¿Por qué una persona puede darlo todo por desconocidos, mientras que a otra no le importaría dañar a su propia sangre? ¿Por qué unos se conmueven ante la desgracia ajena y se solidarizan con el prójimo, mientras que otros aprovechan la situación para obtener algún beneficio?
¿Por qué el hombre es capaz de realizar los actos más nobles y, al mismo tiempo, las acciones más ruines?
La respuesta, así como sucede con otras incógnitas, es incierta, ya que para conocerla debemos indagar en la naturaleza humana; pero no en la del hombre actual, sino en la de aquel individuo pre civilizado. Lamentablemente eso es imposible porque el hombre es un ser social, es decir, no puede vivir aislado de los demás. Así, a falta de una teoría que provenga de la fuente misma, varios filósofos han tomado distintas posturas al respecto, centrándose en el concepto de maldad y su relación con la naturaleza humana.
1) Hobbes y Maquiavelo: el hombre es malo por naturaleza, a menos que le precisen ser bueno.
Para Hobbes, lo que de verdad mueve al hombre es su miedo y su egoísmo. Para él, el estado de la naturaleza es la “guerra de todos contra todos”. De esta manera, si yo quiero dinero y tú lo tienes, yo te lo quitaré; aunque tenga que matarte para hacerlo. Algo similar pensaba Maquiavelo, quien describe la naturaleza humana como egoísta y perversa, preocupada solo por su propia seguridad y aumentar su poder sobre los demás.
Para garantizar la buena convivencia, Maquiavelo señalaba la necesidad de un “príncipe” astuto y sin escrúpulos en el poder, mientras que Hobbes menciona la necesidad de un poder absoluto que monopolice la violencia.
2) Rousseau: el hombre es bueno por naturaleza, pero se pervierte en la sociedad.
Este filósofo francés postuló que el ser humano está orientado naturalmente para el bien, pues el hombre nace bueno y libre; pero la educación tradicional destruye esa naturaleza y la sociedad acaba por corromperlo con sus vicios. Esto tiene cierto sentido si vemos a un niño, este no es malo sino cándido; con el tiempo, la sociedad le quita la inocencia y así el niño cambia.
3) Freud y Fromm: el hombre tiene la facultad de ser bueno o malo.
Ante las posturas opuestas anteriores, surge un punto medio bajo la premisa de que el hombre tiene el potencial para ser bueno o malo, pero ¿de qué depende?
Por un lado, Freud dice que el ser humano está dirigido por dos instintos básicos: el amor (eros) y el odio/muerte (tánatos). Estos son los que determinan nuestras acciones. Si es tan simple, entonces te preguntarás ¿por qué simplemente no dejamos de lado el odio? La razón es que ambos impulsos son necesarios. Mientras el eros nos induce a mantener relaciones tanto con nosotros mismos como con los demás (permitiendo así la aparición de la aproximación del otro y la identificación con este); el tánatos es fundamental para defendernos y sobrevivir a través del uso de la violencia, la cual será necesaria en algunas ocasiones.
Por otro lado, Fromm plantea que no existe una condición humana natural, sino que existe un conflicto humano existencial: la sensación de no ser uno con la naturaleza. A diferencia de los animales, nosotros formamos sociedades y sabemos que dentro de ellas surgirán conflictos en algún momento, también conocemos la existencia de un pasado y un futuro. Además de que somos conscientes de la muerte, todos moriremos algún día. Esa racionalidad es la que nos permite valorar lo “bueno” y lo “malo”, y a su vez, también nos produce aquella sensación de separación.
Ante este conflicto, Fromm nos dice que el hombre puede tomar dos posturas. Por un lado, recuperar la unidad primordial y sentirse uno con la naturaleza. Esto significaría una regresión a un estado animal, donde nuestros impulsos tomen las riendas. Por el contrario, el hombre podría tratar de controlarlos para avanzar hacia una auténtica humanidad.
4) Sartre: el hombre nace indeterminado y se hace bueno o malo según sus decisiones.
Por último, Jean Paul Sartre rechaza la existencia de una naturaleza espiritual o física que pueda determinar nuestro ser previamente. Para él, el hombre en su origen es algo indeterminado, y sólo nuestras elecciones y acciones forman el perfil de nuestra personalidad.
En ese sentido, el hombre nace “neutral” y, al ir creciendo, va forjando experiencias y conocimientos que forman su sentido de lo “bueno” y lo malo”. Tomando en cuenta que en la sociedad existen reglas y derechos, que sabemos se deben de cumplir, nuestra decisión en acatarlas o romperlas definirán nuestra orientación hacia un sentido u otro.
Entonces, ¿somos malos por naturaleza?, ¿por culpa de la sociedad?, ¿por el deseo de satisfacer nuestros instintos primarios?, ¿por las circunstancias que condicionan nuestras decisiones? No lo sé, tu dime Pues, la respuesta dependerá de la postura que sigas. Sin embargo, hay una verdad innegable detrás todo esto y es que nadie puede ser enteramente bueno o malo. En la vida real no existen ni los Jekyll ni los Hyde; pero eso mismo no debería ser impedimento para intentar mejorar como personas cada día, intentar ser buenos siempre.
Edición: Paolo Pró