Actualmente, como es de conocimiento público, está ocurriendo el conflicto armado entre Rusia y Ucrania donde cada parte reclama soberanía sobre los territorios en disputa. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), hasta el 15 de marzo, se registró poco más de 700 civiles ucranianos que perdieron la vida como consecuencia de los ataques a Ucrania. Asimismo, la administración americana contabiliza la muerte de más de 7000 soldados ucranianos y 9000 rusos. Por otra parte, también existen personas que han logrado escapar de la invasión rusa. Para esto, han tenido que salir de Ucrania y resguardarse en países vecinos que los acogieron.
La ONU estima que más de 10 millones de ciudadanos se han visto obligados a huir de sus hogares en Ucrania y a pedir refugio en otros países. Polonia, Rumania, Eslovaquia y Hungría son algunos de los países que han ofrecido ayuda humanitaria para la acogida de estas familias. Muchas de ellas salen de sus hogares sin nada más que lo que llevan puesto dejando atrás todas sus pertenencias. El director de la Organización Internacional para las Migraciones mencionó que “La magnitud del sufrimiento humano y del desplazamiento forzoso debido a la guerra supera con creces cualquier previsión del peor caso”.
“Solo para ucranianos”
Lamentablemente, la discriminación también está presente en este contexto. Así, estas últimas semanas se dieron a conocer cientos de casos donde personas de raza negra, india o árabe y proveniente de África se han visto expuestas a situaciones de racismo al tratar de escapar del territorio en conflicto. Este es el caso de Asya, una estudiante de medicina en Kiev de origen somalí que denunció ser impedida de entrar a Polonia al igual que otras personas de origen africano. Ella pasó tres días sin comer ni dormir antes de llegar al cruce fronterizo de Medyka el domingo. Al llegar, no le permitieron la estadía ya que los soldados resaltaron que era “solo para ucranianos”.
Estas situaciones hostiles y llenas de odio evidencian problemas estructurales que tenemos como sociedad. Seguimos teniendo esa mentalidad de que algunas vidas importan más que otras y vemos el color de piel como un indicador de importancia para el trato, cuando este debería ser irrelevante. Es evidente que, ante estos escenarios, la sociedad debe replantearse muchos pensamientos y comportamientos. Por un lado, condenamos a las acciones violentas de algunos países. Pero, por otro lado, por qué no condenamos los actos de discriminación que son igual de violentos para la vida de las personas.
Edición: Cristóbal Contreras