Si pensó que la tormenta había acabado y la tempestad estaba por llegar a su fin, déjeme decirle, querido lector, que usted se equivoca. En los últimos días, la tripulación ha sido víctima de peores tormentas, pero estas no fueron el único peligro. Como si fuera sacado de un libro de ficción, tiburones y piratas parecieron atacar cualquier indicio de salvación y es que el barco, llamado Perú, navegó una vez más en un mar de opiniones y preferencias sumamente determinadas para finalmente concluir ese temible viaje electoral.
Si bien los últimos días han sido marcados por una evidente polarización política, también han ayudado a esclarecer mucho más el papel del electorado peruano, en vísperas de, probablemente, la elección más reñida de la historia nacional. En un contexto de convivencia entre el apego y el total rechazo hacia uno u el otro candidato, el teorema de Arrow, explicado en la edición primera vuelta, da un giro inesperado al desordenar los supuestos que lo caracterizan. ¿Realmente hay un orden de preferencias? ¿O será de elección? ¿Las posturas extremistas afectan el voto colectivo?
Puede leer la edición de la primera vuelta electoral de “¿Y si mi voto no me hace feliz?” aquí
Como se explicó anteriormente, frente a la variedad de inclinaciones políticas y la necesidad de un único resultado electoral, el economista Kenneth Arrow afirmó que el orden colectivo de preferencias no refleja un equilibrio de bienestar general, pues siempre quedará alguien insatisfecho. A esto se le suma el hecho que, en una democracia, la elección popular de un candidato puede llegar a prescindir de la racionalidad. Para ello, como todo modelo económico, el de Arrow requiere de ciertos supuestos; transitividad, universalidad y reflexividad, además de aquellos que limitan influencias externas sobre el voto individual.
Con el fin de recordar un poco del teorema de la imposibilidad y poder relacionarlo con el contexto de la segunda vuelta electoral, es necesario enfocarnos en el supuesto de la no restricción. Este indicaba que un individuo solo puede establecer un orden de candidatos sobre la base de su preferencia personal. En otras palabras, no puede dejarse llevar por otros factores como tradiciones, religión, etc. Sin embargo, esta contienda electoral ha sido marcada por una campaña de miedo y de desinformación, lo cual ha generado que el votante promedio se atrinchere hacia un candidato, aunque no simpatizara con sus inclinaciones políticas.
A lo anteriormente mencionado, se le suma el hecho que la campaña de segunda vuelta ha tenido como protagonistas a dos candidatos que no gozaban de la aceptación popular. No obstante, ante la necesidad de tomar una decisión, muchos votantes optaron por un bando en específico: ya sea defendiéndolo a capa y espada o asimilando la resignación. Particularmente, muchos votantes tuvieron que migrar a uno de estos dos candidatos, aunque no hayan votado por ellos en primera vuelta. En este caso, la idea del orden de preferencias, indicado por el teorema, quebraría su esencia. Esta situación demostraría un orden de elección, pero no necesariamente basado sobre auténticas inclinaciones políticas.
Entonces, es válido preguntarse: ¿¿Qué está fallando en el sistema electoral peruano que no permite reflejar las preferencias de sus votantes? El problema radica desde la primera vuelta, pues el elector se enfrenta a un sinfín de opciones de candidatos y partidos precarios, lo cual genera una mayor fragmentación en el número de votos. Esto tiene como resultado que las dos figuras más votadas no hayan sido, obligatoriamente, elegidas por la mayoría de la población. Por lo tanto, en una situación como la del domingo, un amplio sector del electorado se ve forzado a votar por el mal menor o por el que le parecía el más “-rescatable-“. Habiendo analizado esto, el carácter representativo de una democracia se pone en peligro y, por lo tanto, el orden de preferencias de los lectores llegaría a cambiar, lo que al final desembocaría en un cambio en la decisión colectiva.
Es importante mencionar también, que el sistema electoral se presta para una elección de extremos políticos con mayor radicalización y aceptación de sus ideas, en un contexto de crisis económica-sanitaria y sensación de falta de desarrollo en los últimos años. La experiencia previa del Perú ha demostrado que el apego hacia posturas radicales no deja un espacio para la competencia política y posterior discusión de ideas. La realidad es que, al final de la campaña, una extensa mayoría quedará insatisfecha con el resultado electoral, aun si el ganador fuera el candidato por el que votó. Se podría argumentar que, a esta resultante imposibilidad de consenso popular, se le suma la pobre calidad de oferta política, la cual puede ser preferida por muy pocos, pero repudiada por muchos.
En definitiva, la disyuntiva electoral de todas las segundas vueltas demuestra, de cierta manera, la precaria estructura del sistema partidario del Perú y que el camino que nos queda como ciudadanos para analizar propuestas y elegir rigurosamente a nuestros representantes es complicado. Arrow nos prueba que la preferencia colectiva es la que manda; sin embargo, situaciones como las últimas elecciones evidencian que la falta de representatividad y solidez partidaria juegan en contra de un orden auténtico de gustos y distinciones. Ya terminada la contienda electoral del 2021, es importante reflexionar sobre nuestro papel de ciudadano: uno alerta y vigilante, pero que también acepte y respete la diferenciación de ideas. Sin duda, esto comenzará a dar indicios sobre el trabajo conjunto que se puede lograr a favor de un país unido y con esperanza.
Editado por: ASOL