Las ciudades son ecosistemas deformados. La explosión urbana nos ha forzado a aceptar el culto por construir más en menos espacio. Amontonar piso sobre piso de miniapartamentos al lado de veredas escuálidas que ceden ante el goloso asfalto de una pista que reclama ensancharse para multiplicar sus carriles y con suerte acoger un bypass – el preciado símbolo municipal del “desarrollo” (y las coimas) en Lima.
En esta carrera cuasi bélica, resultamos damnificados nosotros mismos. Tal vez por la necesidad de sacrificar la imaginaria “calidad de vida” para tener posibilidades de sobrevivir (aunque mejor eso se lo dejamos a Humonidades). Pero como un daño colateral prácticamente ignorado por los planificadores de la ciudad de Lima (ingenuo, Lima no tiene planificadores), también dejamos un ecosistema al borde de un estado de coma a plazo indefinido (más largo que nuestro CAS1, pulpín).
“Ah, pero sin duda alguna la biología es resiliente y la ventana de tiempo en la que existirá el 4to carril de la Av. Benavides no es más que un diminuto parpadeo en la escala geológica de la vida a lo que… obvio”. En vez de sumergirnos en un nihilismo tan deprimente como para promover la ola de construcción-destrucción que embarga la subsistencia de las megaciudades, recordemos que no estamos solos.
Compartimos nuestras ciudades con una diversidad de seres vivos repartidos heterogéneamente que en muchos casos pasa desapercibida detrás de los perros callejeros, los 4 tipos de desayunos con alas palomas, las ratas, los gallinazos y las plantas testarudas que crecen en cualquier grieta al borde de las pistas cuando llueve suficiente. Esta diversidad es ínfima en comparación a algunos de los ecosistemas que muestra Netflix en Nuestro Planeta (Our planet para los que se creen gringos), pero es necesario rescatarla dentro del imaginario popular para contrarrestar la indiferencia absoluta con la que normalmente escogemos el futuro de nuestra metrópoli, y su biodiversidad solapada.
Nuestros bloques de concreto, sumados a nuestros kilómetros de asfalto, los parques, los terrales abandonados, los muladares (planificados o “accidentales”), e incluso las macetas de tu viejita, configuran alrededor del mundo ecosistemas caóticos con condiciones caprichosamente dinámicas. Podemos decir que se trata de ecosistemas “complejos”, pero la verdad es que al ser un ecosistema mutilado por la intervención humana, gran parte de la complejidad natural que pudo haber tenido está perdida. En ese sentido, la “complejidad” del ecosistema urbano no es comparable a la complejidad de un ecosistema de bosque tropical, por ejemplo. Este último sostiene una red trófica2 que vincula a muchas especies diferentes e incluye interacciones particulares irremplazables. En el caso de la red trófica dentro de los ecosistemas urbanos más mutilados, casi todas las piezas dentro de la red trófica se sostienen a partir de los recursos que suministramos los seres humanos: principalmente restos de comida, las plantas que sembramos en nuestros parques, jardines y macetas; y los espacios que modificamos (porque a las palomas les hacemos la vida más fácil con cada corniza anidable – y más difícil con cada árbol mochado).
El impacto del ser humano, aparte de alterar los recursos que determinan la recomposición del ecosistema, está casi siempre asociado a la introducción de especies invasoras. Diferentes organismos se ven favorecidos conforme creamos modificaciones en los ecosistemas, y una vez que se han establecido tienden a afectar negativamente los rezagos del ecosistema anterior, que queda alterado de forma irreversible. De esta forma, en Lima, podemos estar seguros de que siempre tendremos ratas en nuestros desagües, las palomas van a seguir bañando la iglesia de San Francisco con pinturitas verdiblancas, y algunos pajaritos vistosos pero foráneos seguirán llenando algunas mañanas de silbidos. Estos invasores han venido a tomar el lugar de especies que estuvieron aquí antes de que los humanos transformaran completamente el valle.
Los ecosistemas urbanos son espacios muy peculiares que la ciencia (a través de la Ecología Urbana) aún no ha cubierto por completo. Tienen una gran influencia en las personas que los habitan, de la misma forma en que las personas habitándolos tienen una gran influencia en ellos; incluso si nuestra gestión pública se va a tomar décadas enteras para descubrirlo. Su característica más resaltante es la reciente, pero profunda transfiguración a la que son sometidos por la imposición de una ciudad. No obstante sería ilusorio pretender que esta transfiguración debe ser revertida completamente, ya que fracasaríamos en el intento.
La ecología urbana busca que las ciudades cambien su comprensión sobre la naturaleza que los baña. No podemos evitar alterarla, pero sí debemos esforzarnos por controlar las alteraciones que generamos. De esta forma, la ecología urbana consagra entre sus intenciones como Jedi rama de la ciencia la recolección de la información ecológica útil para construir ciudades en armonía con todos sus componentes.
Edición: Daniela Cáceres
Definiciones al pie:
1.- CAS: Contrato por adquisición de servicios. Una de las estrategias de la administración, pública o privada, para eludir el deber de darle derechos laborales completos a sus empleados.
2.- Red Trófica: es la conexión de muchos seres vivos relacionados en función de quién se alimenta de quién –una unión esquemática de cadenas tróficas.