Si te hago una lista de todo lo que ha ocurrido este año, probablemente ni te provoque leerla porque ha sido un 2020 lleno de nefastos acontecimientos. Algunos estamos cruzando los dedos para que un año así no se repita en bastante tiempo, para poder salir a vacilar con nuestros amigos sin saber si tendremos un nuevo presidente o gabinete en las próximas horas, o si nos levantaremos a un aumento de las cifras de heridos por los perdigones. Pero a puertas de un verano soleado y vacaciones necesarias, ¿nos podemos dar el lujo de olvidar todo lo sucedido? ¿No es mejor dejarlo en el pasado, y comenzar a planear un mejor 2021?
La socióloga Elizabeth Jelin nos permite introducir el concepto de memoria como una construcción social necesaria para la integración de una vida sociopolítica. Hacer un “trabajo de memoria” como nación nos debe ayudar a plantear enigmas y preguntas para investigar qué cosas están siendo recordadas en el día a día, cómo lo están siendo y quiénes permiten que las conmemoremos u olvidemos. Existen diferentes tipos de memoria, pero en este momento indagaremos en la memoria colectiva. Halbwachs, en algún momento, ha dicho que existen memorias individuales, que parten de experiencias propias; pero que podemos recordarlas porque interactuamos con los otros dentro de un marco social que se construye a partir de valores y experiencias grupales, códigos culturales y recuerdos comunes. Así, lo que veamos en los libros de historia, o lo que escuchemos en una reunión de patas, son narrativas que reproducimos porque nos llaman más la atención y los recordamos de manera más clara.
Las semanas siguientes a la vacancia y el abuso policial en las marchas del mes de noviembre del 2020, personas de todo tipo, orientación sexual, bando político, cultura, lengua, origen geográfico (costa, sierra y selva), comenzaron a reflexionar sobre lo sucedido; generalmente, a través de un nuevo marco de lucha: las redes sociales. Tanto por Twitter como por Instagram, la gente levantó su voz y comenzó a preguntarse ¿qué paso?, ¿qué hicimos para desatar al demonio en el país?, ¿acaso nunca se fue? Esas preguntas evidencian la existencia de una memoria selectiva común debido a que los desastres de noviembre no han sido cosas de una sola semana, sino una acumulación de sucesos políticos que las desencadenaron: desde por quién votamos para el Congreso, hasta hacernos de la vista gorda cuando alguien está abusando de la fuerza o de su poder político. Según Jelin, el tiempo de hacerse esas preguntas no puede ser selectivo ni fijo a un momento particular – no podemos recordar y sentarnos a reflexionar de manera colectiva solo en momentos de agitación; sino que debemos mantener conciencia de la historia peruana, y de momentos de injusticia, con miras a mejorar políticas públicas que prevengan futuras crisis políticas.
Además de utilizar las redes como espacio conmemorativo y reflexivo, existen varios lugares físicos en Lima que nos permiten reactivar esta memoria colectiva de un pasado común. El LUM, por ejemplo, está lleno historias de violencia ocurrida en el Perú entre los años 1980 y 2000. Es un espacio destinado a la enseñanza para recordar las tragedias de la época terrorista y reflexionar sobre qué fue lo que paso, quiénes son los responsables y quiénes fueron sus víctimas. De hecho, el pasado 14 de diciembre, un mes exacto después de la muerte de Inti Sotelo y Bryan Sotelo, el LUM abrió y agregó un espacio para conmemorar lo ocurrido en las marchas. #14N #NoSeOlvida. Se ha formado una instalación con algunos carteles e imágenes titulada “Generación del Bicentenario”, que permite adaptar un escenario físico como un museo para recuperar las voces de los silenciados y valientes que marcharon hasta recuperar la democracia. #FueraMerino.
Lo interesante es que este ha sido un trabajo desde el Estado, una voz potente y con recursos y escenarios para resaltar fenómenos como este. El LUM es solo un ejemplo de cómo se escoge activar la memoria de la sociedad peruana: lo que se expone es escogido, hay un proceso de reflexión que escoge qué quiere hacer visible al público y qué cosas no. Con las historias que se muestran en un lugar destinado a recuperar la memoria y trabajar en comprender y reflexionar sobre nuestra historia, estamos construyendo un imaginario colectivo sobre las cosas que funcionaron o no en el pasado. El “trabajo de memoria” es entonces racional: escogemos quiénes queremos ser como sociedad a partir de la atención que les presentamos a diferentes aspectos que marcaron la historia, y vemos si vale la pena solucionar los problemas que estos dejaron e incentivaron.
Finalmente, Jelin menciona que la memoria tiene “un papel altamente significativo como mecanismo cultural para fortalecer el sentido de pertenencia a grupos o comunidades”; por lo que un trabajo de memoria colectiva funciona como mecanismo para la inclusión social y para plantear políticas públicas que cierren brechas e incentiven un mejor futuro, aprendiendo de los errores del pasado. Pero, así como nos hemos marcado por las marchas nacionales a raíz de una vacancia presidencial llena de opiniones, ¿qué otras memorias debemos de recuperar?, ¿qué narrativas no están siendo contadas?, y ¿cómo logramos que los políticos las tomen en cuenta para un mejor 2021 y un mejor futuro?
Editado por Paolo Pró