La vida ya no se vive, más bien se representa.
Guy Debord.
Melissa Loza, su madre y su pareja llevan dieciséis días seguidos en titulares, entrevistas y notas periodísticas a causa de una grave denuncia sobre abuso sexual a un familiar cercano. Dos líderes de opinión y reconocidas periodistas del país (?), Magaly Medina y Milagros Leiva, han llegado a discutir, llorar, gritar y renunciar (???) vía twitter, TV y otros, por tener posturas distintas al respecto.
En esos mismos dieciséis días, se instalaron tres bases militares y policiales en La Pampa (Madre de Dios) contra la minería ilegal. En esos mismos dieciséis días, Jaime Yoshiyama regresó al país y fue arrestado. En esos mismos dieciséis días, el Caso Lava Jato dio dos giros: Sepulveda admitió que coimearon a Alan, y el Ministerio Público postergó un mes las declaraciones de Jorge Barata, pieza clave “que lo sabe todo”.
Acéptalo, Perú, Melissa Loza y su drama fueron más. Valiosas horas y espacios de comunicación escrita y audiovisual a nivel nacional fueron empleados para repasar un morbo que, aunque improductivo, tiene acogida del público. Dieciséis días.
¿Es normal que tantas personas presten atención durante 16 días seguidos a banalidades? Así como tomamos una Coca Cola helada -y sabemos que es puro cáncer y diabetes-, consumimos información que no nos aporta, pero por algún motivo nos apetece continuar escuchándola, viéndola y leyéndola gracias La República Tendencias.
En el 2012, Mario Vargas Llosa (MVLL) publicó un ensayo –por favor no le digan libro- titulado “La Civilización del Espectáculo”, que busca aproximarse a la comprensión de la cultura actual, repasando los más icónicos ensayos sobre cultura y sociedad. Asombrosamente, hay ciertos puntos en los que es difícil no estar de acuerdo con nuestro siempre controversial pero nunca desapercibido nobel.
Mario retoma argumentos de “La Société du Spectacle”, de Guy Debord, y lo usa para advertir que las personas hemos cambiado las vivencias propias por el consumo de ilusiones, hechas -claro está- de vivencias ajenas. ¿Es por esto que preferimos saber más sobre la vida privada de una persona en particular -por ejemplo, Melissa Loza-, que sobre las verdades incómodas de nuestra realidad? ¿Es normal que Magaly tenga más público que el periodismo serio de coyuntura nacional?
Para responder lo anterior, MVLL ahonda en el argumento del ensayo “La cultura-mundo”, de Lipovetsky y Serroy. Para ellos, la cultura actual tiene como máxima divertir, haciendo predominar la imagen y el sonido sobre la palabra. Es el reino de la diversión, con vidas ajenas y desde las pantallas. Pero, en el fondo, esta diversión no es más que un mecanismo sencillo para evadir la realidad. Así que básicamente vemos más a Magaly y leemos menos a IDL-reporteros porque lo primero, a diferencia de lo último, nos divierte y no nos incomoda. ¿Para qué poner el dedo en la llaga si podemos tomar pequeños shots de endorfina?
Por último, Vargas Llosa refuerza el argumento de que vivimos en una triste cultura monopolizada por la diversión al repasar el ensayo del sociólogo Martel, “Cultura Mainstream”. Así, nuestro nobel evoca una verdad sórdida: la cultura de hoy es la diversión, y solo lo que es divertido tendrá público y, por lo tanto, venderá. Por esto, El valor de la verdad fue un cálculo muy preciso de la TV. Ese programa que durante dos o más horas expone lo más íntimo de la vida de una persona (generalmente mediática), tiene más rating que Magaly en su mejor época sorry not sorry. Lo que más tiene valor es lo que más nos entretiene, y lo que más nos entretiene es lo que más nos distrae de la realidad. Who needs weed.
Estas pequeñas reflexiones sobre cómo es nuestra cultura hoy, y cómo la vamos ejerciendo, ayudan a explicar por qué durante dieciséis días seguidos es rentable seguir hablando sobre el mismo básico drama. La búsqueda desmedida y casi irracional de diversión ha banalizado nuestro consumo de información. Nosotros estamos permitiendo que el periodismo se llene de chisme y escándalo, porque andamos buscándolo.
¿Cual es el costo de la civilización del espectáculo? Me permito retomar el ejemplo de la Coca Cola. Consumirla es placentero. Pensar en la diabetes solo arruina ese placer ¡Así que la tomamos sin pensarlo! Así que dejamos el “pensar” para después. Así que dejamos de pensar.
Editado por: Isabela García.