar de ser implementado en espacios urbanos que principalmente se comunican en castellano? ¿Acaso eso no lograría mejorar el nivel de respeto y valoración de la diversidad cultural?
Si bien los políticos han tratado de explicar esta falta de seguimiento al programa EIB a través de razones como falta de profesores y personal, falta de certeza sobre la cantidad de escuelas que necesitan EIB, cambios en el marco político, etc.; existe una razón que trataremos de explorar aquí: la discriminación lingüística. Es un área de la vida social que venimos mencionando desde el inicio del texto, y que se retuerce dentro de la formulación de política púbica. Si bien todas las razones anteriores pueden ser ciertas, no mucha gente explora las razones encubiertas. Según Alberto Escobar, literato y lingüista peruano, la lingüística va más allá del cómo, qué, y cuánto se habla, sino que tiene que ver con identidad social. La lengua es una vivencia y una experiencia personal para quienes la hablan, por lo que, si encuentra mecanismos para reprimirla, queda un sentimiento de frustración en el que es oprimido por ella; ya sea una comunidad entera o una sola persona. Esos “mecanismos” de los que habla Escobar son esos programas inconclusos que le dejan al grupo de lengua vernácula la imposibilidad de integrarse con el resto de su comunidad y también los limita de acceder a oportunidades a las que personas de habla castellana sí logran conseguir.
Asimismo, no solo no se deja de incentivar el uso de lenguas vernáculas, sino que se refuerza el uso del español. El Estado peruano, a lo largo de los años, ha ido normalizando y expandiendo el uso del castellano, promoviéndolo como la lengua de oportunidades, tanto en la capital como a nivel global; y esta idea ha sido incorporada y retenida en el imaginario colectivo. Si uno comienza a normalizar un comportamiento o una idea, en este caso en torno a la lengua, todo lo que no vaya de acuerdo a tal comportamiento o idea, será visto como ajeno, raro, negativo, etc. No obstante, no tiene que ser así. Escobar continúa diciendo que el multilingüismo debe ser rescatado por la política pública para dejar de lado esta visión desintegrada del Perú; y que, justamente si dejamos de lado el plano político, este llegaría a ser, más que nada, una herramienta que agudice los contrastes sociales, como lo ha estado haciendo, más que un instrumento que promueva la unión (política, social, económica, cultural, etc.) del país. Lo que nos deja con la interrogante de qué somos y qué queremos ser: ¿qué tipo de sociedad pretendemos?
No es necesario que el castellano sea la única lengua que tengamos en común como sociedad peruana, sino que puede llegar a haber múltiples lenguas comunes. Incluso, esto permitiría que se construya un “instrumento comunicativo amplio” desde la conciencia ideológica y política. Y esto, podría lograrse a través de políticas educativas como la EIB, mejor administrada y supervisada.
Editado por Paolo Pró