“La única función del sexo es la reproducción,” respondió la congresista Tamar Arimborgo a la política de igualdad de género del Ministerio de Educación. Argumentos como este constituyen una de las principales fuentes de ataque contra la comunidad homosexual. Son el sustento para calificarlos de “antinaturales” por utilizar el sexo con fines diferentes a esta función.

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Así pues, por el mes del orgullo LGBT+, propongo remontarme a las raíces del argumento de la congresista. Si un sector tan grande de nuestra sociedad le otorga legitimidad, es digno de encontrar el por qué.

Hace más de dos mil años, Aristóteles explicó que para llegar a la felicidad, el ser humano debe cumplir su función virtuosamente: razonar. Asimismo, todo objeto o parte del cuerpo tiene a su vez una función. Por ejemplo, la del ojo es ver, y ejercer esta función virtuosamente significa ver con nitidez. Así se concluye que la función de los genitales es la reproducción y se deben utilizar ‘virtuosamente’ para alcanzar la felicidad.

Siglos después, la ideología cristiana forjó una nueva versión de este argumento. Así como un relojero fabrica un reloj con una función—dar la hora—Dios diseña todo animal, planta o insecto con una función. Por ejemplo, creó las jirafas con cuellos largos para que alcancen las hojas de los árboles. Las creaciones son tan perfectas para sus necesidades y entorno que tienen que haber sido diseñadas por alguien.

Sin embargo, en el siglo XIX, Charles Darwin apareció en escena. Propuso que las plantas y animales no siempre han sido de la manera que las vemos ahora, sino que evolucionaron para adaptarse a su entorno y sobrevivir. Hay aves con picos más largos que otras precisamente porque viven en un terreno con muchas semillas que deben recoger, mientras que los pájaros con picos más anchos y fuertes aplastan nueces para comérselas. Pero nadie diseñó esos picos de la forma que son ahora. Evolucionaron con el tiempo.

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Ahora bien, los órganos pueden evolucionar para ejecutar una función concreta (recoger semillas), pero también pueden adaptarse para innumerables usos más. En Sapiens: De animales a dioses, el historiador Yuval Noah Harari explica que nuestros órganos no realizan únicamente la tarea que sus prototipos realizaron cuando aparecieron por primera vez hace cientos de miles de años. Por ejemplo, la primera función de la boca fue ser un orificio por donde el alimento ingresa al cuerpo, pero ahora también se usa para hablar o besar, acciones que los organismos pluricelulares al comienzo de nuestra historia no hacían. ¿Es acaso hablar antinatural? Del mismo modo, hace millones de años muchos insectos que no podían volar tenían protrusiones corporales que les permitía captar más radiación solar y mantenerse calientes. Con los años, estas protrusiones crecieron tanto que les permitieron saltar mayores distancias y, finalmente ¡volar! Entonces, ¿que un insecto vuele también es antinatural?

Lo que sucede es que el concepto “natural” no es biológico, sino cristiano: indica que algo funciona de acuerdo con la intención de Dios cuando creó la naturaleza. Harari explica que lo único antinatural es lo que va en contra de las leyes de la naturaleza, por ejemplo, saltar y nunca caer de nuevo al suelo. Pero si la biología nos da la posibilidad de hacerlo, es natural.

Por lo tanto, si bien la idea de la congresista tiene el respaldo de grandes filósofos y ha sobrevivido por miles de años, ha sido desacreditada por la misma biología detrás de la cual disfraza su argumento cristiano y aristotélico.

Por último…
Si bien es comprensible que declaraciones como esta generen polémica, las peleas desatadas en las redes sociales no suelen generar un verdadero debate. Muchos condenan estos argumentos con simples burlas o insultos. En el pasado, responder a declaraciones de una figura pública era mucho más complicado. Uno tenía que desarrollar su argumento en un libro, columna periodística, debate intelectual o incluso clavar noventa y cinco tesis en la puerta de una iglesia. Hoy es tan fácil responder a ideas contrarias que el significado de “debate” ha involucionado a un intercambio flojo de insultos en vez de uno nutrido de ideas y argumentos. Así no se genera reflexión, sino más odio y separación.

Consideremos una oportunidad el toparnos con ideas distintas a las nuestras para ver el asunto desde otro punto de vista, profundizar y repensar nuestro análisis y así acercarnos más a la verdad. Una respuesta en forma de insulto asume que mi idea es mejor que la tuya y, por lo tanto, no tengo por qué defenderla. Pero como dijo John Stuart Mill, si no discutimos nuestras ideas frecuentemente, se convierten en dogmas muertos. Asuntos de tal importancia como la calificación de “antinatural” a otros seres humanos merecen un constante debate y desarrollo.

Editado por: Daniela Cáceres