Cierto chiste norteamericano sentenciaba la existencia de una inadvertida diferencia entre un político y una prostituta. Se dice que la prostituta, en honor al bien público, no haría ciertas cosas por dinero. Es verdad. Muy por el contrario del pensamiento habitual, el oficio de la prostitución no ha dejado de marcar sus límites frente a las demandas eróticas. La imaginación social que se tiene de la prostituta se caracteriza por hacer de ella un personaje polimorfo, cuya seducción traspasa cualquier tipo de frontera moral. Sería una especie de depravada o perversa que rompe toda buena costumbre.
Sin embargo, la realidad es distinta. Existe algo de pudor en las damas del placer. Durante el nacimiento de la modernidad, se constata que en algunos rincones del mundo las prostitutas sentían especial aberración por los clientes que pedían que su sexo sea manoseado. De la masturbación se pensaba que era una práctica fuera de toda naturaleza, una osadía contranatural de tal arrogancia que disgustaba a Dios o, en el peor de los casos, una práctica que causaba enfermedades graves. Aun así, al mismo tiempo, no se decía nada respecto a los muchachos que deseaban ser azotados con los objetos más extravagantes. Las repugnancias de las damas del placer, no obstante, no impedía que los muchachos se fueran insatisfechos a sus hogares.
Sugiero que pensar en la prostitución, empresa que se propone este pequeño esbozo, es pensar a una sociedad que la reproduce. No nos engañemos. La prostitución es un hecho social e, incluso, cultural, que ha sabido acomodarse a las últimas tendencias históricas. Si en un principio se encontraba sostenida por ciertas circunstancias religiosas, siendo la meretriz adorada como una figura sagrada, desde que los seres humanos nos desplazamos mediante trenes su presencia por el mundo no terminó por extinguirse, sino que se devaluó. De ser mujeres adoradas por la poesía y el canto, cuya efigie acompañaba el decorado de los más bellos templos, las encontramos ahora en los márgenes de la vida social, muy relacionadas con la delincuencia y la vida insana. Lo sagrado es una manifestación de lo real en su contenido máximo de ser. Lo real como ser es una dimensión que sobrepasa el entendimiento humano. La prostituta era sagrada y por lo tanto comunicada el mundo humano con el mundo de lo sobrehumano, con lo divino.
Ahora son tiempos distintos. En la actualidad la prostitución se coloca en la dimensión de lo mundano, de la vida. Ya no comunica el mundo del aquí con el mundo del allá, sino que es expresión de lo profano de la experiencia humana, es decir, de lo vivo y lo constantemente renovado. Por decirlo de alguna manera, es lo que no se dice, lo que yace y subyace en el conjunto de las palabras con las cuales damos sentido al mundo. A decir verdad, la prostitución ya no se simboliza, porque es un tema que avergüenza y quisiera hacerse pasar como inexistente, tal y como sucede con la mayoría de los temas eróticos. En consecuencia, las formas de interacción que acontecen en dicho comercio, donde lo que se intercambia es placer por dinero, quedan ocultas o quieren hacerse pasar por desconocidas para el hombre común y corriente.
Prestemos atención a lo último. ¿Por qué se quisiera hacer pasar por desconocido lo conocido? Una respuesta la hallamos en la experiencia cotidiana de los propios actores. Situación corriente es aquella en la que los clientes del comercio sexual, una abrumante mayoría de hombres, no desean que su secreto sea descubierto. A pesar de que goza de un mundo que es estigmatizado, se convierte en el propio reproductor de dicha estigmatización. En el ambiente del espacio público, tenemos una particular palabra que sirve para identificar a la mujer que ofrece su cuerpo como medio de intercambio: la puta. No obstante, no existe alguno para el segundo actor importante, quien es el que demanda aquel cuerpo erotizado. El cliente circula por el mundo público sin ser etiquetado, pues no se le conoce; o mejor dicho, el único que lo conoce es la persona cuya voz queda desautorizada por ser señalada con la etiqueta de puta.
Por los siglos de los siglos, se ha pensado la prostitución como consecuencia de la naturaleza femenina. Se creía que la mujer debido a una supuesta debilidad natural, y especialmente a su pecaminosa inclinación hacia las seducciones de lo demoníaco, se entregaría tarde o temprano al oficio prostitucional, atrayendo y vulnerando de ese modo la inocencia de la juventud masculina. En síntesis, la prostitución era un asunto de la fisiología y psicología femenina. Sin embargo, un análisis más limpio diría lo contrario. La prostitución es un desborde de la mentalidad masculina en su dimensión falocrática, la cual debido a las restricciones de lo sexual crea instituciones oscurecidas para satisfacer su deseo. La prostitución esta dadá en nuestra sociedad para cumplir el deseo masculino. Desde luego, esto solo fue una pequeña parte de la historia.
Edición: Anel Ochoa