Pese a que los eventos de las últimas semanas hacen un llamado a la unidad de los peruanos, existe diversidad de posiciones y opiniones, incluyendo algunas polarizantes. Entre ellas están los indiferentes, quienes dieron un paso al costado y prefieren no participar en ciertos asuntos, pese a su aparente relevancia. Ello no es raro, al contrario, es más común de lo que nos gustaría. Pero ¿por qué?

¿Ciego es quien no quiere ver?

La indiferencia por sí sola puede ser valorada de formas distintas. La facultad de permanecer inmutable frente a un individuo, un objeto o una situación y, por lo tanto, “seguir con tus asuntos” es una idea tentadora; sin embargo, la indiferencia va más allá de evitar molestias situacionales. La persona indiferente es aquella que se mantiene en silencio, que no defiende ni ataca, quien no muestra interés. La indiferencia anula el valor o el peso de un tema que pasa a ser del desconocimiento de una persona o grupo.

Si bien uno no es responsable de todo lo que sucede en el exterior o al prójimo (sería cargarse de preocupaciones adicionales), cuando la indiferencia social se masifica o se encuentra en los lugares incorrectos, esta corta la posibilidad de poder generar un impacto sobre aquellos sectores ignorados (Velásquez, 2008). Si nadie piensa u opina sobre un problema, ese problema no existe. Según Jorge Basadre, los indiferentes serían “los congelados”: los que en su aptitud apática y permisiva no mueven ni actúan por el país. Así, la indiferencia genera una desconexión sobre ciertas realidades que aleja a los sujetos en un espacio más cómodo, donde solo se permite aquello relevante para sí mismos. Se superponen las valoraciones personales por sobre las ajenas.

Pero sería equivocado adjudicar este comportamiento solo a motivaciones egoístas. ¿Existen razones “justas” para desviar la mirada? Se podría mencionar a la sincera ingenuidad o el desconocimiento, por ejemplo. Es imposible opinar o tener una postura respecto a demasiados temas a la vez, ya sean de carácter crucial o banal (política, deportes, cine, economía, arte, la novela, etc.). El tiempo es un recurso limitado que distribuimos de acuerdo con nuestras responsabilidades y preferencias, por lo tanto, no podemos prestar atención a todo. De forma similar podemos vincular a la motivación, es decir, el grado en que algo nos despierta interés. Las personas no quieren dedicarle mucho tiempo a algo que los hace infelices o es infructuoso pues termina siendo hasta dañino para sí mismos. Prestarle atención a algo implica dedicarle un esfuerzo psicológico e intelectual. Cuando esos esfuerzos parecen inútiles, la motivación se extinguirá y mayor será la indiferencia que se tenga (a todos nos pasa). Las elecciones, por mucho tiempo, han sido un claro reflejo de ello.

Aunque sea por una razón u otra, la indiferencia puede seguir siendo perjudicial no solo para el grupo, sino para el individuo. Somos seres sociales y estar en un estado de desconexión así pone un límite a esas relaciones a cualquier nivel (en el colegio, trabajo, familia, etc.). La participación y la representatividad a nivel de grupo claramente serían imperfectas (o aun más, mejor dicho), lo que impide que como sociedad haya una verdadera comunicación, nuestra mejor estrategia para relacionarnos. Llegar a un consenso que nos deje satisfechos a todos será como lanzar un dardo a ciegas. Esta representatividad sesgada incluso puede favorecer a grupos oportunistas (un clásico), sin mencionar que limita mucho el aprendizaje y demás resultados de la interacción entre grupos diversos (tal vez estás reservándote una perspectiva interesante de compartir).  Por otro lado, si bien, como mencionamos el individuo puede gozar de cierta comodidad, esta podría definirse mejor como una burbuja que en cualquier momento podría reventar y dejar al individuo o el grupo expuesto ante aquello que ha estado evitando. No solo tendría desconocimiento, sino que corre el riesgo de no saber afrontar esas situaciones.

Así estaban muchos hace varios meses.

Los eventos recientes nos invitan más que nunca a participar en áreas que solían causar rechazo como la política, pues son evidencia de que, con esfuerzo, coordinación y persistencia, el cambio se puede hacer. Mucho se habla de que la juventud debe mantener su participación, pero ellos no son los únicos. Todos podemos aportar algo y no lo sabremos hasta intentar.

Editado por Paolo Pró

Fuentes:

José Fernando Velásquez V. (2008) – La indiferencia como síntoma social – Virtualia