En nuestros miedos encontramos algo de nosotros mismos. Esta aseveración no es por completo una novedad e, incluso, formulada así como esta podría no decirnos nada. ¿Qué es exactamente ese algo? ¿Cómo puedo encontrarme a través de lo que más temo? Es evidente que el miedo expresa un desagrado y, si hablamos de algo que aterroriza, estamos frente a algo que causa profundo malestar y dolor. Yo detesto a las arañas, a los cangrejos y a las cucarachas. Cuando observo o me imagino estas criaturas, toda mi piel se congela hasta el punto de convertirme en alguien que no desearía ser. Una persona esperaría entonces evitar el miedo, alejarse lo más posible de aquel objeto que nos revela vulnerable; sin embargo, muchas cosas no parecen ocurrir de este modo.
En algunas muy frecuentes ocasiones, somos tentados a buscar nuestros miedos y recurrir a ellos para encontrar un tipo de placer que no lo hallaríamos en ninguna otra experiencia. Prueba clara de esto es la existencia del terror como género preferido de película para muchas personas. El terror no es un género entre otros, sino que ha logrado conquistar una notoriedad sorprendente. Esto quiere decir que las personas están dispuestas a pagar un asiento para ver sus miedos en las pantallas, para gritar ante la presencia de sus más terribles pesadillas. La respuesta ante la pregunta de por qué nos fascinan tanto estos relatos terroríficos es que permiten materializar situaciones incomprensibles, vale decir, permiten darles sentido a nuestras angustias.
Para demostrar la fuerza de esta última idea, será conveniente hablar acerca de una de las películas de terror más vistas de nuestro tiempo. No son pocos los espectadores y seguidores de la saga de películas que abraza Saw, o, si se quiere, El juego del miedo. De hecho, en el estreno de su última película, conquistó a más de la mitad de la audiencia cinematográfica de nuestro país, aunque dicha realidad podría molestar a los cinéfilos más exigentes. No es mi intención hacer una valoración sobre alguna de las películas de Saw, sino comprender por qué las personas van a verla, incluyéndome. La película relata la historia de un hombre sumamente inteligente que se hizo popularmente conocido como Jigsaw, y que se dedica a secuestrar personas para ponerlas a prueba en un juego que, según él, comprueba lo muy comprometidos que estamos con la vida.
Las pruebas que se hacen pasar por un juego en realidad son torturas que causan la muerte de las víctimas. Sin embargo, John Kramer, el arquitecto y diseñador de todas las pruebas, cree ofrecer un momento especial de salvación de la vida. En sus pensamientos, las personas que no tienen un propósito, una meta trascendental, no pueden gozar del derecho a la existencia. Su visión de la sociedad estadounidense es crítica, feroz, pesimista: nos encontramos en el peor de los mundos, donde las personas le han perdido el sentido a la vida. En este contexto, la película dibuja a través de Kramer una solución aterradora para estos problemas: para apreciar la vida, es necesario someterse al dolor de sentirnos morir.
¿Dónde se halla el horror con este film? Se encuentra en los cuerpos descuartizados, destruidos y cubiertos de sangre. La cámara apunta a los minutos de dolor y a los gritos de agonía de las víctimas. Es una afición por la violencia, el sadismo y la tortura: las imágenes se encuentran saturadas de sufrimiento, desesperación e impotencia. Para los sociólogos, los relatos populares se corresponden con las preocupaciones culturales de una sociedad. Es una idea que una socióloga como Eva Illouz ha demostrado en diferentes obras suyas: puede leerse por ejemplo Erotismo de autoayuda. En ese sentido, el sadismo de Kramer no deja de expresar realidades objetivas. Una de estas realidades tiene que ver con la idea de la salvación y la seguridad perversa con que Kramer resuelve sus dilemas psicológicos.
Me explico: en un mundo sin referencias como el nuestro, donde la incertidumbre cubre cada aspecto de nuestra vida, donde en muchas ocasiones atravesamos dilemas morales que nos impiden saber si estamos actuando bien o mal, Kramer fascina porque utiliza una fórmula bastante radical y simple. Se trata de gozar la vida o dejar de vivirla. Para Kramer, las personas son tristes porque no valoran la vida, tanto propia como ajena. En su método para asegurar la salvación, las personas tienen que aprender a superar el dolor, a volverlo una marca de vida que deben llevar para siempre. Allí, en la tortura, no existen confusiones: es salvarse o morir. Es evidente que Kramer maneja una idea retorcida de la salvación, pero nadie duda de que elabora un punto de vista sobre el mundo que nos rodea. Y ese punto de vista ha logrado de alguna manera corresponderse con las fantasías de una gran audiencia, como lo refleja el éxito indudable de la franquicia.
Por último, podemos volver a nuestra idea inicial y resignificarla con la descripción que acabamos de hacer. Lo fundamental de las películas de terror es que facilitan la comprensión de nuestras angustias y, en el caso de Saw, generan resoluciones simbólicas para superarlas. En un mundo donde las ansiedades son producidas por factores tan invisibles e impredecibles como el futuro, un futuro en el cual nuestra presencia en el mundo no está completamente garantizada, las películas de terror objetivan nuestros miedos, les dan forma y carne. Por esa razón nos fascinan de sobremanera. Kramer es el símbolo del castigo, de la justicia cruda y perversa; es el verdugo que espera conseguir la redención de sus víctimas. En la tortura y la destrucción de los cuerpos, el miedo seduce por sentir un mundo donde no cabe la duda ni la incertidumbre.
Edición: Cristóbal Contreras