Sin duda alguna, el coronavirus ha impuesto nuevos patrones de comportamiento y, por ende, de consumo en los ciudadanos. Si antes perdías al menos dos horas del día en transportarte a la “chamba” o la universidad, ahora solo necesitas de un clic para estar ahí y ni siquiera debes salir de la cama. Cambios como este, no solo representan un ahorro para los bolsillos, sino que son un respiro para el medio ambiente, cuya conservación es, desde hace algunos años, de interés económico para la mayoría de los Gobiernos.
Desafortunadamente, aunque muchos crean que gracias a la COVID-19 y, por ende, al aislamiento social, el medio ambiente se ha recuperado, la mejora en indicadores ambientales parece ser transitoria. Por un lado, la mayoría de las ciudades percibe efectos positivos en el medio ambiente, por ejemplo, un cielo más limpio o áreas naturales más saludables. Por otro lado, los Gobiernos se replantean la posibilidad de flexibilizar algunas medidas que fomentaban el desarrollo económico sostenible o, incluso, incentivar el uso de energía y combustibles altamente contaminantes para recuperar el crecimiento económico antes de la pandemia. Considerando lo anterior, ¿estamos o no en el camino hacia el desarrollo de una economía verde?
Durante los meses de confinamiento, se ha registrado un notable cambio en diversos indicadores del nivel de contaminación. Uno resaltante es el nivel de emisiones de CO2, el cual suele guardar estrecha relación con el crecimiento del PBI de los países. De acuerdo con Le Quere et al. (2020), las emisiones diarias globales de CO2 se han reducido en 17% durante la pandemia, lo cual, aunque es satisfactorio, no resulta una sorpresa si se considera la data de eventos históricos. En particular, durante el último siglo, en crisis como la Gran Depresión, el fin de la Segunda Guerra Mundial, las crisis petroleras o la crisis financiera del 2008, las emisiones de CO2 se redujeron considerablemente (Global Carbon Project & CDIAC, 2020).
Este cambio en la tendencia de emisiones ha sido acompañado de resultados positivos en otros aspectos. Por ejemplo, es evidente que el nivel de contaminación en los ríos y mares es mucho menor #DelfinesEnElRímac o que la contaminación sonora y la acumulación de desechos es menor en las ciudades. Entonces, ¿esto es esperanzador para el planeta? La respuesta es ambigua, aunque diversas fuentes pronostican un panorama gris como el cielo de Lima.
En ciudades como París o Milán, se están implementando facilidades como las ciclovías para incentivar el uso de las bicicletas, las cuales no emiten los gases contaminantes de los vehículos, como el dióxido de carbono o el dióxido de nitrógeno. Inclusive, en Lima, la Municipalidad planea invertir 11 millones de soles en la construcción de los mencionados carriles (Munlima, 2020).
Lamentablemente, estas oportunidades parecen limitarse a ciertos ámbitos de la economía. Esto se debe a que países como China o Estados Unidos, al ver afectada considerablemente su producción de bienes y servicios, están planteando la posibilidad de eliminar medidas que resultaban consistentes con un crecimiento amigable con el medio ambiente. Por un lado, en Estados Unidos, Trump está decidido a rescatar empresas petroleras, lo cual no es sorprendente, pues él parece creer más en el hada de los dientes que en el cambio climático. Por su parte, en China, solo en las tres primeras semanas de marzo, se ha aprobado las operaciones de plantas que funcionan a base de carbono en una cantidad superior a las aprobadas en 2019 (BBC, 2020). Además de estos problemas, el uso de plásticos resulta superior, sobre todo, por el aumento en la demanda de equipos y dispositivos médicos.
Estos son solo algunos de los riesgos que representa la pandemia para la sostenibilidad de políticas de desarrollo en un contexto de cambio climático. A pesar de ellos, existen oportunidades de mejora que pueden acelerar la transición hacia una economía verde. Por ejemplo, hemos comprobado que no es necesario transportarse hacia el trabajo o la universidad para poder ejercer nuestras funciones. Del mismo modo, ha quedado claro que la inversión en la ciencia es clave para el desarrollo de nuevas herramientas enlazadas al ámbito de la salud y al del manejo ambiental.
En conclusión, la transición a una economía verde no es consecuencia directa de esta pandemia. El confinamiento ha resultado positivo en diversos indicadores ambientales. Sin embargo, si posterior al confinamiento no se explotan las oportunidades de mejora, como el desarrollo de una economía menos dependiente del transporte y, por ende, del uso de combustibles fósiles, es muy probable que el shock positivo sobre el medio ambiente resulte solo una ilusión transitoria y no un anhelado shock de largo plazo.
Edición: Claudia Barraza