En 2016 se realizaron las elecciones presidenciales y la mitad de Estados Unidos quedó devastada con el resultado; mientras que la otra mitad quedó complacida. Sea cual sea la posición política que se tenga, lo que no se puede negar es que Donald Trump, Bebe Comandante en Jefe de los Estados Unidos, se ha visto envuelto en más controversias de las que se vieron sus últimos tres predecesores en su primer año.
Una de las más recientes controversias fue su decisión de trasladar la embajada de los Estados Unidos a Jerusalén, y de esa manera, reconocerla como capital de Israel. Con esa acción, el CEO de los Estados Unidos volvió a poner en el foro mundial la discusión más conocida en el medio oriente: el Kebab vs la Shakshuka… o Palestina vs Israel, como prefieran decirle.
La decisión de Donald Trump es controversial principalmente porque Jerusalén en su totalidad no es un territorio israelí. Según la resolución 478 del Consejo de Seguridad, Jerusalén era un territorio dividido hasta que en la Guerra de los Seis Días Israel se llevó más de Jordania que Chile del Perú en la Guerra del Pacífico #HoraSad. Ahora, Israel ha declarado que Jerusalén es su capital, pero esa declaración es tan inútil que hasta cuando juegas a saber las capitales sigues diciendo Tel Aviv… hasta que apareció Majimbu Trump.
Reconocer a Jerusalén no solo es una declaración simbólica, es un obstáculo más a la solución pacífica entre Palestina e Israel, ya que ambas la reclaman como capital de sus respectivos estados (aunque si es ajedrez, Israel va ganando). Además, Estados Unidos ha funcionado como mediador en varios de los conflictos entre los dos gobiernos. Ya sea por participación de un gobierno demócrata o republicano, estos siempre pusieron por encima la paz internacional que a los intereses políticos.
Jerusalén es una ciudad que es inexorablemente importante para el cristianismo, islamismo y judaísmo por lo que es obvio que los intereses internacionales (o sólo de Estados Unidos) estén enfocados allí. Se propuso por las Naciones Unidas (ONU) en 1947 que la ciudad fuera un territorio administrado por esa misma organización. El problema es que las resoluciones de la ONU tienen tanto valor como las promesas de PPK sobre el indulto a Fujimori. En 1948 Israel ocupó la parte occidental de la ciudad, mientras que Jordania ocupó la parte oriental.
Con esa decisión, Trump logró algo que muy pocas naciones han hecho y unió a la mayoría de países en su contra, siendo escrita esa famosa lista que incluye a Corea del Norte, el gobierno del Apartheid de Sudáfrica y el gobierno hutu de Ruanda.
Luego de que una resolución en el Consejo de Seguridad fuera vetada por Estados Unidos, los palestinos llamaron a una sesión de emergencia de la Asamblea General para declarar en contra del Derecho Internacional cualquier declaración sobre el estatus de Jerusalén. En dicha sesión, Nikki Haley, representante de los Estados Unidos, amenazó a la asamblea diciendo que tomaría nota de quienes votaban a favor de la resolución y que cesaría de darle tanto financiamiento a la ONU (luego le dieron un snickers y se calmó).
La amenaza no fue suficiente para amedrentar a las naciones presentes y la gran mayoría de la Asamblea votó a favor de la resolución que declaraba nula la decisión de reconocer a Jerusalén como capital de Israel. Pero como a Trump no le han dicho que no desde 1946 (#NiUnaMenos), salió a declarar en televisión nacional que no le importaba lo que había decidido la ONU y que era el deseo del pueblo americano que se tomara esa decisión.
Luego de un año de gobierno no solo es hora de darse cuenta de que Donald Trump es un niño al que se le dio el balón nuclear, sino también el carácter de sus decisiones. En un nuevo libro que va a publicar Steve Bannon, exconsejero de Trump, se afirma que la estrella de televisión ‘reality’ no esperaba salir elegido presidente por lo que no tenía un plan de qué hacer. Pensar en eso genera la pregunta: ¿qué da más miedo? ¿un niño o una marioneta con un balón nuclear?