Existen películas que trascienden el ámbito artístico y comercial llegando a generar un alto impacto en la sociedad y en la sensibilidad de los espectadores. Fenómenos como ‘Rosetta’ de Ken Loach o ‘Tiburón’ de Steven Spielberg son muestras de la relevancia del cine y sus historias, ya sea para incentivar la discusión de problemas sociales o para sembrar el terror entre los asistentes, respectivamente. También es el caso de ‘La cabina’ de Antonio Mercero, mediometraje televisivo que hizo que los españoles colocaran su pie en la puerta de las desaparecidas cabinas telefónicas por temor a quedarse encerrados.
Nos encontramos en una situación particular de aislamiento y distanciamiento. Por ahora lo ideal es permanecer encerrados en nuestros hogares, lo que puede resultar estresante para muchos. Pero ¿qué tal si dirigimos nuestra mirada a un concepto distinto del encierro? Hace años, antes de la aparición de los celulares de los que ahora dependemos tanto, existían las cabinas telefónicas como la clásica TARDIS de Dr. Who o la que usaba Superman para cambiar de atuendo. Así, en estos cubículos cerrados, las personas podían hacer llamadas de manera privada en un lugar público. A principios de la década de los setenta, Antonio Mercero se planteó la idea de quedarse atrapado en una de estas dando pie a una de las emisiones más míticas de la televisión española y a nivel mundial.
La cabina (1972) nace como parte de un proyecto titulado 13 pasos por lo insólito de Mercero, el gran director y presentador de televisión José Luis Garci, y el guionista Horacio Valcárcel. A pesar de no recibir luz verde por parte de los directivos de la RTVE, le dieron la oportunidad de realizar el mediometraje en mención gracias al éxito cosechado por su serie Crónicas de un pueblo (1971-1974), eso sí, con el objetivo de lograr reconocimiento internacional. En efecto, se convertiría en uno de los programas españoles más premiados y el primero en ganar un Emmy al mejor telefilme.
Basado en un relato corto de Juan José Plans, se centra en una premisa simple pero efectiva para enganchar al espectador: un hombre entra a una cabina telefónica, intenta hacer una llamada sin éxito y se da cuenta de que la puerta se ha estancado. Las personas empiezan a reunirse a su alrededor, muchos con motivo de burla, pocos para ayudarlo. Justo antes de que un bombero lo apoyara, el grupo de operarios que instaló la cabina se la lleva con el hombre dentro. Preso e invadido por la tensión y la desesperación, se topa en el camino con otra persona en su misma situación. El camión arriba a una especie de búnker subterráneo en donde observa por fin su inevitable destino: frente a sus ojos hay una cantidad increíble de cabinas acumuladas con cadáveres en su interior.
Con una trama más que digna para un capítulo de Black Mirror, se plantea un relato kafkiano por lo absurdas que resultan las circunstancias. A primera vista, el espectador puede verse desconcertado por lo que está pasando. Sin embargo, durante el camino al almacén, el telefilme se va tornando oscuro y escalofriante gracias al acompañamiento musical y a la notable actuación protagónica de José Luis López Vázquez. Pero, lejos de encasillarse en un género o buscar explicaciones a la historia, también existe la posibilidad de considerarlo como una metáfora de los últimos años del régimen franquista. La sola idea de un aniquilamiento selectivo remite a épocas donde la no libertad de expresión era la regla. Lo curioso es que, a pesar de ser una clara burla y crítica a las fuerzas del orden, sobrevivió a la censura y fue bien recibida.
Un planteamiento para destacar de La cabina es su perspectiva sobre la incomunicación. Genera angustia ver cómo el personaje principal no puede pedir ayuda más que con gestos de desesperación. Tampoco le salen las palabras, dando gritos silenciosos exaltados por la actuación de López Vásquez, quien remite a la figura de un mimo o a la de un actor de cine mudo. Asimismo, parece paradójico e irónico que, pese a tener un teléfono a su lado, no lo pueda usar. En la actualidad, gran parte de la población se encuentra subordinada a dichos aparatos imprescindibles para mantenerse conectados. No obstante, al igual que para la multitud del mediometraje, las desgracias humanas siguen siendo objeto de burla, aunque poco a poco se va tomando acción y no necesariamente mediante la fuerza bruta. Al fin y al cabo, Antonio Mercero quería que su obra tenga múltiples interpretaciones dándole la posibilidad a cada uno de sacar sus propias conclusiones.
Edición: Kelly Pérez V.